𝗖𝗶𝗴𝗮𝗿𝗲𝘁𝘁𝗲𝘀 𝗔𝗳𝘁𝗲𝗿 𝗦𝗲𝘅

𝐴𝑚𝑜𝑟

Sunghoon nunca ha cambiado.

                     

—¡Quítate estorbo! —la comida me cae completa en el pecho.

                     

Desde que lo conozco es así, desde que me enteré de su existencia es así.

                     

—No, no, no. —susurro, quitando la bandeja de comida de mi pecho. La comida comienza a caerse despacio mientras escucho a Mina reírse con ganas por lo que me acaba de hacer.

                     

Y me confunde demasiado que cambie ahora.

                     

¿Qué quiere?

                     

—Mierda. —susurro, entrando al baño, tenía una maldita presentación hoy, justo hoy. Y tengo ahora la camisa hecha mierda.

                     

Cuenta el treinta por ciento de mi calificación final y a Mina se le ocurre manchar mi camisa.

                     

Después de cinco minutos de tratar de quitar la mancha me doy cuenta que es imposible, la impotencia comienza a ganarme en estos momentos, estoy a punto de llorar.

                     

La odio demasiado.

                     

Recuesto mi espalda contra la pared del baño, soy un desastre y voy a sacar un miserable seis si es que me va bien. Las lágrimas me comienzan a caer de los ojos mientras trato de pensar en algo.

                     

—¿Qué te pasó? —la voz de Sunghoon me inunda los oídos, niego, llevando mis manos a mis ojos y limpiando mis lágrimas. Debo verme horrible.

                     

—Nada, yo...

                     

—¿Fue Mina? —lo miro ¿desde cuándo se preocupaba por eso? Asiento. —Mierda

                     

—Traté de quitarlo pero... No funcionó, y hoy tengo una maldita presentación, si no voy bien vestido me van a quitar el diez por ciento y mierda... —murmuro, él asiente, poniendo seguro en la puerta del baño. —¿Qué haces?

                     

—Quítate la camisa.

                     

—¿Qué? Te estoy diciendo que tengo un problema y piensas en eso, eres increíble, de verdad. —lo veo reírse, me siento chiquito en el mundo de repente.

                     

—Quítatela, anda. —me dice, dejando su mochila en el lavabo, la abre y saca un suéter. Me mira de nuevo. —Todavía la traes.

                     

—Oh. —susurro, me la quito enseguida, él me entrega el suéter, y me lo pongo. —¿Y si se dan cuenta que es tuyo? Te van a matar y tú me vas a matar a mí. —lo veo negar.

                     

—Lo acabo de comprar. —me dice. —Nadie me lo ha visto puesto, llévatelo. —frunzo el ceño.