Sin rumbo fijo

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 Uno, dos y tres...

 Caigo en un profundo sueño.

 Luego de un rato me encuentro despierto.

 Oigo pasos junto a unas duras risas.

 Con manos y pies atados según lo que siento.

 En el grosor de la tela pasan pequeños hilos de aire.

 Mi espalda pide a gritos una superficie en la cual descansar.

 La poca percepción me avisa de una nueva presencia.

—Hola —su tono me impactó, era dulce y cálido—. ¿Cómo se llama?

 Entendí que de la niña provenían aquellas alegrías.

 Vuelvo a escuchar las pisadas acompañadas de un rasgado grito.

—¡Suéltame! —pidió y nadie la oyó.

Continuó el sufrimiento, hasta que abruptamente se detuvo.

Mi garganta se cierra, el aire se escapa y las palabras vuelven a su lugar.

Y lo último que logré apreciar fue la oscuridad.

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Cada zona de mi cuerpo, ojos, sufren lo adverso de un líquido que el ambiente empieza a contaminar. 

-Levántate- susurró lo que creí era una mujer, pero frente a mí no hay alma.

-¡Hazlo!- volví a escuchar pasos, solo que la lentitud de estos me agobiaban.

Alguien tomó mi cabello y me obligó a seguirle, negándome al mal trato, perdiendo rápidamente así que me dejé guiar. Pasamos por un pasillo rosa y el cloro me hizo picar la piel. Todo esto lo vi borroso y en ciertos puntos mi vista se aclaró permitiéndome saber donde estoy.

Había personas esparcidas por las esquinas de una sucia vitrina. Huesos en busca de sus dueños que acabaron desertaron luego de esperar un día entero.

El aro agonizante de luz se posó sobre mí, descubriendo piel ardiendo, mirada desesperadas, algunos cuantos huecos faltantes de relleno.

Subí mis manos, de su sitio cada una se desencajó. La sangre en hilillos corrió.

Los rasguños en mis piernas parecían blanquecinos, como mis dientes, que después de un rato fueron guardados en un bolso adornado.

-¡Mírate! -me ordenó la pequeña dueña de la felicidad sosteniendo con fervor un espejo de mil pies.

-Ese no soy yo.

Lloroso, quebrantado, de mí lo unico que veo son mis ojos claros.

-Tu estado presenta ausencia de dignidad, y tu retoño recibe la culpa, bajando sus brazos hacia el norte que dio un giro en tu vida. Descendió del suelo, pero las circunstancias propiciaron lo primero.

Sin Rumbo FijoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora