Alguien Parecido

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Ivan avanzó entre la gente, vestía un traje negro y una pajarita del mismo color. Entre sus manos llevaba una corona de flores blancas. Detrás de él podía sentir los pasos de su papá Jorge, quien también llevaba un arreglo floral como el suyo, pero un poco más grande.

El pequeño se detuvo frente a una tumba con una placa dorada adosada a la columna de concreto, Ivan se pudo dar cuenta de sus avances en la lectura al leer el nombre de su abuelo: Alberto Anzaldo.Tras ello, dejó su corona a los pies de la tumba y se hizo a un lado para que Jorge hiciera lo mismo. Luego, sujeto a la mano de su padre, escuchó las palabras de un pastor y guardó silencio cuando todos lo hicieron, imitando sus cabezas gachas.

Él no había conocido a su abuelo, éste había muerto cuando su papá era todavía un niño, así que había sido imposible. Pero a pesar de ello siempre escuchaba las historias que le contaban de él con mucho entusiasmo y respeto. Quería a su abuelo por oídas, más de lo que quería a su abuelo postizo por sus acciones. Y es que ese no era tan amable con él como debía ser, no lo quería como nieto e Ivan, en consecuencia, no lo quería como abuelo.

Al terminar la ceremonia todos se fueron a la mansión Anzaldo, donde hicieron una reunión. A Ivan todo eso lo aburría, porque todos eran señores grandes y algunos canosos, que hablan de cosas que él no entendía; las señoras que iban le pellizcaban las mejillas y le daban dulces rancios, ellas no le caían tan mal, pero siempre le dejaban adoloridos los cachetes. Los únicos que le caían bien eran su papá Jorge, su tío Lalo, su tío Sahit, su tía Danna y el esposo de ésta. Ellos siempre lo trataban con cariño y jugaban un rato con él.

—Ve a cambiarte, Ivan —le pidió Jorge en cuanto cruzaron las puertas de su hogar.

Ivan obedeció sin rechistar, ya se había cansado del traje ese y de la pajarita que le parecía ridícula. Subió a su habitación y se cambió. Cuando bajó se dio cuenta que ya había bocadillos en la enorme mesa que habían dispuesto en el salón de baile. Encontró los emparedados de crema de cacahuate y fue por una silla para alcanzarlos, pero en el camino se encontró con su tío Lalo, quien le llenó un plato con ellos.

Contento, Ivan fue a sentarse en las escaleras del vestíbulo. Ahí no había nadie que lo molestara, excepto...

César y Roger con una copa de whisky en una de sus manos charlaban en voz baja medio ocultos tras una columna del vestíbulo. Ivan los vio mientras comía, no pudo escuchar nada de lo que decían, pero no importaba, lucían raros. Fue Cesar quien se dio cuenta de su presencia y calló al otro con un gesto.

—Ivan —le dijo con una enorme, pero falsa, sonrisa —, ¿qué haces aquí, muchacho? La fiesta está en el salón.

—No hay donde me pueda sentar allá —dijo Ivan con medio emparedado en las mejillas —. ¿De qué hablan?

Los dos hombres se miraron y carraspearon.

—Nada que incumba a los niños —dijo Roger y se acercó a él —. Vamos con tu padre.

Roger tendió su mano libre al pequeño, quien no tuvo de otra que sujetar su plato y darle la mano. De soslayó vio a Julio seguirlos.

—Se te perdió —dijo Roger al entregar a Ivan con Jorge.

Éste último frunció el ceño.

—Está en su casa, puede ir a dónde quiera —lo defendió —. ¿Te interrumpió en algo?

Jorge miró a Roger y luego a Julio con el ceño fruncido.

—Nada importante, hijo —dijo Julio y se acercó para palmearle el hombro —. No pongas esa cara, hoy en el aniversario luctuoso de mi mejor amigo y tu padre, no quiero que hablemos de negocios.

La brújula del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora