Capítulo 15

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—¿Y qué pretendéis hacer? Estáis indefensos contra nosotros, esta es una guerra muy fácil de ganar por nuestra parte—dijo confiada manteniendo la sonrisa socarrona—Si quisiera, podría matarte ahora mismo trozo de mugre.— la mujer apuntó su arma hacia ella y puso el dedo en el gatillo.

Anna aclaró su garganta como solía hacer antes de una charla o situación importante. E intentó quitar importancia al arma que le estaba apuntando a escasos centímetros.

—¿Acaso se os ha olvidado?—dijo con una aparente voz calmada que parecía ocultar sus nervios—Sois hijos de Hava, sois hermanos. Ella os creó para que vivierais en paz, no para que os matarais los unos a los otros —la mujer la miró con una expresión arrogante e inflexible, como si no se estuviera creyendo ni una palabra de lo que estaba escuchando, sin embargo, decidió dejarla seguir. A pesar de la reacción de la mujer, una ola de seguridad la embriagó, no podía explicar de dónde había salido, pero lo que sí sabía era que dependía de ella que todo se acabara en ese momento, o que la agonía se alargara durante más tiempo. Alzó el amuleto que llevaba en la mano—por eso, la santa orbe fue creada, para poder sanar y consolar a los heridos o desorientados, incluso educar a los pecadores o injustos como vosotros.—dijo recordando las palabras de de Vilena— todavía estáis a tiempo de enmendar vuestros errores, no luchéis con la fuerza. Yizlec os perdonará, Hava os perdonará, pero por favor, no sigais con esta agonía— todos los ojos se dirigieron a la joya que relucía por los rayos dorados de la mañana y la luz propia de cada una de sus piedras. Casi todos impresionados, excepto los de la mujer del traje blanco frente a Anna. Tenía una expresión enfurecida a la vez que confundida en sus oscuros ojos. Se dio media vuelta dirigiéndose hacia los limpios.

—¿¡Quién ha sido!?— se podía escuchar la rabia en su voz. Era tan amenazadora que incluso a Anna sintió un escalofrío recorriendo su espalda. —¿¡Quién es el responsable de esto!?— esta vez su grito sonó desesperado. Sus ojos recorrían a los presentes con una mirada inquieta, dura, intimidando a todos aquellos en los que se paraba.

Rafael, que estaba algo oculto entre los demás estaba hecho un manojo de nervios. Intentaba mirar al frente y ocultar su inquietud, pero el sudor y sus temblores lo delataban. Algo que la mujer no pasó por alto.

—¡Tú!— dijo la mujer refiriéndose a Rafael. Se alejó de Anna, con cada paso que daba el terror crecía de manera casi exponencial y la gente se fue apartando apresuradamente abriéndole paso hasta él. Antes de que pudiera decir nada, puso su arma en la sien del chico y la cargó. Rafael cerró sus ojos, sabía que no podía hacer nada más, y que si intentaba hacer algo sería completamente inútil, su destino ya estaba marcado por esa mujer y su arma. Lágrimas de pura impotencia comenzaron a brotar de sus ojos, y, esperó el ensordecedor sonido del disparo que finalmente le quitara la vida. Pero nunca lo hubo.

Abrió sus ojos cautelosamente para comprobar lo que estaba pasando: una mujer rubia y ojos verdes desconocida para él desvió el arma hacia el suelo quitándole de la trayectoria.

—¿¡Pero qué...!?— antes de que pudiera terminar la frase, la pálida mano de la mujer desconocida, que aún sujetaba en cañón del arma, se iluminó poco a poco, emitiendo calor y humo dorado. Lentamente, este se propagó por todo el arma que la transformó en una bola cegadora que causó una pequeña explosión. Todos los de alrededor que se vieron afectados por este fenómeno tuvieron que cerrar los ojos, pero cuando los abrieron, el objeto había desaparecido, en su lugar habían crecido instantáneamente unos pequeños rosales blancos.

—¿Lo creeis ahora?— dijo Vilena con un tono cauteloso.

La mujer de traje blanco miró a la desconocida totalmente desconcertada. Sin embargo, con un suspiro, asintió.

Ambas dejaron de sujetar los rosales que cayeron al suelo dónde se propagaron unos centímetros en el suelo.

Anna miró a la sacerdotisa: esta vez no relucía como antes lo había hecho, pero seguía siendo igual de hermosa y delicada como el primer día que la vió.

Vilena se giró sutilmente e indicó con la cabeza que se acercara hacia ellas. Dani miró apresuradamente a Anna, sin estar del todo seguro se si debería ir allí sin ningún tipo de protección o supervisión. Agarró la mano de Anna mientras la miraba de forma insegura. Ella le sonrió de forma cálida, intentando calmarle, acercó sus manos entrelazadas a sus labios, y besó el dorso de la mano del hombre. Sus miradas se encontraron y Anna pudo notar como la expresión y los músculos de Dani se relajaban por sus caricias.

Él suspiró y soltó su mano del agarre de Anna para apoyarla en la mejilla de ella.

—Ten cuidado por favor.

Anna le sonrió.

—No te preocupes Dani, no me van a hacer daño.

De manera lenta pero decidida, Anna cruzó el umbral entre los dos bandos muchas miradas estaban clavadas en ella sobre todo las de los sucios que la miraban expectantes.

Los limpios le abrían el camino hacia Vilena y la mujer del traje blanco. Incluso, algunos inclinaban sus cabezas como señal de respeto hacia ella. Este pequeño gesto hizo que su confianza se fortaleciera mucho más, una ola de alegría la inundó por dentro, sus posibilidades eran mucho más altas de lo que ella esperaba, realmente los limpios estaban dispuestos a colaborar y dejar de lado sus diferencias para poder conseguir que todo vuelva a ser como antes. No pudo evitar una sonrisa triunfadora en los labios que rápidamente escondió para que no se creara ningún tipo de malentendido.

Anna se acercó hacia ellas, y, como si no se pudiera contener, la mujer de traje blanco se lanzó a los brazos de Anna. Comenzó a llorar desconsoladamente, apoyó su frente en el hombro izquierdo de la chica.

—Lo siento— alcanzó a decir entre lágrimas sus lamentos eran casi inaudibles por la cantidad de lágrimas y la intensidad de su llanto, pero siempre decía las dos mismas palabras.

Anna agarró suavemente su cara, apartándola de su ya mojado hombro y la miró con cariño a sus llorosos ojos.

—No llores más—dijo— ya has hecho suficiente para demostrar que tú y todos vosotros estáis más que arrepentidos. A partir de ahora, Ántea volverá a ser como antes, sin rencores, sin diferencias, sin violencia— poco a poco retiró sus manos de la cara de la mujer y se dió media vuelta para poder dirigirse hacia los demás— ¡Dejar vuestras armas! ¡Ya no os servirán de nada hermanos!— los limpios hicieron caso y fueron dejando cada una de sus armas en el suelo. Una y otra vez, se iban repitiendo los pequeños resplandores y la creación de nuevas plantas herbáceas a sus pies que incluso en algunos casos, trepaban a los árboles, de los cuales también crecían nuevas hojas verdes. En poco tiempo, el terreno, antes árido y desértico se convirtió en uno lleno de vida, la vegetación inundaba el lugar, los árboles que ocultaban la vistas que creaban un bosque frondoso y latente.

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Continuará...

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2023 ⏰

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