Leon entró en el bar con cara de pocos amigos y ningunas ganas de hablar. Se había vestido de un modo informal pero elegante, con un pantalón y una camisa negros sobre una americana de ese mismo color. Al menos, dejaría claro que, por él, como si estuviesen en un funeral y él fuera el cadáver cuya paz no se puede perturbar.
Caminó hacia la barra para tomarse una copa —lo único que lo atraía de toda aquella pantomima— y le sorprendió ver sentada allí a una cara conocida: Jill Valentine, agente de la BSAA. Había trabajado con ella en una ocasión y no podía más que decir que era toda una profesional. Ella lo vio de inmediato y le dedicó una alegre sonrisa haciéndole un gesto para que la acompañara.
—¿Qué haces tú por aquí? —la castaña le preguntó curiosa y sorprendida.
—Me temo que lo mismo que tú —él respondió amablemente sentándose a su lado—. El puñetero de Redfield se cree que es tan guapo que nadie puede decirle que no —afirmó burlón.
Ella rió por la broma.
—Quizá sea cierto —dijo con tristeza.
«Maldita sea, Kennedy, te importa una mierda lo que ella se traiga con Chris, no te metas donde no te llaman o lo lamentarás», se ordenó molesto. Sin embargo, se descubrió a sí mismo preguntando:
—¿A qué te refieres? Si no te apetece estar aquí, pues no estés —dijo con sencillez—. De hecho, yo voy a tomarme una copa y me largaré con viento fresco. No sé ni por qué cojones he venido.
—No, por favor, quédate —le pidió angustiada.
—¿De qué va todo esto, Valentine?
—Eso quisiera saber yo. Él me ha dicho que viniese aquí, que tiene algo muy importante que hablar conmigo. Sin embargo, él no ha venido y has aparecido tú —le explicó indignada.
—Ah, no, eso sí que no. Ni voy a hacer de celestino para nadie, ni de árbitro de boxeo, ni me importa una mierda el rollo que él y tú os traigáis entre manos. Me abro —le aseguró, se puso en pie e iba a marcharse pero Jill no se lo permitió. Lo cogió de la mano con fuerza instándolo a sentarse de nuevo.
—Joder, Jill, ya tengo bastante con mis propios rollos, no necesito formar parte de los tuyos. Chris y yo somos compañeros, pero no por eso tengo que ser su padrino de boda —afirmó con sarcasmo.
—¿De qué boda? —ambos escucharon la voz de Chris a sus espaldas, quien los miró suspicaz.
—Bueno, pues nada, ya estáis los dos. Yo me abro —Leon dijo una vez más con desgana.
—De eso nada, chaval. Tu esposa está a punto de llegar, así que, sentadito y pórtate bien —le ordenó con cara de pocos amigos.
—¿Qué esposa ni qué cojones de licker? —protestó con cabreo—. Estás loco, Redfield. Y a mí no me sobra tiempo, precisamente, para aguantar tus tonterías. Búscate quien...
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𝓔𝓝 𝓜𝓘𝓢 𝓢𝓤𝓔Ñ𝓞𝓢
FanfictionClaire Redfield vive obsesionada por dos frases: una pronunciada por una mujer exuberante perteneciente a los SWAT y la otra por el hombre a quien ama en secreto desde hace siete años. "¿Podríamos volver a hacer submarinismo juntos?" "Será un pla...