Capítulo 6

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BUCKY

Me encuentro en un dilema cuando me doy cuenta de lo límitados que estamos en cuanto a nuestra posición, lo que nos lleva a conformarnos con un puesto de comida callejera. Ni bien a iniciado nuestro paseo y ya la voy a decepcionar.

—Creo que nuestra única opción es aquel puesto de perros calientes. —le anuncio con desgano luego de señalarlo.

—Me parece ideal, me gustaría comer algo ligero y hace mucho que no como uno de esos. —contestó sonríente.

Por un instante tomo su respuesta como un acto de lástima, pero su sonrisa es tan radiante, tan genuina, que llega a ser irrespetuoso de mi parte difamar a su dulzura.

A este punto, considero apropiado dejar de cuestionarme sobre los límites de su perfección. El como hubiesen reaccionado otras chicas de su clase o incluso con menos recursos, no tiene cabida cuando se trata de Holly. Simplemento, no tiene comparación.

Nos aproximamos y compramos dos hot dogs iguales, el suyo acompañado de un refresco de cola y el mío de agua. Decidimos retirarnos a unas bancas que están bajo la sombra de un árbol y nos sentamos para disfrutar de la comida.

Mantengo mi mirada lejos de la suya, porque me apena que justo me vea comiendo en un momento inoportuno, y porque quiero brindarle su espacio para comer cómodamente.

—Está muy bueno. Creo que es el mejor perro caliente que he comido. —comenta antes de darle otro mordizco.

—Puede que hayan mejores. Los de los estadios de Baseball son una competencia dura. —le cuento, a lo que se queda pensativa.

Probablemente no haya pisado un sitio así jamás, al ser una chica de ciencia, dudo mucho que tenga tiempo para los deportes que son mayormente de interés masculino.

Finalmente me atrevo a darle una mirada cuando ha terminado su último bocado y lo pasa con algo de su bebida. Me percato de que tiene algo de catsup en su mejilla. Y seguramente las mías se pusieron del mismo color que la salsa cuando me lanza una mirada curiosa.

Pronto, saco mi pañuelo y se lo paso por el rostro limpiando la salsa.

—Tenía algo de salsa. —le comunico.

—Oh, qué pena.

Sus cachetes se tiñen de un tierno rosa y cuando he terminado de limpiarla, doblo mi pañuelo para guardarlo. Qué fortuna haberlo traído, de otra forma me hubiese arrancado la camisa para limpiarla, porque mi sudor...Mi sudor. ¡Había utilizado el pañuelo antes para secarme el maldito sudor!

Soy un completo idiota. No sé si ella me habrá visto usarlo antes, y de ser así, tal vez le resulte asqueroso. Titubeo sobre si decirle o fingir que ni yo me he dado cuenta.

—¿Pasa algo? —cuestiona ante mi nerviosismo.

—Yo... —apenas empiezo me pauso—. Recordé que usé antes el pañuelo...Para secar mi sudor. —confieso—. De verdad lo lamento, buscaré algo para que pueda limpiarse. —me pongo de pie, incapaz de verle a la cara por la vergüenza.

—Espere. —me detiene tomando mi mano—. Lo vi usar el pañuelo antes y no hay problema, solo es sudor. —mi corazón que antes estuvo corriendo, comenzó a calmarse—. Además, el lado que usó conmigo estaba seco.

—¿En serio? —pregunté y ella asintió, aún sin soltarme—. De todas formas, déjeme pedir una servilleta para usted y tirar estas cosas.

Señalo los envases vacíos y papel que sostenía los hot dogs y me deja libre para pasármelos.

YOU DON'T OWN MEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora