Capítulo 3

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- ¿Luna me había dicho que quería el bocadillo de jamón o de queso? -le preguntó la rubia a su mujer mientras echaba un generoso chorro de aceite al pan que acababa de cortar, pues así era como le gustaba a su hija.

- No lo sé -negó Ana, quien andaba apresurada fregando platos a un par de metros de Mimi- Ponle jamón, que seguro que de eso no se queja -añadió dándole una solución a su problema.

La niña no era para nada quisquillosa con la comida, y la verdad es que aquello era toda una suerte. Siendo cinco en casa, era difícil contentar siempre a todas las bocas, y teniendo en cuenta que Aurora nunca terminaba de estar conforme con lo que le servían en el plato, agradecían que Luna compensase aquello de alguna forma.

- Pues jamón para las tres y se acabó -comentó Mimi mientras procedía a preparar los desayunos de las chicas. No era algo que acostumbrase a hacer, pero aquella mañana iban con el tiempo bastante justo, así que les hizo el favor- Mira, ya está aquí -añadió al escuchar el timbre de casa.

- ¡Voy! -exclamó la morena dejando lo que estaba haciendo para ir a abrir, pues sabía de sobras quién era- ¡Buenos días! -saludó al hombre dándole un par de besos.

- ¡Hola! -respondió este- ¿Qué? Como siempre, ¿no? -adivinó sin que le dijeran nada.

- Como siempre -asintió la mujer- Anda, entra, que a estas hay que esperarlas sentado -bromeó mientras se hacía a un lado para que pasase al interior de la casa, y a continuación cerró la puerta.

Mario entró con total normalidad y sin sorprenderse de aquello. El llegar tarde a todos sitios era más que habitual en sus hijas, así que ya había aprendido a tomárselo con calma. Cierto era que durante años las pequeñas lo habían esperado con impaciencia en la puerta de casa, y no precisamente porque fuese él el que llegase tarde, pero con el paso del tiempo, aquellos reencuentros semanales con sus padres fueron perdiendo emoción. En esos momentos, el tiempo pasaba más rápido y cada vez más cosas empezaban a ocupar espacio en sus cabezas, así que aquellas recogidas simplemente se habían convertido en una cita más de su apretada agenda semanal.

- ¿Cómo ha ido por Noruega? -se interesó el hombre, quién ciertamente se alegraba por el viaje que sus hijas habían podido disfrutar junto a su madre.

- Muy bien, ha sido un viaje muy bonito -respondió Ana mientras acompañaba al hombre a la cocina, lugar de reunión por excelencia en aquella casa- Pero bueno, ya te lo contarán las niñas, que tienen muchas ganas -añadió sin querer avanzarle más sobre su aventura-Creo que las dos lo han pasado muy bien -opinó sin querer lanzarse del todo a la piscina.

- Pues ya veremos si Lea me cuenta el secreto para que lo haya pasado bien en familia -respondió el padre mostrándose algo preocupado por su hija, como era normal- La verdad es que estoy algo desesperado con esto de la adolescencia -le confesó.

En aquel asunto, nadie podía comprenderlo como lo hacía Ana. Era evidente que tenían algo que los unía y les uniría para siempre, así que siempre habían tratado de remar a favor de ellas. Precisamente por aquello, era habitual que sucedieran aquellas charlas espontáneas en casa de ambos. De hecho, a veces incluso quedaban expresamente para hacerlo, y sin duda alguna, mantener esa buena relación había sido la decisión más acertada a la hora de separarse.

- No creas que por aquí estemos mucho más tranquilas... -respondió Ana admitiendo que ella también estaba bastante perdida con aquello- Y creo que ese es el problema. Ella ya está revolucionada por sí sola y no creo que le venga bien que le demos caña. Nos va a costar, pero tenemos que dejarle más espacio -añadió reflexionando en voz alta.

- Supongo que tienes razón, aunque se me hace complicado tenerla encerrada en el cuarto día y noche -respondió Maria, siendo sincero. Una cosa era intentarlo, pero otra muy distinta era lograrlo.

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