CAPITULO 44

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REINA ROJA.

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Barbara Quinn.


Semanas después (Muchas).



La música suave me envuelve y los ojos se me cierran, moviéndome de un lado a otro. Las gotas que caen contra el vidrio solo vuelven perfecto el ambiente. Mis pies se deslizan, mi cabello moviéndose y mi vestido deslizándose por el piso. Canturreo en voz baja, y doy un sorbo pequeño al vino que tengo en la copa.

El trueno ilumina el cielo que está oscuro por las nubes negras. Sigo moviéndome, porque no me altera. Los demonios dejan de existir cuando los consumes y vuelven parte de ti. Las pesadillas dejan de susurrar cuando huelen lo podrido que estás y lo peligroso que eres.

Me muevo a la mesa donde agarro el cuchillo y subo el volumen de la música.

Lleno mi copa de vino y me meto una bocanada grande en mi boca de ensalada. Sigo bailando, disfrutando mi tiempo, porque esta es mi hora favorita del día. Atender a mis invitados, escuchar música y comer. No hay nada que me dé más felicidad esto.

Doy otro bocado y otro sorbo antes de voltear y, agarrar un pañuelo bajando los cuatros escalones que dividen a la habitación.

Me muevo hacia el centro y me acomodo en mi asiento. Doblo mi pierna debajo de mi antes de sacar unos guantes látex para no ensuciarme las manos.

El gimoteo de dolor me hace mirar de reojo, encontrando al hombre de ojos verdes oscuros, que se está moviendo en su silla, tratando de huir de mi inútilmente. Los ojos los tiene rojos y el miedo que veo solo me hace sonreírle con suavidad, mientras me acomodo en el asiento.

Tiembla cuando le rozo la mejilla.

—Shhh, te ayudaré. —Susurro en tono suave. Los ojos se le llenan de lágrimas y limpio las gotas que se deslizan por su mejilla. —No te haré daño. Has sido una buena mascota.

El sonido que emite suena más a una súplica, a un grito de solo querer morir, así que canto en voz baja, para que no tenga miedo. Le doy un último toque en su mejilla antes de apartarme y bajar mi atención a su estómago.

—Veremos cómo están estos chicos. —Hablo levantando la tela de su camiseta. Trago saliva, arrugando la nariz.

—Te están comiendo. —Susurro, agarrando una pinza y empiezo a extraer los gusanos que lo han estado devorando por estos días. —Te sentirás mejor en unos minutos.

Gime y levanto la mirada, encontrándome con sus ojos. Los huesos le han salido y parte de su cabeza está llena de gusanos.

—¿Quieres decir algo? —Bajo de nuevo mi atención a su estómago, pero no me contesta. —¿Qué sucede? ¿Temes hablar?

Gime nuevamente y levanto la mirada. Me lo quedo mirando y.... abre la boca.

—Equivocación mía. —Sonrió y bajo la mirada. —Se me olvidó que te corté la lengua esta mañana.

Gruñe y me quedo quieta. Su respiración se dispara y se tensa.

—¿Me gruñiste? —Pregunto mirándolo.

Sus ojos están abiertos y niega la cabeza. Chasqueo la lengua.

—Mentiras, mentiras, sabes... —Gruñe con fuerza cuando hundo mis dedos en su herida, sacando los gusanos. —que no me gustan ¿cierto?

QUINN ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora