El temporal elevaba las olas y convertía la lluvia en una incesante ráfaga de punzantes gotas.
—¡Aguantad! —bramó un mortal desde la popa del alargado barco de madera—. ¡Resistiremos por el dragón! —El hombre de melena rubia enmarañada y ropajes holgados de pieles oscuras gritó y levantó el puño—. ¡Somos los elegidos de la copula!
Alcé la vista y vi la vela enrollada en lo alto del mástil. Trataba de asimilar la nueva realidad cuando una ola gigante zarandeó la embarcación y me hizo perder el equilibrio. Rodé por la cubierta y me detuve cerca de una mujer vestida con prendas negras y ceñidas que tenían varias costuras doradas. Sus botas recubiertas con pieles de animales y su larga capa de pelaje oscuro estaban más humedecidas que el resto de la ropa.
—¿Tú quién eres? —me preguntó, tras clavar su mirada en mis ojos y llevar la mano a la empuñadura de su espada.
Quedé embobado con sus rígidas facciones que, junto con la melena recogida en una cola y su cuerpo de justas curvas, le otorgaban una belleza exótica.
—Soy... —pronuncié, con una sonrisa tonta, sin ser consciente de que había recuperado un poco de mi deseo.
Ergol caminó por encima de mí, me pisó la cabeza, me pegó la cara en la madera mojada, me adelantó y tocó un cuerno de guerra. Elevé la mirada y me quedé extrañado al ver al diablillo vestido con una diminuta versión de las prendas de la mujer y con un yelmo provisto de cuernos.
—Está conmigo, Merashia —le dijo a la mujer, antes de ponerse al lado del mortal que estaba en la popa del barco—. ¡Vamos, escuálidos sacos de carne, preparaos! ¡Qué llegan los tesoreros!
—Si estás con Ergol, entonces nos serás de ayuda —pronunció la mujer con la mirada fija en mi rostro pegado a la cubierta—. ¡Levanta de una vez y deja de babear! ¡Es tiempo de vencer al mar maldito, a los recaudadores y no de copular con el dragón! —Caminó hasta la parte central de la nave, desenvainó la espada y golpeó el mástil con la hoja—. ¡Lucharemos con honor, arrancaremos las entrañas de esas escorias y nos empaparemos los rostros con su sangre y la tinta de sus cuentas!
Me levanté, me fijé en que llevaba prendas parecidas a las de Merashia y me acerqué a Ergol.
—¿De qué la conoces? —le pregunté al diablillo.
El demonio se giró, movió la manita para que me inclinara, me agaché para escucharlo bien en medio del ruido de los gritos de la tripulación, los truenos y el viento, e hizo sonar el cuerno de guerra cerca de mi oído.
—Maldito... —mascullé, casi ensordecido.
Ergol pasó por mi lado, se acercó a la borda y oteó el horizonte.
—¡Los tesoreros envían a sus ratas para cobrar las deudas! —escuché sus gritos atenuados por los fuertes pitidos que me produjo el cuerno de guerra.
Merashia caminó hasta ponerse al lado del diablillo.
—Tienes razón, han enviado a los contables. —Se dio la vuelta y alzó la espada—. ¡Preparad las flechas impagadas! ¡Destrocemos sus facturas antes de que las lancen al barco!
Dirigí la mirada hacia las criaturas mitad humanas mitad bestias que movían las gigantescas alas de plumas de metal que les surgían de las espaldas. Tenían cuerpos de hombres y mujeres, parecían auxiliares de administración, llevaban trajes oscuros, máquinas de escribir atadas a las cinturas, sostenían maletines a punto de estallar por la cantidad de documentos y volaban hacia nosotros cada vez más rápido.
—¿Qué son esas cosas? —pregunté, tras acercarme a Ergol.
El diablillo permaneció en silencio varios segundos con la mirada fija en las criaturas.
ESTÁS LEYENDO
La impotencia de Urganel
FantasyUrganel, un joven dios malcriado que vive por y para el sexo, tras eones entre orgías, perversiones difíciles de imaginar por los mortales y saltos por las realidades para disfrutar de seres y especies diferentes, cruza una línea que lo condena: sin...