7. 𝐃𝐢𝐞𝐳 𝐦𝐢𝐧𝐮𝐭𝐨𝐬.

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Las nubes de polvo se levantaban en lo alto del cielo cuando el edificio se derrumbó completamente, sobre ella, y de repente ni siquiera importó que mi cabeza tuviera una abertura en la sien y mi katana desgarrando la garganta del asesino

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Las nubes de polvo se levantaban en lo alto del cielo cuando el edificio se derrumbó completamente, sobre ella, y de repente ni siquiera importó que mi cabeza tuviera una abertura en la sien y mi katana desgarrando la garganta del asesino. Mis oídos pitaban, impidiendo el paso de sus quejidos ahogados mientras se desangraba, tenía las piernas agarrotadas cuando corrí en su dirección después de darme cuenta que Sakura nunca salió de aquella nube.

La nada se metió en mi cabeza a cada microsegundo que susurraba su nombre entre los escombros y usaba la fuerza que me quedaba para mover esas cosas; ser ninja poco importaba en ese instante, de repente de nuevo me encontraba en el bosque de la muerte, con su pequeño rostro amoratado y lagrimoso mirándome con preocupación, después de cuidarme en la inconsciencia, otra vez estaba en la sala principal de mi antiguo hogar, con un charco de sangre alrededor de dos cuerpos retorcidos y grotescos que alguna vez me sonrieron.

¿Qué se supone que le diría a mi hija?

-Sakura.

Mi voz no se alcanzaba a escuchar lo suficientemente alto; los niveles inferiores del edificio estaban repletos de cuerpos sin vida, y ninguno tenía su rostro. Traté de recordarme que ella era una poderosa mujer, una gran persona que no terminaría como todas las personas que alguna vez amé con todas mis fuerzas. Las tuberías goteaban a lo lejos mientras la gente se quejaba al fondo, tenía en mente sacarlos de aquel lugar que en cualquier momento se derrumbaría en su totalidad, una vez que la tenga en mis brazos.

Media vida tuvo que pasar para estar con Sakura Haruno, recordar su durmiente rostro todos los días en el amanecer; imaginar que esos ojos nunca más se volverían a abrir me enfermaba, hacía trizas mi estómago y mis ojos dolían como el infierno. Una vez había experimentado la sensación de caminar hacia la oscuridad de la muerte, y esa emoción era desesperante, oscura, como una nube de tristeza que nunca se iba, con miles de maneras en las que mi vida pudo terminar si tan solo hubiese elegido bien en su momento.

Esas soluciones llegaban a mi cabeza en ese instante: no debí pasar tanto tiempo lejos de casa, nunca quise hacerla sufrir, debí intentarlo más fuerte...

Mi pie se atascó contra la madera de un tablón en el suelo, y maldije en voz alta. Un débil sonido llegó a mis oídos mientras descendía en las escaleras de uno de los pisos inferiores.

Tack

Tack

Metal, tuberías, y las estaban golpeando.
Sin pensarlo fui en esa dirección, y ahí, entre los escombros estaba mi esposa. Un cuerpo que conocía tan bien como el mío estaba tendido en el suelo, y sus ojos estaban entre abiertos y enojados, con una fina mano cuyas uñas goleaban las tuberías. Personas cuyos rostros nunca recordaría estaban esparcidas y lastimadas en algunos metros, en un espacio que parecía más una pequeña cueva imposible de formarse por la magnitud de la destrucción.

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⏰ Última actualización: Apr 04, 2023 ⏰

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𝘙𝘦𝘭𝘢𝘵𝘰𝘴 𝘊𝘰𝘳𝘵𝘰𝘴 ❊Donde viven las historias. Descúbrelo ahora