Punto muerto.

Entre lo bueno, lo bonito y tú

Pocas personas llegan a tocarte realmente el alma.
Y cuando te la tocan, todo es poesía. De esto se trataba. De amores que no son prisa, ni prosa, sino pura poesía.

¿qué quedaba de nuestra relación? Decepciones y recuerdos. Tal vez un café italiano medio vacío y un par de cigarros. Quizás una botella del mejor licor francés encima de la mesa y una página doblada.

-Enia, te prometo que haré todo lo posible por volver a estar juntos.

Se paró.
Y me miró.

Me miró cómo aquella noche de San Juan.
Como quien tiene miedo a los martes treces;
como un supersticioso mira a un gato negro.

Era David; mi David. Por él empezó todo. Cuando escribí su nombre por el simple hecho de rellenar una hoja en blanco.
El problema empezó ahí,
al ser consciente de que le quería, incluso, en las historias que aún no había escrito.

Pero había vuelto, como las golondrinas del poema de Bécquer, como quien vuelve sin ser llamado; habiéndose ido sin ser echado.

-El problema es que crees que yo sí que quiero que vuelvas, que eso no me destruirá.

-No lo hará.

-Tú siempres has salido muy entero de todo ésto.

-De una manera u otra la vida sigue, y tenemos que aprender a sobrevivir.

-De un manera u otra he aprendido a sobrevivir.

De eso se trataba,
de supervivencia.

De ver quien era lo suficientemente fuerte como para no hundirse a la primera.
Para que no les hundiera algo,
o alguien.

-¿vienes a San Isidro?

-¿soy una antisocial si no lo hago?

-Supongo. Va a haber porros, ya sabes.

-Claro, faltaría más que tú faltaras, ya sabes, alcohol, cigarros, chicas, tu tema, vaya.

-Alcohol, cigarros y Enia.

-Tu sentido del humor sigue intacto. No te prometo que vaya, pero avisaré a Carmen.
Habíamos pasado el resto del día de para aquí y para allá, resultaba estúpendo volver a pasear al lado de David mientras hablabamos de poesía, de su poesía.

Y es que aquí,
la única poesía que había,
eramos nosotros,
mientras Madrid entera nos veía.