2. Flynn Rider

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Cassandra estalla en risa.

—Yo no le veo gracia—bufe.

—Yo si—seguia riéndose—, no me creo. Bien, ahora te tengo miedo a ti y a tu sartén.

—Ese capullo se metió a mi casa y me trató como si la loca fuera yo.

—Al menos no te asalto—Ahora si me miraba con seriedad—. Cualquiera en su lugar al estar con una chica sin un adulto en casa ni siquiera quiero imaginar que te hubieran hecho.

—Y mi mamá con más razón no me dejaría salir a la calle si supiera.

—Es mucha sobreprotección, pero ¿Que se yo? Solo soy la molesta de tu amiga.

Cassandra me estaba llevando a la universidad, era mi primer día después dolorosos dieciocho años de tanto sufrimiento.

—Recuerda—dice ella—, respira y se tu misma.

—Ser yo misma nunca funciona.

Ella frunce el ceño.

—¿A que diablos te refieres? Eres genial.

—¿Quieres que te recuerde como nos conocimos?

Cassandra me odiaba. No nos llevábamos bien, ella es la típica chica que sale y sus padres dejan que se divierta y estar al lado de una chica que se la pasa en casa como corderito no eran dos almas compatibles.

Sin embargo, aquí estamos luego de tantas peleas: amigas ✨✨✨✨.

—Sally.

La mire.

—Debes bajar.

Asentí algo insegura viendo a todos esos chicos saliendo de sus autos. Eran fieras, fieras con las que debí llevarme bien, ¡Puedo hacerlo!

—¡Si, puedo!

—Claro que si—apoya Cassandra.

—¡Puedo!

—Vale.

Apenas intento abrir la puerta caigo en el asiento.

—No puedo.

—Rapunzel.

—No puedo. ¿Y si me odian?

—Me llamas y les pateo el culo, ¿Feliz?

Sonrei antes de intentar abrazarla ella puso una mano frente a mi para detenerme.

—Sin abrazos, lo sabes.

—Eh—solte una risa nerviosa—, si, sin abrazos. No me gustan los abrazos, ¿Que más da?

Salí del auto poniendo mi mochila en mi hombro.

—Suerte.

La mire por encima de mi hombro con una sonrisa antes de verla partir. Los nervios empezaron aparecer a cada paso que daba, me bajaba la falda en cada movimiento.

Derecha, izquierda, derecha, izquierda y.....llegue.

¡Hola, salón de arte!

Apenas estuve a punto de tocar la campana sonó. Me quedé con la mano alzada cuando abrieron la puerta y todos salieron empujandome sin importar que vieran.

—Hola. Disculpa. Hola. Disculpa. Hola. Disculpa...—decia en cada golpe y frunce de ceño que me lanzaban mis compañeros.

Que bien.

Primer día y llegué tarde.

—¡Me robaste, maldito ladrón!

El sonido de una exclamación femenina hace que de un salto.

EnredaderasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora