El interior de la brújula

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Como parte de su terapia para recuperarse del coma, el psiquiatra le recomendó a Diego que encontrara un pasatiempo que estimulará su mente. Diego no tuvo que pensarlo, escogió la pintura para liberar su ansiedad y el estrés que le provocaba la pérdida de su vida. Le recomendaron una clase grupal, para que también socialize un poco, y comenzó a asistir después de sus terapias físicas.

Todos los días, se sentaba por dos horas frente a un lienzo y lograba así la paz y el silencio que necesitaba en su mente. Cada tercer día, el silencio era perturbado por un pequeño travieso que acompañaba a su madre. Carlos, como se llamaba el niño, se sentaba a lado de él en un banco y hablaba y hablaba sin cansarse. Diego, sin embargo, encontraba reconfortante aquello de alguna manera, le divertía como era el niño, le hacía sentir bien.

Un día, Carlos llegó a la clase con otro niño, uno más pequeño, con el cabello castaño, un tanto ondulado, de grandes y brillantes ojos del mismo color. En cuanto lo vio, no pudo evitar sonreír, porque le recordó a alguien con esas mismas características. Pero, así como la sonrisa apareció, así se desvaneció.

Mientras la madre de Carlos ocupaba su lugar, éste y su amigo se acercaron a él con cierta algarabía.

—Hola, señor guapo —dijo Carlos al llegar a su lado.

Como siempre, Diego sacudió la cabeza y sonrió.

—Hola, Carlitos.

—Te presento a mi amigo, Ivan.

—Mucho gusto, Ivan —Diego le tendió la mano y le sonrió.

Ivan le devolvió la sonrisa y le tomó la mano. Diego estrechó esa pequeña mano suavemente. Ivan le miró con atención, no era exactamente como su papá. Sí, era castaño, y tenía los ojos color miel oscuro, pero su cabello era un poco más largo y llevaba una tupida barba.

—¿Son amigos del colegio? —preguntó Diego cortésmente.

—¡Sí! — dijo Carlitos y agregó con una gran felicidad —: ¡Y somos almas gemelas! Mira, enséñale, Ivani!.

Tanto Ivan como Calos se descubrieron los antebrazos, Diego vio sus pequeñas brújulas señalándose uno al otro perfectamente.

—Mira, señor guapo, no importa a donde vaya, siempre señala a Ivani —Carlos para demostrar su punto rodeó a Ivan. En efecto, sus flechas se seguían.

Diego sintió como si le golpearan el estómago, pero trató de mantener su sonrisa.

—Se encontraron muy pronto —dijo —. Cuídense mucho uno al otro, no se separen, no importa qué.

No todas las almas gemelas se amaban románticamente, pero él sabía que no había nada más feliz en la vida que compartir tiempo y vida con el alma gemela.

Ante sus palabras, los dos niños asintieron. En ese momento, el profesor entró en la sala y les pidió a los niños que se sentaran quietos o que se pusieran a pintar. Ivan quiso intentarlo y se instaló a un lado de Diego junto a Carlos. Como ejercicio del día tenían que pintar un paisaje.

Diego comenzó a pintar un bosque de pinos, un poco sombrío, pero muy detallado. Ivan trató de pintar el lugar al que irían de excursión.

—Ah, es el campamento —dijo Carlos cuando Ivan pintó una casa de campaña con pintura café —. Mira, señor guapo.

Diego se inclinó para ver la pintura. Era una pintura infantil, por supuesto, pero tenía bastante idea de lo que estaba haciendo.

—¿Fueron de campamento? —preguntó.

—Vamos a ir con nuestra unidad de niños exploradores—dijo Carlos —. Vamos a perseguir ardillas.

—No, vamos a cuidarlas —lo corrigió Ivan.

La brújula del AlmaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora