Los potentes brillos se desvanecieron y poco a poco fue tomando forma el lugar al que fuimos a parar: un templo repleto de personas vestidas con ropas oscuras, sentadas en los bancos que había a ambos lados del pasillo que conducía al púlpito.
Giré un poco la cabeza y vi al demonio ataviado con un elegante trajecito azul marino a medida; una pequeña corbatita roja descendía bien alienada por encima de los botones de la camisita y colgaba entremedio de la chaquetita abierta.
Me extrañé, pero mi sorpresa no hizo más que aumentar cuando vi la manga que me cubría el brazo. Pasé la mano por la chaqueta, rocé la camisa y comprobé que también llevaba puesto un traje a medida del mismo color.
—Estás más presentable —me dijo el diablillo—. Te sienta muy bien vestir decente. Aunque vamos a tener que hacer algo con tu pelo lleno de roña y esa barba sucia. —Enarcó una ceja y se quedó pensativo—. No me extraña que te atacara la mujer a la que le quitaste el cuerpo, debió de pensar que eras uno de esos depravados que acechan subidos a los árboles para lamer las ramas mientras ven pasar mujeres, hombres o robots.
Iba a replicar, ese demonio conseguía irritarme, pero las grandes puertas detrás de nosotros se abrieron y una comitiva se adentró portando un féretro.
—¿Dónde nos hemos metido ahora? —pronuncié en voz baja.
Me eché a un lado para dejar paso, miré al demonio y lo vi sacar muy despacio el regaliz del bolsillo, chuparlo con extrema lentitud y tardar aún más en guardarlo.
—La vida, ¿eh?, ayer estaba aquí y hoy va a acabar con paladas de arena encima —me dijo—. Al menos ya no tendrá que preocuparse de los problemas de los vivos: las hipotecas, los alquileres, el no llegar a fin de mes, las larvas asesinas, los cruasanes carteristas, las aves nocturnas que te picotean y te extorsionan para que les des tu carné y tus datos bancarios. —Centró la mirad en el féretro—. Ahora solo le queda acomodarse ahí dentro y esperar a que haya un apocalipsis zombi para tener una oportunidad de recuperar su cuerpo.
Antes de que pudiera contestar, una mujer que llevaba puesto un largo vestido negro, con un velo oscuro ocultándole el rostro, se me echó encima.
—Mi Clustrafio, mi pobre Clustrafio. —Me cogió la cara y la apretó con fuerza—. Se ha ido tan joven. No es justo. —Gimoteó—. Que me lo devuelvan. Lo quiero conmigo de nuevo.
Otra mujer, también vestida de negro y con otro velo tapándole el rostro, se acercó, se puso a mi espalda y apoyó su cabeza en mí.
—Clustrafio, hermano, ¿por qué? —Me quedé inmóvil, petrificado, mientras sus llantos aumentaban—. ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué te lo has llevado tan pronto?! ¡Tenía toda la vida por delante!
Sin mover la cabeza, observé de reojo al demonio e hice un ligero gesto para que me ayudara. Él me ignoró, se puso a silbar y se miró las uñitas de sus deditos.
—Maldito diablillo... —pronuncié en voz baja al mismo tiempo que veía venir a una docena de mujeres.
—¡Clustrafio! —vociferaron al unísono, antes aferrarse a mí.
Algunas se arrodillaron, me sujetaron los pantalones y tiraron mientras lloraban. No sabía dónde meterme, tenía a gran parte de la familia del pobre Clustrafio encima de mí y no era capaz de escapar. Solo me quedó resignarme y escuchar sus llantos.
Los pañuelos, con los que se secaban las lágrimas y se sonaban las narices, me frotaron la cara y el traje. Parecía mentira que antaño fuera un poderoso dios, heredero de la diarquía; había pasado de ser el gran Urganel a convertirme en un inútil impotente.
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La impotencia de Urganel
FantasyUrganel, un joven dios malcriado que vive por y para el sexo, tras eones entre orgías, perversiones difíciles de imaginar por los mortales y saltos por las realidades para disfrutar de seres y especies diferentes, cruza una línea que lo condena: sin...