Capítulo 2// Sam y Candace.

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Bajo del autobús y me dirijo a la entrada del instituto.
Una vez dentro, voy hacia donde está mi casillero, el cual abro y meto los cuadernos.

Me quedo con el cuaderno de matemáticas, ya que, según el horario, esa es mi primera clase del día.

¡Vaya forma de comenzar el día!

—¡Bu! —Doy un brinco y giro la cabeza para ver quién fue la persona que susurró en mi oído.

—¡Sam, me asustaste! —Él suelta una leve risa.

Sam es un chico rubio, con ojos color esmeralda, los cuales brillaban con la luz del día, su cara parece tallada por los mismos dioses; con una nariz perfilada, labios llenos y rosados, los pómulos enmarcados, su piel pálida, buena altura, delgado pero con músculos definidos.

—Hola, princesita —saluda, haciéndome sonreír al escuchar el apodo.

—Hola, príncipe —le devuelvo de la misma forma.

—¿Cómo has estado? —pregunta.

—Bien, bien —respondo.

—Me alegra oír eso.

—¿Tú qué tal? —pregunto, mirándolo a los ojos.

—Mejor que antes, eso sin duda.

—Es bueno oír eso. —Él me sonríe en respuesta a mis palabras—. Y... ¿qué haces por aquí? —indago.

—Vine a buscar unos papeles y arreglar unos asuntos pendientes.

—Ah, vale. ¿Te vas a la universidad?

—Sí, para eso vine a buscar los papeles, por si la universidad me los pide. Ya sabes.

—Claro. Entiendo.

Sam es un año mayor que yo, puesto que mientras yo comenzaba mi último año en preparatoria, él empezaba su primer año en la universidad.

—Bueno, tengo que ir a buscar los benditos papeles esos, así que te dejo para que vayas a clases —dice. Luego se acerca y me da un abrazo fuerte, el cual yo le correspondo.

Hace tanto tiempo que no lo abrazaba y la verdad es que extrañaba mucho hacerlo.

Él me da un apretón para luego acercarse a mi oído y decir:

—Que tengas un buen día, Emma. Recuerda siempre que te quiero mucho.

—Yo también te quiero mucho, Sam.

La nostalgia y las ganas de llorar me envolvieron junto con los recuerdos que se acumulaban en mi mente. Decido apartarlos de sopetón. No quiero llorar más por eso. Además, no es el lugar ni el momento para hacerlo.

Pasado unos segundos, nos separamos y nos miramos a la cara.

—Adiós, princesita —se despide.

—Adiós, príncipe.

Nos dimos una última sonrisa y luego él sigue su camino mientras yo me quedo ahí parada, en mi casillero, viéndolo irse y con una sensación rara en mi pecho.

—¡Emma!

Me volteo a ver quién me llama y, en el pasillo atestado de alumnos, puedo divisar a la persona dueña del grito, la cual llega a mi encuentro en menos de cinco minutos.

—Hola, Candace —la saluda. Ella me da un abrazo que yo correspondo con gusto.

Candace es una chica alta y delgada, pero con curvas marcadas y voluptuosas. Su cabello es largo, liso y de color rubio oscuro; su cara es de rasgos perfilados y sin imperfecciones, y su piel tiene un ligero bronceado.

Las heridas que hay que sanar (Libro #1 de la bilogía "Sanando Heridas")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora