Capítulo 1: Decidir y actuar.

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Yamaguchi no sabía diferenciar cuándo temblaban sus manos de cuando lo hacía todo su cuerpo, lo cual era extraño a la par que preocupante. Al menos, no se tambaleó al andar. Podrá ser el chico con el sistema inmunológico más débil, con menos resistencia y más torpe de la historia de la humanidad, pero fuerza de voluntad y decisión a cumplir con un objetivo que se había propuesto, no le faltaba. ¿Y cómo había llegado a tomarla para empezar? Bueno, lo cierto es que había fantaseado con hacerlo varias veces, pero nunca se había atrevido a hacerlo realmente, no por falta de oportunidades, sino por ausencia de una estrategia lo suficientemente hábil como para convencerle de que aquel plan sería un éxito una vez se ejecutara. Tenía que encontrar un punto de inflexión que derribara paulatinamente a su oponente, a pesar de todas las defensas que este pudiera plantear. Bloqueos, quizá era una metáfora más adecuada debido a su afición en común. Continuó con la alegoría usando conceptos de volleyball casi inconscientemente. Sonrió recordando que era mejor no actuar de manera precavida para que no ocurriera algo similar con su confesión a lo que había sucedido en el partido en el que hizo su primer servicio jugando con su equipo. Al igual que se propuso aprender saques flotantes para poder ser útil en aquel entonces, debía tratar la situación de hablarle al bloqueador central sobre sus sentimientos de manera lenta, progresiva y practicando antes de hacerlo. La idea definitiva se le había ocurrido conversando con el rubio sobre sus numerosas cartas de amor de admiradoras anónimas. Las cartas siempre habían sido parte del día a día de la taquilla de Tsukishima, pero habían sido mucho más frecuentes tras su participación y gran papel en la recta final contra el Shiratorizawa. No sabía si su repentina inspiración fue ocasionada por aquella oleada incómoda de chicas nerviosas que esperaban la reacción de Kei, escondidas por su puesto tras otras taquillas en la lejanía, o si había sido lo que el alto había dicho.

"Quizá me siento un poco mal tirándolas. ¿Debería leerlas antes de hacerlo?" Y el tono que usó al formular la pregunta mientras lo miraba le informó de que buscaba su consejo.

"¡Yo las leería, Tsukki! Quién sabe, quizá entre todas esas cartas haya una interesante, escrita por tu media naranja." Habló el peliverde con una sonrisa idiota pintada en su cara de oreja a oreja, con un pequeño sonrojo que disimulaba sus pecas. "Si no quieres leerlas solo, puedo hacerlo contigo, podemos quedar luego de salir de las prácticas, ¿vale? Seguro que de esta manera será más entretenido."

Y contra todo pronóstico, el de gafas aceptó, y aquella se convirtió en una rutina más de las que ellos dos tenían. Las leían después de haber visto una película juntos, o un documental, dependiendo de quién fuera el turno de escoger. Las cartas resultaban ser bastante aburridas, con mala redacción, cosa que solía ser compensada con la buena caligrafía, aunque excesivamente ornamentada. Encima, los diferentes colores y cambios de tinta hacían que su vista se fuera cansando a medida que las leían. El contenido solían ser fantasías de las chicas, bastante superficiales. Afortunadamente la gran mayoría no hacía comentarios obscenos -con la gran mayoría, indicaba que sí que había alguna que otra -. Nunca hubo ninguna que sonara a un sentimiento real, todas se sentían demasiado artificiales. Es por eso que la bombilla del menor se iluminó. Anonimato. ¿Por qué no se le había ocurrido aquella maravillosa idea? El calor del abrazo que podía esconderte, pero al mismo tiempo jugar a ver qué ocurría con lo que escribías. Comprobar qué clase de cosa le gustaría leer más. Aquel mismo día en el que tuvo aquella ocurrencia la llevó a cabo en cuanto llegó a casa. Hacía bastante que el cielo pasó de anaranjado a un azul oscuro, iluminado por el paisaje que más cautivaba a Tadashi. El cielo nocturno era siempre lo que había deseado, su idealización de lo que quería con su mejor amigo. Estrellas rodeando a la luna. Él era las estrellas, y el chico que le gustaba, la luna. Las estrellas eran amigables, siempre acompañadas de otras estrellas, siempre alimentando con su luz a otras, siempre explotando, corriendo, cayendo. En cambio, la luna estaba solitaria en el firmamento, limitándose a cumplir sin mucho interés en particular su papel como satélite. Cada vez que miraba la escena desde su ventana, sentía que no debía rendirse. Como si la noche se llevara todas sus inseguridades para dar paso a la esperanza, aquello que movía a los humanos que nunca estaban satisfechos con lo que les ha tocado. Con la luna y las estrellas de testigo escribiría su primera carta de amor, la primera confesión de sus sentimientos más íntimos.

De tu Crux (TsukiYama)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora