La brújula del Alma

Permiso

Era sábado por la mañana y, como siempre, Carlitos atravesó la puerta de la mansión Anzaldo para visitar a su alma gemela. Ivan estaba en su habitación en su escritorio haciendo su tarea.

—Ivani —le dijo Carlitos al tumbarse en la cama de éste —, deja de hacer tarea es sábado.

—Pero si no la hago hoy, tendré que hacerla mañana, y mañana es domingo, en domingo no se hace tarea.

Carlitos levantó una ceja, no era quién para decirle nada sobre la tarea, él hacía la tarea en el autobús de camino a la escuela y a veces, tentaba a la suerte haciéndola mientras el profesor revisaba la de sus compañeros.

—Es que te tengo una sorpresa —dijo Carlitos mirando las estrellas pegadas en el techo.

—¿Cuál? —preguntó Ivan mientras terminaba de sumar 5+4.

—Mi mamá la consiguió.

Ivan levantó la vista del cuaderno y volteó a verlo por encima de su hombro.

—¿En serio? —preguntó.

Carlitos levantó una hojita de papel al aire.

Ivan soltó el lápiz y le arrebató la hojita.

—¿Podemos ir? —preguntó.

—Sí, yo sé cómo llegar.

—¡Vamos! No podemos esperar al lunes.

Carlitos estuvo de acuerdo con él y saltó de la cama. Los dos muchachos salieron de la habitación felices. La mamá de Carlitos había conseguido la dirección del señor guapo, como Wade le decía, con el profesor de la escuela de pintura, bajo el pretexto de que iba a mandarle un regalo sorpresa por aguantar tanto a Carlitos, lo cual era verdad, pero su hijo había capitalizado el asunto. Él e Ivan ya habían hecho su trabajo: se habían hecho amigos del señor guapo, ahora era la hora de pedirle el enorme favor de hacerse pasar por el papá de Ivan en la excursión del próximo fin de semana. No tenían margen de error, era ahora o nunca.

Al pie de las escaleras, sin embargo, su alegría se eclipsó un poco al ver al padrastro de Ivan.

—¿A dónde van? —les preguntó.

—Vamos al parque—inventó Carlitos al vuelo.

—Aquí hay un jardín enorme, jueguen aquí.

Ivan hizo un puchero, su padrastro siempre encontraba la manera de aguadarle las cosas.

—Es que vamos a jugar fut con unos amigos de la escuela —improvisó Carlitos con maestría.

Roger levantó una ceja.

—¿Y tus amigos dejarán jugar a esta pulga? —dijo refiriéndose a Ivan, quien era menor que Carlitos y por ende, también más bajito.

Carlitos pasó su brazo por los hombros de Ivan y sonrió socarrónamente.

—Por supuesto, es la estrella del equipo, es súper rápido, se mete en cualquier lado y cuando te das cuenta ¡GOL!

Jorge escuchó ese último grito cuando iba entrando a la casa, regresaba de una ardua noche de trabajo y estaba cansado, pero no tanto como para no notar que ahí pasaba algo.

—¿Qué sucede? —preguntó.

Ivan, al verlo, sonrió y corrió hacia él.

—Papi, Carlitos y yo iremos a jugar fútbol al parque, ¿puedo ir?

—Sí, suegrito déjelo ir.

—Primero, Carlitos—Jorge se apretó el puente de la nariz —. No me digas así, mocoso, ya quisieras. Y segundo, sí, puedes ir, Ivan. Pero no regresen muy tarde.