Infantes adoctrinados

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Durante la noche no tuve muchas interrupciones por mi madre y me levanté temprano con Caro para ir al mercado. Tomamos el bus por la misma estación de siempre y en pocos minutos llegamos. Ella quiso pasar a la iglesia a saludar al padre que había llegado ayer en las cabalgatas y pedirle una bendición. Hice un gesto de desaprobación queriéndole expresar lo tonta que me parecía, pero bueno, era su creencia. Lo pensé dos veces y luego recordé que estando dentro tal vez con suerte sabría lo ocurrido el día anterior, así que accedí.
Ella llegó hasta los demás con entusiasmo y alegría por ver a un tipo cualquiera vestido con una túnica negra cualquiera que ni conocía, o sea ¡WTF! ¡Ni por mí se alegraba tanto!  Y eso que también vestía de negro y a mí sí me conocía. Entramos a la iglesia y pude admirar lo enorme que era, hecha con un estilo neoclásico hermoso y no imaginé los tantos miles de pesos que invirtieron en ella. ¡Me podría sacar de la pobreza! Pero claro, ¿quién me daría un diezmo cada semana si ni siquiera predicaba la palabra de Dios? Aunque cuando pedía algo era más beneficioso pronunciar: “Dios se lo recompensará” a decir “la vida se lo agradecerá” o yo, quizá trabajando para reponer lo prestado o haciéndoles una buena acción; le temían a Dios, no a la vida. Lo hacían por dictamen del rey, no por generosos.
Fuimos rápido hasta donde estaba el padre para que la bendijera, aunque mi plan era otro...

—Buen día, padre —dijo ella ofreciéndole un beso en su mano.
—Buen día, hija —se le notó un ligero rechazo y como yo no dije nada, se quedó mirándome, esperando a que lo hiciera; al negarme sólo la saludó a ella.
—Padre, solicito su bendición para mí y mi hermano...

La interrumpí.

—¡Oh, no, yo no, sólo ella! —se enfadaron ambos, aunque fue él quien quedó insultado por un simple vago como indirectamente me llamó.

Le dio la conocida “bendición” y dijo: —¡Que Dios y la Virgen María bendiga a todos ellos que los aman y no los convierta en unos vagos!

Ella “bendecida por alguien admirable” agradeció.

—¡Así sea, padre!

El padre viéndonos como de: “ya largo par de idiotas” se retiraba del lugar hasta que lo detuve para cuestionarlo.

—¡Padre, un momento!

Se volteó con desagrado disfrazado.

—Sí, dime, hijo mío.

¿Hijo suyo? ¡Ni loco!

—¿Qué fue lo que pasó ayer por la tarde cerca la salida del pueblo?
—No sé de qué me hablas.
—Sí, del anciano al que atropellaron en la tarde cuando recién llegaban. ¡No se haga el torpe, por favor!
—¿Disculpa? —decía nuevamente ofendido por el adjetivo calificativo que mi boca imprudente soltó sin pensar y su mirada me gritaba que me mataría si no estuviera dentro de la iglesia vestido de compresible.

Carolana me interrumpió por mi impertinencia.

—¡Wilsson, ¡cómo te atreves a decirle así al reverendo! —“Reverendo hipócrita”— pensé.

Luego ella tomó mi mano intentado evitar la charla.

Él se me quedó viendo de muy mala gana, mientras yo ignoraba a mi hermana y retaba al mismo con la mirada. Arrebaté mi mano de las suyas para que supiera que me importaba un carajo lo que se pudiera ofender el padre: ese hombre que para mí era un ser humano más; común y corriente e incluso, nada digno de tal respeto que le ofrecían como si fuese tallado en oro: o sea, sí lo adornaban de oro pero no porque lo valiera.  ¡Cómo si él no humillara a cientos de miles más! Y esta vez estaba jugando con sus propias acciones: negarle la mano a alguien que sentimos inmerecedor.
Lástima que Carolana no estaba en posición de decirme algo, si fuese de otra manera esto causaría un gran disturbio en mi familia.

𝐒𝐢𝐫 𝐀𝐭𝐞𝐨 & 𝐒𝐢𝐧 𝐒𝐞𝐧̃𝐨𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora