CAPÍTULO I

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I- MENTE EN BLANCO

Toda mi vida me han mentido. No he parado de escuchar lo mismo todos lo dias. "Eres fuerte". Pero se equivocan, siempre he tenido miedo. De todo. Desde que era pequeña he estado esperando el día que eso cambie. Conociéndome, no pienso que sea nunca. Ese miedo irrefutable a fracasar, a defraudar. Por mucho que lo intente, no creo que nunca llegue a vencerlo. Al contrario de lo que siempre me han dicho, no soy tan fuerte.

Abrí mis ojos. Un pequeño hilo de luz se cuela por mi pequeña ventana justo dando en mi cara. Es un día cualquiera, pero no lo siento como tal. En la cama solo estoy yo y por milésima vez siento un gran vacío a mi lado, aunque mi hermanita pequeña siempre esté durmiendo en la cama de arriba. Enseguida la cabeza empieza a darme vueltas.
No me acuerdo cómo terminé aquí, lo último que recuerdo es que Mary, mi mejor amiga y otras personas desconocidas para mí, estábamos alrededor de una hoguera, tomando cerveza y otros líquidos que prefiero no recordar si quiero seguir conservando mi dignidad, o lo que me queda de ella. No sé en qué momento, pensé que sería buena idea salir un miércoles.

-¡Vamos Viki! ¡Son las once y media, vas a llegar tarde! -Los chillidos de mi madre retumban por toda la casa haciendo que la cabeza me reviente de dolor.

¿¡Once y media!? Oh no, ya sabía yo que algo pasaba, voy a llegar super tarde. Debería estar ya vestida y arreglada y apenas puedo abrir los ojos. Me duele todo. Y ahora lo único para lo que tengo fuerzas es para quedarme durmiendo hasta que sea el día siguiente. Es cierto que no duermo en la cama más cómoda del mundo, pero en estos momentos me lo parece.

¡Dios!, mi profesor me matará si llego con retraso otra vez. Ya serían cuatro veces en esta semana. Lo cual es gracioso porque estamos a jueves. Es un nuevo récord para mí. Eso en otro contexto me hubiese alegrado bastante, pero viendo como están las cosas, solo tengo ganas de que la tierra me trague.

Mis clases empiezan a las doce y media cosa que puede sonar un poco extraño porque queda una hora. Y eso me tranquilizaría si no fuese porque la escuela de A.R.S. (Aprendizaje rutinario de selección) me queda como a un año luz de mi casa y tengo que ir caminando porque no tenemos los suficientes recursos como para tener un coche y por desgracia, no puedo pagar el tren que te lleva a mi escuela. Al ser un poblado pequeño, no tenemos ningún otro transporte público.

Estos son los momentos en los que me quedo helada. Envede empezar a prepararme, me quedo mirando a un punto fijo, replanteándome mi existencia y pensando en el color que quiero ponerle a mi ataúd. Porque necesitaré uno muy pronto.

No es hasta que mi madre pega otro chillido que me atraviesa los tímpanos cuando vuelvo al mundo real y me doy cuenta de que Lionel, mi profesor de defensa y ataque, el cual tengo a primera hora, me va a matar como llegue aunque sea un minuto tarde. Y con el ritmo que llevo da suerte si llego 15 minutos tarde.

Ya me avisó la última vez. Como volviese a ocurrir, hablaría con mis padres. No quiero ni imaginarme que eso ocurrirá, porque si no, me pondré a llorar y ahora mismo no tengo tiempo ni para eso.

Cuando por fín salgo de mi trance, me levanto tan rápido que se me olvida que duermo en la parte baja de una litera y me doy tan fuerte contra ella que poco más y me perforo la cabeza.

Pero no tengo tiempo para lamentarme. Voy corriendo hacia mi vestidor. Cojo lo primero que pillo sin mirar y me empiezo a cambiar de ropa apresuradamente porque aún llevo la de ayer.

Cuando caiga el último pétalo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora