Llega el día más esperado, pero a la vez el menos esperado.
Miércoles.
Hago la misma rutina de la semana: me levanto en la mañana, me alisto, desayuno, me despido de mi madre y voy al instituto. Ahí asisto a todas mis clases y cuando salgo, me dirijo a una florería que está cerca para comprar unas flores que me encargó mamá.
Llego a casa más temprano de lo habitual ya que el profesor que da la última clase tuvo una emergencia y, como era la última que veía, libré dos horas antes de lo normal.
Subo las escaleras para ir a mi habitación, me adentro en esta y dejo la mochila en la silla del escritorio. Entro en el baño y me doy una ducha corta para luego salir envuelta en una toalla y vestirme.
Me peino el cabello y salgo de mi habitación para bajar las escaleras e ir a la sala. En esta está mi madre caminando de un lado a otro, verificando que todo esté bien ordenado.
—Mamá, ¿podrías dejar de hacer eso? Todo está bien, todo está en orden.
—¿Segura? Es que siento que falta algo. ¿Trajiste las flores?
—Estoy segura, mamá, y sí, traje las flores. Es más, traje las que más les gusta a ustedes.
—¿Los tulipanes?
—Las mismas.
—Gracias, cariño.
—No hay de qué. Ahora, anda a ver la comida.
—Ah, cierto. La comida.
Ella se va a la cocina y yo me quedo en la sala, negando con la cabeza.
Mamá suele cambiar mucho de humor; a veces está feliz, a veces triste, a veces ansiosa, a veces preocupada, a veces energética y a veces deprimida. Eso sí, no repite humor dos días seguidos.
Me sobresalto al escuchar el sonido del timbre, el cual me saca de mis pensamientos. Con poca fuerza de voluntad, voy al recibidor y al llegar a este, veo que alguien se posiciona a mi lado. Cuando miro, me doy cuenta que es mi madre, quien llegó más rápido que el Rayo McQueen.
Puedo ver sus nerviosismo cuando se dirige a abrir la puerta y yo me quedo a su lado un poco ansiosa.
Cuando mamá abre la puerta, su expresión cambia de preocupación a emoción.
—¡Suzanne! ¡Aleksei! —saluda mi madre alegremente.
—¡Jane! —le devuelve Suzanne de la misma forma.
Veo que las dos figuras entran al recibidor y mamá cierra la puerta detrás de ellos. Tía Suzanne y mamá no pierden tiempo en darse un abrazo fuerte.
A veces no las entiendo, se saludan como si no se vieran todos los días en el trabajo, pero creo que simplemente así es su amistad.
Mamá se aparta de la tía Suzanne y se acerca a Aleksei, así que aprovecho para saludarla yo. Me acerco a ella y le doy un abrazo que ella me devuelve con fuerza.
No puedo hacer más que sonreír y corresponderle. Nunca he podido negarme a sus muestras de afectos.
—Hola, tía Suzanne —saludo y luego nos separamos.
—Emma, cariño, ¿cómo has estado?
—Bien, bien. ¿Tú qué tal? ¿Cómo te trata la vida?
—No me puedo quejar. ¡Pero mírate! Ya estás muy grande y hermosa —comenta, sacándome una risa.
—Gracias, tía —digo con una sonrisa—. Pero te recuerdo que nos vimos hace poco y dijiste lo mismo —recalco.
—Y nunca me canso de decirlo —responde.
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Las heridas que hay que sanar (Libro #1 de la bilogía "Sanando Heridas")
De TodoEmma, una chica "normal" se ve enfrentada a vivir con la mejor amiga de su mamá y con su odioso e insoportable hijo Aleksei. Aleksei, un chico "normal" se ve enfrentado a vivir en la casa de la mejor amiga de su mamá y con la insoportable hija de e...