Autor: KelvinE.Lopez
Usuario: @k3lwriter
Relato: El Callao.
Venezuela/Estado Bolívar/El Callao.
Nótese que esta historia no será como muchas otras, pues para ser honesto ¿quién puede saber la verdad? Transcurrió en un temprano siglo XIX, en Venezuela, alejado de cualquier vestigio de la sociedad. Un pequeño valle se ocultaba de la vista de muchas personas que no sabían que en sus tierras se escondía el futuro de un país entero.
Un lugar que con el pasar de los años se conocería por poseer uno de los yacimientos de un metal precioso llamado oro, el más importantes del mundo.
Un hombre, descendiente de una tribu local de indígenas, bajaba todas las noches a las faldas de aquel valle a visitar a la diosa del río, un río al que llamaban Yuruari; Agua sin fin, en su lengua natal.
Este hombre, en especial las noches de luna llena, llevaba ofrendas a la diosa del río, ya que su pueblo creía que en las aguas de ese río habitaba una serpiente enorme que cuidaba las aguas y las mantenía limpias. Maíz, cambures, mangos, miel eran las ofrendas que le eran entregadas al río en nombre de la tribu.
Una noche, de esas en las que la luna brilla más que cualquier otra cosa en el cielo. El hombre llegó con su canasta de ofrendas listas para ser entregadas, pero esa noche en particular, fría y solitaria lo esperaban un par de ojos dorados que apenas se asomaban sobre la superficie del agua.
—Ven, ciervo mío —habló una voz suave y femenina—. Acércate a mis aguas.
El hombre al ver aquellos ojos hablarle, soltó con apuro la canasta que llevaba en sus manos e hizo una reverencia.
—¡Oh!, Diosa mía, perdona a este mortal por perturbar tu lugar de descanso. Por favor acepta esta humilde ofrenda en nombre de mi pueblo —dijo aquel hombre. Su voz algo temblorosa.
—No temas, mi ciervo. He visto como cada noches bajas a mis aguas a pedir por tu pueblo. Tu acto de devoción ha sido escuchado y merece ser recompensado —respondió la voz en el río.
—¡Oh!, mi Diosa. No merezco ser merecedor de tu bondad —respondió aquel hombre con humildad y sinceridad.
Un sonido en el agua hizo que el hombre mirara en dirección a la misma, para ver como emergía de ella una especie de tina con forma cónica.
—Esto se llamaba Batea y la usarás para obtener los regalos que de mi agua nacen —le dijo la voz en el agua.
Los ojos dorados seguían allí atentos, fijos mirando al indio tomar entre sus manos aquel instrumento de madera en sus manos.
—Con ella podrás recoger cada lágrima de felicidad que tú y tu pueblo me han regalado. Pero debes respetar las noches de luna llena y nunca, vengas acompañado —advirtió la voz, tornándose un poco dura.
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El rincón hispano
RandomAntología de relatos hispanoamericanos. Aquellos países donde nacimos, desde Argentina hasta México; relatos de todo tipo por escritores que vivieron o han vivido ahí gran parte de su vida. Por un américa hispano que nos enseñe más de nuestra cultur...