Eran alrededor de las dos de la madrugada. Mi pecho contrariado luchaba junto a mi cabeza. Rogaban algo, una soga, un tubo, un simple metro de cable expuesto a la lluvia. Cualquier cosa de la que poder sostenerse.
Respirar se me hacía imposible. Enfocar la simpleza de mis dedos frente a mí era doloroso. Sentía que existir se convirtió en una molestia tolerable. Una dolencia más que cargar.
Mi único refugio se me había salido de las manos, se escurrió entre mis dedos, se marchó por mi propia puerta.
En ese instante hubo una fuerza que hizo descender la última lágrima de esa sesión. Me arropé hasta la barbilla y cerré los ojos.
Vi fantasías desvanecerse. Di por sentado demasiado, tanto, que empecé a notar cómo se descosía una proyección que aún deseo cumplir.
Dejando de lado mis pensamientos, mis objetivos, supe algo. Algo que no me permito a olvidar.
Volví a estar conmigo. Y ahora lo recuerdo. Puedes huir de lo que sea, menos de ti, de lo que eres.
Y yo era.
Era.
Ahora vislumbro lo que realmente puedo ser.
