Había estado destinada a la infelicidad, a permanecer con quién no amaba, con quién la hacía sentir inferior cada día que transcurría junto a él. Desde que contrajo nupcias con Aegon, su hermano y ahora, el presunto Rey de los Siete Reinos, había sido su caída.
Todos murmuraban sobre cómo ella se acostó múltiple de veces con los hermanos Velaryon, hijos de la legítima heredera al Trono, y como parecía que no era suficiente con todo el sufrimiento que experimentaba a diario. Aegon le recordaba cada día que era asquerosa y que él la obligaría a olvidarse de lo que esos bastardos de sangre Strong, habían hecho con ella.
No tenía el apoyo de nadie, ni de su madre, ni de sus hermanos, el único soporte viable era Helaena, pero como sus otros dos hermanos, era fácilmente manipulable y su madre lo sabía mejor que nadie. Porque cuando Daera sollozaba en sus aposentos, pidiéndole a los Dioses porque la dejen morir de una buena vez, Helaena corría a los aposentos de su madre para decirle lo que sucedía con la segunda vástago de Alicent y el difunto Rey, Viserys.
A veces sentía que no podía respirar, no en King's Landing, al menos. Porque después recordaba y añoraba porque llegue el día en que pueda estar en Dragonstone nuevamente. Rhaenyra le brindó la conformidad y añorancia de un hogar, la hizo sentirse tan Targaryen como los demás miembros de su familia eran, y lo peor de todo, es que toda esa confianza construida y pulida, fue derrumbada, pisada y humillada por su hermano usurpador Aegon. Y ahora, mientras más lo pensaba, mientras más deseaba y soñaba con su muerte, más cuenta se daba de cuánto poder tenían sobre ella.
De cómo, al final, lograron acabarla.
Lucerys había sido su amor veraniego. Ese que aviva tu corazón durante cierta temporada, el que te hace comprender que sabías poco y nada sobre las emociones que un amor veraniego consigue causar. De besos fogosos, manos entrelazadas, caminatas por la costa del Mar, viajes esporádicos, escapadas planeadas en medio de la noche. Había sido la clase de amor que se vive una sola vez. Un sinfín de sentimientos que te hacían entender que jamás tendrías la suerte de volver a sentir aquello, de que jamás volvería a existir "la primera vez" en que sus ojos se juntaron y sus labios se unieron.
Aún si llevaba su nombre tatuado sobre su piel, y aún si su corazón le guardaba un pequeño pedazo solo para él. Daera sabía que Lucerys no era el que quería. Logró darle una plena imagen de lo que el amor era, cómo se sentía y cómo podía expresarse. Lucerys fue de lo más lindo y agradecida estaba. Pero él, él no estaba destinado a estar con ella, nunca lo estuvo y posiblemente jamás fueran a estar juntos. Ambos lo sabían, y ambos lo dejaron ser.
