Cinco extremos

1 1 0
                                    

Tic... tac...

No era el sonido de un amante cuya intensidad era su mayor debilidad, sino que eran los pies de un corredor asiduo. Uno al que le picaban las palmas por empujarte cuesta abajo, y regocijarse de tu cara magullada cuando lo vieras de nuevo. Dentro de suyo existía una brisa, unas hojas, una especie de placer.

Como el vivo orgasmo, cuyo efímera duración te insta a sentirlo una segunda vez.

Froté tres de mis dedos, pues tres facetas poseía aquello que me perseguía.

En primera instancia, pegó su nariz a mi brazo para aspirar mi aroma de ducha reciente. Pese a las navidades que han transcurrido desde ese suceso, si pongo empeño, puedo sentir su nariz hacerme cosquillas, su calor erizarme la piel; y su sonrisa desvanecerse al retomar la conversación en la cual yo no figuraba.

La segunda pupila dilatada veía en escasas ocasiones lo que la hacía inmiscuirse en sus paredes densas de cuero natural. Pudiese recordar perfectamente su ira, su rabia atrapada en una expresión apagada. Por el contrario, se fijó en mis oídos la sensación de una alegría sencilla, simple y llana. Aunque a mis dedos está cocida su circunstancia, ni mi mayor atrevimiento llegaría a ello. De alguna forma, esa rosa se erosiona en un bucle actual. Empieza, recorre, y se esfuma; no por completo. Porque gracias al desdén de causas imperturbables, la serenidad del núcleo plural transformó una banalidad en el momento que abrazo con más fuerza.

Y la tercera estación. Una en la que al inicio me negué a llegar, ya que costaría traspasar kilómetros de viento puro. Igual que a un vinilo se gira, el cambio vivaz se suscitó con pronta lentitud. Los aspectos son demasiados, así que un sonoro silencio retumba en mi cabeza. Con las puertas al panorama cerrada, me hicieron cerrar los ojos. Respiré y lo sentí. Era como poner un pie sobre la felicidad característica, y la paz que no retorna. Lo llamé ser; pues es solo ese peso con el que consigo respirar sin que nada me dañe.

Y estos tres elemento junto con uno igual de punzante, y otro de respiración plena, la gracia de vivir sigue teniendo sentido.

El día que fluctúen y desciendan, caminaré por sobre el caminillo solar, por sobre lo que fui, soy y seré. 

Sin Rumbo FijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora