Reencuentro

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Don Guillermo agregó azúcar a su taza de café y mientras la revolvía volteó a ver a su hijo, quien parecía demasiado tranquilo y feliz, a comparación de días anteriores. Por supuesto, después de despertar del coma y recibir malas noticias, Diego había estado cabizbajo y, ciertamente, desalentado. Don Guillermo llegó a temer que no quisiera seguir con sus tratamientos ni terapias, que cayera en una fuerte depresión o que, incluso, renunciara a la vida. Pero Diego, a pesar del dolor que experimentaba, de la desorientación que sentía cada día que salía a la calle o veía algo en los medios, había tratado de adaptarse a su nueva situación. Y cada día lo veía mejor. Diego se concentraba en sus ejercicios, en sus citas médicas y, en fin, en tratar de encontrarse de nuevo; así que don Guillermo no podía estar más que orgulloso de su hijo.

Pero el dolor no se había ido, sabía que las heridas que seguían abiertas no se encontraban en la superficie, no eran siquiera físicas. Por eso, no dejaba de temer, porque las heridas del alma y del corazón son las que más daño causan. Hacía poco había tenido un nuevo temor, y era esa felicidad que Diego sentía al descubrir que Ivan era su hijo, porque en caso de que no fuera así, entonces todo el castillo de naipes que había estado construyendo se derrumbaría, y él no sabía si su hijo lograría reponerse de otro golpe así.

—Diego, ¿estás seguro de lo que dices? Quizás no viste bien—le había dicho cuando Diego regresó diciéndole que tenía un hijo.

—Pero, papá —había respondido él —, lo corroboré más de una vez. Además, desde el principio sentí una conexión y tiene seis años, tiene la edad justa para ser mi hijo.

Don Guillermo no quería que se ilusionara, pero ¿qué podía hacer si él parecía tan feliz? Y con la última visita del niño, la seguridad de Diego se le había contagiado. Y pensándolo bien, no tenía nada de malo, lo que sí consideraba malo o más bien, peligroso, era lo que ahora su hijo quería hacer, y era reencontrarse con Jorge.

Era lunes por la mañana y don Guillermo se tomó su café, mientras veía a Diego entusiasmado con el asunto, preparándose para el momento. No sabía que creía Diego que sería volverlo a ver, pero él estaba seguro de que no sería nada parecido a un cuento de hadas.

—Tal vez, él no quería que Ivan estuviera a tu lado —le dijo —. El niño cree que estás muerto porque Jorge no quiere que tenga contacto contigo.

—Papá —replicó Diego —. Si así fuera, no le habría hablado de mí, no le habría dado un álbum de fotografías mías. Si hubiera querido desaparecerme de su vida, le habría dicho que ese tal Roger es su padre y fin del asunto. Pero no, Ivan sabe quién soy, Jorge no se lo ocultó.

—¿Crees que Jorge piensa que estás muerto de verdad?

Diego asintió.

—Pero él me escribió y me dijo todas esas cosas —dijo él con el ceño fruncido.

—Por eso quiero saber su historia.

—¿Y si no te reconoce? ¿Si piensa que eres un farsante?

Diego se encogió de hombros y levantó unas tijeras pequeñas.

—Lo ayudaré.

                                                                                            ***

Jorge salió de la ducha y se secó el cabello frente al espejo del baño. Cuando apartó la toalla y vio su reflejo, suspiró. Por alguna razón se sentía nervioso, sabía que tenía que ver con la reunión que tendría en la tarde con el amigo de Ivan. Sabía su respuesta en cuanto a la excursión, pero pensar, sólo imaginar, que ese hombre guardaba un parecido con su alma gemela...

La brújula del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora