Dron temido

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Conozco a Oliver Custer de la misma manera que otros: por medio del vicio. Siempre me pareció una mujer en el cuerpo de un hombre, al menos sus reacciones y su manera de pensar lo sugerían, no porque fuera afeminado, de hecho, su voz era tan ronca que generaba fluidos vaginales, pero sí había una delicadeza presente en él bastante única, igualmente, la violencia que probablemente todos han notado al ver sus grandes ojos perdidos.


Le pedí su gran caja de fósforos, en ese entonces no estaba ebrio ni nada similar, sólo olía a cigarrillo, tenía un pantaloncillo verde oscuro y una camisa verde árbol. Pero antes me le presenté con una sonrisa, intenté seducirlo para que también me diera unos cigarrilos por simpatía, para no decir "gratuitos". Caí en la casualidad de que yo era su tipo de chica, al menos eso pensé en unos diez minutos antes de hablar con él, porque él no tiene un tipo específico de persona, él puede estar con todos y con nadie, es malcriado e inteligentemente desquiciado, además de cambiar drásticamente en segundos, con sólo acomodarse el cabello, con la brisa alborotándolo, con cualquier cosa.

Era un desastre en el sentido de que se veía agotado, me confesó que tenía dos meses levantándose a las cuatro de la mañana de lunes a viernes, no hubo necesidad de que me dijera que se acostaba tarde. Le comenté que una vez nos habíamos ido juntos en el transporte de ida y que él se había recostado de mí, por lo mismo, su falta de sueño, pero eso era común allí, todos éramos universitarios, humanos e inhumanos, era ciertamente lógico el quedarse dormido ante la más mínima oportunidad, aunque yo ignoraba la verdadera razón de por qué se acostaba tan tarde.

- Últimamente escucho voces, muchas, pero no sé qué dicen, tampoco por qué me hablan a mí cuando ya tengo suficientes problemas. A veces logro identificar tonos, personas que quiero mucho, pero no entiendo lo que dicen, desearía saberlo - rascó sus piernas - Siempre me negué a ir a un psiquiatra por mi egocentrismo, por creerme estable y apto para muchas cosas, te mentiría al decirte que no me siento mucho mejor hablando con una completa desconocida, pero también me excedería un poco al decirte que me alegro de haberme quedado dormido junto a ti, ya decía yo que el olor resultante del cigarrillo que fumaste y del tuyo me era familiar.

Armaba las cosas con una facilidad tremenda, era despiadado y meticuloso, Oliver Custer con una mirada sabía dónde penetrar, o al menos tenía una idea. Todos los que habíamos hablando con él lo sabíamos: iba a llegar a un sitio en donde nadie había pisado, metafóricamente hablando. Él preocupaba de vez en cuando con aquellas miradas más perdidas de lo usual, con esa profundidad bárbara, sentía sus ganas de matar, las compartía cuando fumábamos del mismo cigarrillo. 

También le pedí que me leyera algo, me gustaba muchísimo su voz ronca, él esperaba a unos amigos para ir a beber y éstos no llegaban, llevábamos siete cigarrillos entre los dos y yo tenía cada vez más ansiedad por él. Pero no pasó más allá de un beso indirecto gracias a los varios cigarrillos, de haber pasado probablemente estaría un poco desquiciada por ese hombre, no lo evité por ello, lo evité porque sé que él se irá tarde o temprano, cruelmente, de lo que podamos llegar a ser, me duela o no, y ya estoy harta de ello, debo confesar otra cosa: no miren sus ojos, caerán.

El gran CusterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora