El rey del parque

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Humanamente hablando, es común el que se acerquen a ti únicamente por diferenciarte un poco más de los demás, cuando digo que es común es porque me sucede desde hace más o menos unos seis años, las supuestas diferencias en mi ser tan relevantes en comparación a las demás bolsas de agua existentes parecen ser "encantadoras", lo que me ha llevado a admitirlo: puedo ser encantador. Todos podemos serlo a nuestro modo, lo mío es ya la típica frase de averigua qué quiere y dáselo o quizá averigua a quién quiere y conviértete en ello, la primera la he usado una infinidad de veces, la segunda también, pero la última mencionada no del todo, al menos la modifiqué a mi estilo: no he cambiado por nadie para ser quien tal quería/necesitaba en su vida para equis motivo, yo ya era esa persona.

No hay mucho qué pensar, es fácil adjudicar una compilación de seres en mí y de hecho es el diagnóstico menos "horrible", es así, no necesito cambiar, necesito sacar lo que hay dentro de mí, dependiendo de la ocasión, esto no es metafóricamente, es real más no tangible. El ser que actualmente habita en mí tiene un lado romántico-destructivo, es un agente del pensar lógico y metafísico que bombardea a diario a cualquiera que se le acerque de temas interesantes y otros no tanto. El ser de hoy nunca será el mismo del ser del ayer, el ser del mañana nunca recordará al ser actual, las transiciones son importantes en mundos tan egoístas como los de nosotros, los humanos. Cierto, también soy un bastardo.

No importa quien sea, jamás podré ocultar lo que hay en mi cuerpo, son tatuajes no-físicos, son las ganas de crear.

——

- Hábleme de Oliver Custer.

En ese momento mis piernas temblaron un poco, hacía tiempo que no escuchaba ese "nombre". Las ganas de beber regresaron, pero había dejado el alcohol, pero Oliver Custer había sido invocado por la señora Ocanto.

¿Qué podía decir yo de Oliver Custer sin ponerme a llorar o sentirme enfadada?

- Él fue mi pareja por un año. Lo conozco desde hace cinco años.

- ¿Lo cree capaz de matar a alguien? - lo dijo sin anestesia, esbozó una mirada suave que se fue endureciendo.

Ocanto sabía la respuesta. ¿Por qué había preguntado ello y para qué? Sabía que Oliver era capaz de cualquier cosa únicamente por curiosidad, era un genio de dimensiones enormes...pero en cuanto a los demás seres humanos...éramos marionetas, parecíamos no merecer aquel júbilo de escucharlo hablar o explicar algo con esa risa triste en su delicado rostro.

Es necesario recordar eventos pasados. Nos hallábamos viendo una película, Fight Club, y ambos estábamos interesadísimos en la película...pero Oliver sobresalía, sus ojos brillaban intensamente, entre besos y caricias de su ser sabía que algo estaba mal, siempre lo había sabido, de hecho, pero recién él empezaba a mostrarlo sin pudor, como cuando un pequeño león caza a su primera víctima orgulloso.

- Sí, es capaz.

- ¿Está consciente de haber salido con un psicópata?

- De eso y de que le quiero como nunca - dije en voz baja.

Justo entró, con el periódico en la mano izquierda, el cigarrillo en el derecho, sus ojos amarillentos estaban tan hermosos como siempre, pero atónitos en cierto modo, no esperaba verme a mí allí, yo tampoco, hacía unos tres meses no nos veíamos.

- Hola, chérrie - musitó una sonrisa - Hola señora Ocanto. Juré por muchos años que nunca las vería juntas.

Ocanto no fue tocada por su voz y sus palabras.

- Custer, han venido a preguntar por usted, luego ha llegado esta jovencita, ya sabrá que me espero lo peor.

- Usted es ese tipo de dama - dejó el periódico en la mesa - ¿Qué haces por aquí, Nathalie? Ya te he mandado todas tus cosas, lo sabes, incluso hasta el maldito - hizo énfasis para molestar a la señora Ocanto - disco de Pink Floyd.

Ocanto se fue.

La razón por la cual había venido a la pensión en la cual el gran Custer se estaba quedando no era por mis sentimientos, que sí, eran grandes, no se podía dejar de quererlo luego de que te había hipnotizado con sus deliciosos besos. Oliver era magníficamente desquiciado, pero un excelente amante, una pareja errática y una persona muy madura que había caído en el cigarrillo desde inicio de los tiempos...era porque había muerto Camille.

- Camille murió.

Mordió el cigarrillo. Era una de esas pocas veces que se descontrolaba. Lanzó todo contra la pared. La señora Ocanto intentó detenerlo pero él forcejeó y consiguió echarla hacia un lado. Instintivamente me recogí como una tortuga en su caparazón, así lo hacía cuando sucedían cosas similares con mis padres durante mi niñez y adolescencia. Oliver estaba apuñaleando a la señora Ocanto...únicamente porque le había dicho que su gata, que me había obsequiado, había muerto.

- ¡Camille está muerta y usted estaba viva! ¿No cree que sea una injusticia? ¡Usted sólo sirve como una falsa madre tediosa que me dice qué está bien y qué está no cuando le pago su maldito dinero puntualmente, aún así, desconfía de mí por ser diferente de usted! ¡Menos mal que no soy homosexual porque sería peor!

La había matado. Ahí tenía su respuesta. Seguía inerte a todo, el mundo de Oliver Custer estaba fuera de mí, veía al mismo león que había matado a su primera víctima y me la había enseñado orgulloso ahora matar a una presa más grande de forma muy violenta, no por comida, nunca lo fue, sino por deporte. La respuesta a todo es que Oliver Custer es más que capaz de todo, su belleza, carisma, personalidad, sentimientos, singularidad...era un ser que venía cada cien años, era mentalmente inmortal y seguía queriéndolo, porque no era la primera vez que veía cómo asesinaba a alguien "inocente".

El gran Custer no era nada más ni nada menos que una entidad sin leyes establecidas.

El gran CusterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora