Capítulo 10

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Allí estaba ella: intentando mantener la calma y no levantar sospechas del hombre que tenía enfrente tendía la mano mientras sonreía y por algún motivo, sabía su nombre y su secreto.

-Yo soy Rafael, y tú eres Anna ¿Me equivoco?-

Anna aclaró su garganta.

-No sé de que me hablas, yo me llamo Sofía, no Anna.

Soltó una carcajada poco esperada que hizo la hizo saltar del susto.

-¿Sí? ¿Y tampoco eres la que tiene que volver a establecer la igualdad en Ántea?

Anna lo miró ojiplática. «¿Cómo lo sabe?» «¿Tan mal lo he hecho?» «¿Quién se lo ha contado?»

-¿Cómo lo sa...?- la voz de la sirvienta llamando a ''Sofía'' a lo lejos la interrumpe.

La expresión de los dos se volvió más seria al oír la voz de la mujer.

-Anna- en su voz se podía notar un tono algo impaciente- tengo las respuestas a tus preguntas, sé lo que te pasó y porqué solo tú veías cosas raras- le tiende la mano - pero necesito que vengas conmigo...

Anna mira su mano y después a sus ojos dudosa.

-¿Cómo sé que no me mientes?-

Rafael suspiró con nerviosismo.

-Por favor Anna, no tenemos mucho tiempo, sé que no te doy ninguna confianza pero si no actuamos a tiempo...- mira a la dirección dónde resonaba la voz de la sirviendo llamando a la chica - podría tener peores consciencias...-

Ella resopló

-Esta bien...-

Rafael sonrió al escuchar su respuesta, enseguida le agarro de la mano y ambos salieron corriendo del pasillo. Siguieron por unas inmensas escaleras que llevaban a otra planta prácticamente igual a la que habían dejado atrás, tan solo había una decoración distinta al final del pasillo pero a Anna no le dio tiempo a fijarse en detalle al pasar tan rápido. Ambos pasaron a una habitación de la parte final del pasillo.

La habitación a la que entran conservaba el estilo del edificio, paredes blancas y detalles dorados con lujosos muebles propios del barroco. En este caso, lo primero con lo que se toparon fue con una mujer mayor sentada en una silla de delicado terciopelo verde y patrón floral mirando a una chimenea blanca de mármol sin haberse inmutado de que alguien hubiera entrado en la habitación.

Rafael comenzó a hablar en aquella lengua desconocida para Anna pero que ya había escuchado antes hablar y la mujer, al escucharlo, se giró para verlos.

Conforme Rafael iba hablando, una preciosa sonrisa se iba dibujando en su rostro, era como si eso fuese lo único que no hubiera envejecido de ella.

-Llevamos mucho esperándote niña...-dijo la mujer mientras se acercaba ella y agarraba sus manos aún sonriente.

Anna le sonríe también aunque sin entender toda la situación.

-Supongo que has sido capaz de controlarlo, ¿No?- la mujer dijo de forma cariñosa, su voz era temblorosa por la edad, sin embargo, tenía algo que podría calmar a cualquier persona que tuviera delante.

-¿Se refiere a...la magia?

La anciana soltó una risita

-Sí, me refiero a la magia que te ha permitido curar a enfermos, verás mi niña, esa "magia" que tú tienes proviene de un objeto muy especial...- hizo una pausa para mirar a Rafael, él, como respuesta asintió, se dirigió hacia la cama de la habitación y con sumo cuidado retiró una baldosa blanca del mismo suelo.
Anna lo miró pasmada por lo que estaba a punto de hacer: del hueco sacó un estuche alargado de cuero desgastado y se lo acercó a la mujer.

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