El soberano del tiempo

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Le vi, parecía un joven diferente, fumando con tanta intensidad como si el mundo estuviera condenado, pero no se veía ofuscado, más bien estaba horriblemente calmado, sangrando internamente, mirando el cielo recién coloreado por el día. Yo también estaba fumando, una marca más barata a la que me había cambiado recientemente por los precios, él fumaba lo mejor, él parecía uno de estos chicos con todo, refiriéndome a lo necesario y lo no necesario, pero que despilfarraba en estupideces que visiblemente no tenían sentido alguno más que ése: gastar.

No supe su nombre hasta mucho después, lo importante es narrar.

- ¿Puede fumarse aquí?

- Sí, pero no más allá - señaló en un sitio algo cercano -, pueden multarte si lo haces.

- ¡Ah! ¡Menos mal!

Sería correcto decir que pasados los cincuenta años uno le busca conversación hasta a un cadáver, consciente e inconscientemente, a Oliver Custer le busqué conversación porque había una aciaga tensión entre mi mente y la suya, quería hablar con él como fuera.

- ¿Qué estudias, hijo?

- Electrónica - a secas.

¿Qué tal? - me senté.

- Es interesante.

No recuerdo cómo pero terminó diciéndome que era escritor, no entendí cómo un hombre como él desperdiciaba aquella cabeza en sintonía con la mía: yo también era escritor. En sus ojos no me veía a mí, veía a alguien que iba a llegar lejos, más allá de la tumba, siempre sentiré algún tipo de orgullo al decir que conocí a Oliver Custer fumando un cigarrillo y que sus ojos brillaban de un modo poco usual al oírme hablar. Él siempre había sabido que no estaba solo, aunque la depresión y la tristeza sugirieran otra cuestión.

- ¿Tú escribes? ¿Qué escribes?

- Es casi imposible, en mi humanidad, decir que escribo 'algo', escribo algunas cosas que se salen de los estándares, es fruto de la plurifuncionalidad y de la universalidad de mi ser. Pero en sí - se cruzó de brazos, igual que yo - puedo escribir de cualquier cosa.

Eché a reír brevemente, a quien veía era probablemente el ser más complejo existente en el país, quizás erraba, quería creerlo porque él llenaba los ojos y el cuerpo con unas palabras medidas en forma de balas de calibre cincuenta, era letal el muchacho de suéter y de ojeras.

- Pero dime de tus libros. Espera, levántate, mi espalda está terrible.

- Actualmente escribo algo llamado Viacrucis, que es una compilación de cosas reales que me pasaron en el proceso de crecimiento como escritor. También ando con El Universo Interno, son seis tomos.

Eso no era todo, Oliver, o mejor dicho, Julio, como había nacido, estaba fascinado, no porque le estuviera explicando a un escritor, locutor y piloto como yo de sus libros, amaba explicar lo que estaba en su cabeza, probablemente porque así no se volvía 'loco', tal vez encontraba placer y ya en ello.

- Chico, ¿por qué usas seudónimos?

Él no me había dicho que los usaba, yo lo había intuido, en sus ojos cortantes decía en cursiva cuán misterioso podía ser. No se sorprendió, contestó la pregunta sin preámbulo.

- Considero que el ser humano tiene tantas facetas...y como soy muy meticuloso necesito llamarlas de algún modo, más allá del concepto de ávida, tranquila y cosas así, unos nombres son requeridos para ello. ¿Qué mejor que Oliver Custer que de por sí es llamativo? ¡Eso es! - ni siquiera me dejó hablar - Capturar la atención sin ser notado.

- Yo uso Simón El Mago - vi en sus ojos que no debía explicar el porqué de ese seudónimo - y he escrito libros, siempre niego que lo soy, termino leyendo mis cosas en inocencia, porque soy un artista. Hay algo que me ha impulsado a escribir: "Si no lo escribo yo nadie lo hará".

Su alma pegó un chillido. Él también había sido impulsado por lo mismo, sus manos inquietas dijeron "pensé que era el único con eso en la cabeza por más arrogante que suene".

Extendió su mano y le di un cigarrillo. Lo encendió, teníamos el mismo encendedor rojizo, las mismas manos grandes y algo temblorosas producto de incansables noches de escritura, él era lo que yo me negué a ser: una entidad. Es complejo el dejar de ser humano o inhumano así de la nada, le contaba mis hazañas con el avión, con el motor apagado vagando por los cielos...él me transmitía cuánto había pasado para ser 'lo que era', que si bien era una entidad, tal concepto era tan amplio que asustaba.

Creo que Oliver Custer va a llegar lejos por ser un hombre que con menos de treinta ya sabe qué es el dolor, la ira, la soledad y lo tenebrosa que puede ser la vida, pero más allá de eso, porque él con un breve compás hipnotiza a la gente.


El gran CusterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora