La favorita.

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Colocó el pestillo a tientas en la santa oscuridad que los acogía en esos momentos, para Kagome parecía difícil pensar si tenía al hombre besándole el cuello y con sus manos divagando alrededor de todo su cuerpo, especialmente cuando intentó bajar el cierre de su vestido y se vio entorpecido de que el armario de abrigos no era tan buena idea si no había suficiente espacio para hacerla completamente suya, pero haría lo que mejor podría.

Bajó sus manos hacia las caderas donde comenzó a subir gradualmente la falda dándole una placentera y larga caricia cada que tocaba su piel desnuda, y en cuanto estuvo completamente arriba le cargó por los muslos hasta tumbarla contra la pared donde sostuvo completamente su peso y le intentó divisar.

—Soy yo, ¿tienes algún problema con ello? —comentó risueño—. He leído tu historia desde hace algún tiempo y no he podido dejar de pensar en todas aquellas posiciones que, al parecer, deseas internamente que te haga.

— ¿Y planeas hablarlo ahora? —murmuró entre suspiros cuando bajó hacia su cuello a dejar lánguidos chupetes.

—Puedo usar mi boca para otra cosa, si es lo que deseas.

Usó sus dedos para juguetear con su ropa interior y mientras intentaba descifrar cómo hacerlo en el diminuto espacio del armario, paseó su dedo gordo en todo lo largo que lo dejaba su posición, entonces sintió retorcerse a la mujer—. Pero ahora mismo no me importa lo que desees.

Su voz carraspeó unos cuantos gemidos en la última palabra y la hizo estremecer.

— ¿No te importa?

Negó a sabiendas que ella ni siquiera le vería—. Bájame el cierre Kagome.

Demandó, y con torpeza obedeció. Lo siguiente lo hizo casi en automático, poniendo su miembro en la entrada de la chica recorrió su ropa interior para hacerlo, Kagome irguió su cuerpo cuando sintió lo caliente que estaba, y por alguna razón pudo saber que le veía fijamente—. Te haré lo que yo quiera, y espero que aprendas, para que puedas revivirlo en tu siguiente capítulo.

— ¿Esperas que tome nota Sesshomaru? —una sonrisa socarrona apareció en sus labios acercando su cabeza por la nuca, sus labios se tocaron y supo que también se estaba riendo.

Atrevida, hermosa y muy inteligente, no había más que decir, ella era perfecta, la imaginó ruborizada, con aquella sonrisa que no podía dejar de ver desde el primer día que la conoció y los ojos inquisitivos que siempre te estaban investigando, al menos ahora sabía por qué le investigaba siempre, y le encantaba. Le encantaba ser el objeto de sus fantasías.

—Kagome —murmuró en un jocoso tono, entró casi por completo y soltaron un gemido al unísono—. Me alegra que sepas que soy yo.

Reconoció moviéndose con lentitud dentro de ella.

— ¿Por qué? —apenas pudo murmurar hincando la yema de sus dedos en los hombros del hombre.

—Porque te deseo tanto, no podía seguir leyendo sin saber que podría haberte hecho todo lo que escribías si tan sólo me lo hubieses pedido.

Embistió con fuerza mientras acariciaba el botón de su intimidad con delicadeza, aunque era algo difícil, no aguantaba las ganas de llevársela a la casa de una vez por todas, no bastaba una vez, tenían que ser las suficientes que le aguantasen toda la noche—. Si tan sólo me lo hubieras pedido.

Repitió en un hilo luego de escucharla gemir de placer, se estaba estremeciendo y eso sólo indicaba una cosa. Arremetió con más rapidez y bajó hacia su cuello a rebosarse de sabor, de su perfume, de ella misma.

No deseaba nada más que hacerla feliz y hacerle pagar aquellos pensamientos que le hicieron volar la cabeza muchas veces, presionó su cuerpo en cuanto sus pliegues le atraparon más y en un último movimiento Kagome se disolvió en sus brazos encantada.

—Te lo pido ahora Sesshomaru —él rio intentando desprenderse. Su nombre producido en las cuerdas vocales de la mujer sólo causó una gran devastación en su pecho, y entonces lo supo.

Lo supo cada vez que la veía, que cenaban juntos frente a la televisión, que reía a carcajadas con una confianza inaudita, incluso cuando se enteró de las historias, de saber lo grandiosa que era, de lo magnífico que escribía y dejaba cada sentimiento en las palabras, describiendo lo que seguramente sentía, todo aquello que intentó esconder frente a sonrojos y sonrisas tiernas, incluso ahora que se escondía entre maquillaje, vestidos elegantes y perfume caro, era Kagome, la inigualable, que amaba con locura.

Apretó los labios ahogando las palabras que seguramente no serían bien recibidas y le besó, de la manera más tierna que pudo, y para Kagome fue más que eso pues sus piernas se hicieron mantequilla, y para sostenerse le cubrió en un abrazo que iba más allá.

Y en cuanto su beso se vio interrumpido por una ola de sentimiento, pegaron sus frentes intentando encontrarse en la oscuridad.

—Te amo Kagome.

No hubo más, sólo palabras que se llevó el viento seguidas de una sonrisa tímida en cuanto salieron del armario, y el sonido de la música suave los inundó. Los murmullos de las pláticas e incluso el taconeo de las mujeres que se pavoneaban por el lugar buscando recoger miradas, pero durante toda la velada, la única mujer que pudo recoger la suya, fue Kagome Higurashi.

Incluso después de esta cuando subieron al coche y se despidieron de su familia, sólo hubo silencio de fondo la música estruendosa de Sessh, que siempre le pareció terrible a la mujer, pero escucharlo cantar a todo pulmón sólo le hacía reconocer que también estaba enamorada de él, pero ¿cómo se atrevería a decirlo ahora?

Aunque para Sesshomaru no parecía importante, el expresar sus sentimientos no tenían la necesidad de ser recíproco, no obstante, muy en el fondo sí lo deseaba, y si tuviese que darle el tiempo necesario para que también se lo dijera, esperaría, lo haría incluso fuera una vida entera.

Los comentarios espontáneos del hombre eran precisamente eso, espontáneos, que, si el árbol era más verde, o que si el coche de enfrente se había pasado el alto; como sea, Kagome sólo contestó con asentimiento de cabeza, o un ah que se esfumaba de inmediato con otro comentario que le parecía gracioso.

No creía que fuera necesaria una conversación, ni tampoco tener que voltearlo a ver, era imposible hacerlo sin ruborizarse o esconder la sonrisa que se le escapaba de oreja a oreja al colgar su mirada en aquellos ojos que le iluminaban el día. Era un completo idiota, uno que le hacía reír todo el tiempo y que siempre la apoyaba, le hacía sentirse feliz con ella misma y empezar a quererse como era, incluso cuando fuera difícil, él tenía algún comentario para hacerla comprender que no importaban los demás, que sólo debía pensar en ella misma. Y lo amaba por ello, pero no se lo diría, no podía hacerlo, le avergonzaba, quería hacerlo especial y no de frente, como todo en su vida.

Y lo mejor que pudo hacer en cuanto llegó a casa, fue tomar una ducha, y ponerse a escribir el siguiente capítulo, que estaba segura, Sesshomaru Taisho leería a primera hora de la mañana.

El vecino de junto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora