Salir, beber, el rollo de siempre.

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12:36.
Cristina no paraba de dar vueltas a la habitación. Mientras se ponía las manos en la cabeza, maldecía de nuevo. Me estaba poniendo de los nervios. 'No estás gorda, Cris. Solo has subido un par de kilos.' Y entonces ella volvia a mirarse en el espejo y a quejarse. Estaba en sus trece en que yo la prestara algo. Algo para que David se fijara en ella. En ese mismo momento me vibró el móvil.

Vía Whatsapp; mensaje de Desconocido:

me droga dibujar tu silueta
y tener de tu cara la vista completa pasar con mi lápiz por lo suave de tu pelo
y llegar hasta tus pies rozando el suelo.

01:47.
Aquella sala se empezaba a parecer a una secta formado por psicópatas borrachos y obsesionados a perder su virginidad. Sabía a lo que me sometía yendo a este tipo de fiesta, sentada en alguna silla inestable de algún rincón de aquel local, bebiendo cocal cola barata en un vaso de plástico.
Había de todo. Un grupo de unos trece niños entre catorce y quince años hacían cola en la entrada esperando el permiso de algún "mayor". Posiblemente ese mayor tuviera dieciséis. Todos hablaban, reían, bebían, bailaban, y luego estaba yo. Alisándome la falda de mi mejor vestido. Comiendo cualquier guarrada.

El baño estaba hecho un asco. Una puertecita de madera dividía un metro cuadrado en el baño de las chicas y el de los chicos. Ahí no pisabas suelo, pisabas charcos de meadas. ¿Dónde se habrían metido mis amigas? Era la primera vez que iba sola al baño. El espejo era algo así como querer y no poder. Mis ojos rojos hablaban por mí, y mi pálida imagen aseguraba que no estaba del todo bien.

Me daba vergüenza pedir que me rellenasen el vaso, asique me permití llenarmelo yo misma. Un enorme frigorífico blanco se encontraba en una pequeña sala blanca donde gente cansada quería relajarse un poco. Les entendía. La paz de aquella sala era genial.

Me lo pensé dos veces antes de volver a sentarme en aquella silla incómoda.
Entonces lo ví. Un verdadero 'semetedentrodetiytedestroza' dolor. Las piernas me temblaban. Ojos de par en par. El corazón a mil por hora. Me acababan de clavar un cuchillo, pero no uno, ni dos.
David besaba a Cristina, Cristina besaba a David. Las manos de David recorrían cada centímetro del cuerpo de Cristina mientras ella movía sus caderas al son de la música. Los ojos dilatados de David penetraron en los míos. De un momento a otro, David se dirigía hacia a mí.

No podía moverme.
Había dolido tanto por dentro que parecía como si no lo sintiese.

Entonces entendí que en este juego se necesitaba dos jugadores y que en estos momentos solo jugaba yo, y aun así había perdido.

Recuerdo aquel vaso roto por el suelo.
No es una metáfora de este dolor
que llamaré dolor por darle un nombre.
El pulso de mis venas, vidrios rotos,
esos cristales rotos de mi cerveza y su recuerdo. Lanzados. Sin forma ninguna.

Entonces corrí. Lágrimas caían por sí solas.

-¡Enia!

-Lo has vuelto a hacer, David. Has vuelto a meterte dentro de mí. Has vuelto a tomar rehenes. No quiero verte. No ahora.

-Tengo explicación. Oye, ¡Enia, no es lo que parece!

-No necesito esa explicación. ¿sabes por qué? Porque tú y yo hace mucho que dejamos de ser algo. Porque hay un vacío entre tú y yo que nos impide poder ser algo. He vuelto a perder, David, aun sin haber jugado. Por cierto, no te molestes en mandarme mensajes en anónimo.

-¿De qué mensajes hablas?

-Esta vez te has pasado, David.

Quizá fue que me ilusioné demasiado rápido.
Es como si me hubiera dado alas y luego me hubiera dicho "es ilegal volar".
Y comprendí que de ilusiones no se vive,
pero sin ellas tampoco.

Punto muerto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora