7-5-15
7:10 a.m.
Era uno de esos días en donde el transporte escolar no era puntual, ya sea por el tráfico o por motivos ajenos, pero tampoco era que yo fuese la puntualidad humanizada, ya que había arribado a la parada a eso de las seis con treinta. La multitud de siempre, conocida y desconocida, la misma ansiedad por irse cómodos y no de pie sin tomar en cuenta las condiciones de Venezuela. El maletín al final de mi mano, en la punta de mis dedos, indicaba cuán ocupada estaba con la universidad y afines, todos estaban igual que yo, exceptuando los de la nueva corte del 2014, sin tanta presión a mi parecer, seguían siendo niños por encima, por generalizar. Estos muchachos fumaban como los vaqueros del viejo oeste, sin pausa y con prisa, como si la muerte no esperara por ellos, llenaban todo entorno con su bullicio y sus ganas de destrucción desmesurada, eran el pequeño tumor de la universidad por aún tener la mentalidad de la secundaria en cierto sentido.
El autobús seguía sin llegar, no había tanta ansiedad como antes, muchos se habían ido en los previos, algunos de los presentes se sentaron en la acera a comentar una infinidad de cosas que nunca sabré y que nunca me importarán demasiado por ser de carácter ajeno y por pertenecer a seres cuya respiración es tan importante como la de un buey.
Veía una pintura de Van Gogh entre las muchas de Picasso, no lo había notado nunca antes, ese hombre era diferente, aquel de cabello caótico y color café, sus ojos eran la mismísima ira romántica, su piel pálida implicaba problemas de sanación física probablemente. ¿Quién era este hombre que recién había notado entre pinturas relativamente tediosas, mas no horribles?
En sus manos sostenía un libro, algo grueso, llenaba su ser con música con esos auriculares negros, vestía una camisa negra que decía Meshuggah, supuse que sería alguna banda fuerte, un jean azul marino y unos zapatos que se veían tan cómodos como él cuando cerró su libro y le sonrío a una chica mediana de senos pronunciados mas no gigantescos. Echó su cabello hacia un lado, lo tenía largo, frecuentemente reía, maléficamente, eso me generaba su risa, era absorbente, era fantástico. Su voz estaba lejos de mi persona pero sentía cómo me llamaba, era hipnotizante, era un control extraño. La chica que hablaba con él no estaba sintiendo lo mismo que yo puesto que estaba con su novio, un chico de barba corta y de aspecto atípico, era una mezcla de un asiático con un latino, bastante anormal en mi opinión, aunque sí se quedaba viendo al hombre especial que les menciono. La chica y su novio se fueron, él quedo sólo, quise sacarle conversación, quise comportarme como una quinceañera cuando ve a alguien que le interesa y por dentro erupciona, pero no lo hice, de paso un amigo lo saludó y empezaron a hablar, de nuevo reía, qué bonita era su sonrisa, sus labios, su mirada tan alejada de la felicidad pero al mismo tiempo generadora de tal.
La bestia mecánica llegó, mis ganas de intimar con el hombre sin identidad quedaron en ganas, él se fue con su amigo y yo con una conocida. En el transcurso borré aquellas memorias y me centré en mi exposición.
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7-5-15
11:35 a.m.
Seguía siendo un día impuntual, esperábamos por el transporte aunque tuve la idea de que sería una menor cantidad de tiempo. No entregaríamos carnet, a diferencia de casi siempre, en parte, por la demanda para aquel transporte, que no excedía las treinta personas teniendo en cuenta los treinta y cinco puestos o quizás más del hermoso transporte de aire acondicionado y cortinas color ocre. Estábamos más personas "antiguas" en cuanto a la universidad se habla, hablaba con algunos cuando él llego, solo, escuchando música y con un celular en la mano en forma horizontal, deduje que jugaba. Saludó al hombre que ordenaba la cola, respondía al nombre de José, me lo habían presentado. ¿Era acaso una oportunidad para hablar con ese ser tan hermoso e intrigante?
De nuevo no cedí ante mis impulsos y me subí al transporte, para mi sorpresa, él se sentó conmigo, en la ventana. Supe disimular con mi celular, al menos pienso yo.
Se echó el cabello para atrás, lo tenía largo, de cerca era más guapo, también noté que estaba muy delgado, que no dormía nada bien y que sus dientes brillaban como diamantes. Colocó su suéter como almohada, se puso a escuchar música y a seguir jugando, por un rato, luego apagó el celular y se recostó a ver si el sueño llegaba. No se veía tierno acostado, se veía como si sufriera, sus sueños eran pesadillas, podía escucharlo llorar internamente mientras yo intentaba dormir, no podía, su llanto era estridente, su rostro era triste, hermoso pero triste, era Oliver Custer.
Temblaba un poco, despertaba cada diez minutos, con la misma mirada de resignación y tristeza, sufría quién sabe por qué, quise abrazarlo y decirle que todo estaría bien pero quedó en una mirada, admirando su perfil, sus pestañas hermosas y sus labios tan resecos con su felicidad, que hacía mucho, según mi imaginación, tenía nombre y apellido.
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El gran Custer
Non-FictionOliver Custer no es un hombre común, estudiando electrónica y escribiendo un sinfín de cosas en su mente y en físico es común que caiga en la psicopatía, puesto que su estado mental es tan delicado como su estado económico.