11. Συνάντηση

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Sentado en su trono, el codo recargado en su muslo, la mano debajo de la barbilla. El cabello rubio hasta los hombros, las pestañas largas sobre sus ojos oscuros.

Zeus en la sala amplia y circular del Olimpo, dónde el resto de tronos de los dioses se encontraban vacíos en esos momentos.

Sólo él, en el centro, rey y padre de los otros dioses, meditaba en ese espacio de mármol blanco y reluciente.

El círculo del mundo en el centro, allá abajo donde la tierra de los humanos seguía sus días. Los hombres y mujeres que vivían sus vidas mortales de tantas maneras.

Júpiter era el dios más adorado, y aún así, algo había cambiado.

Los templos dedicados a ellos decaían poco a poco, la gente reducía sus rezos. Cómo si les costara adorar a sus dioses que movían su mundo.

Zeus frunció el ceño y las nubes del cielo pintado del techo comenzaron a juntarse y oscurecerse y los relámpagos a resplandecer irregularmente.

—Tenemos que lidiar con la lluvia de Poseidón y las cenizas de Hades, y ahora, con tus truenos.

Escuchó una voz y unos pasos. Zeus se enderezó y miró hacia donde entraba aquella diosa.

Con sus sandalias de oro y su túnica blanca con un cinturón dorado ajustado. Con el cabello castaño largo recogido detrás con plumas de pavorreal en media coleta. No tenía puesta su corona.

Caminó arrastrando la falda larga de su túnica, deteniéndose frente al trono de Zeus.

Hera lo miró con ojos marrones con un brillo divertido y molesto. Sólo él podía tener una mirada así hacia Zeus.

Eran esposos a fin de cuentas. Hera, madre y reina de los dioses. De personalidad tan compleja como su hijo más querido, Ares.

Zeus lanzó una mirada al techo y detuvo la tormenta. El cielo pintado volvió a ser claro y sereno.

—¿Qué haces aquí, Hera? Pensé que te estabas divirtiendo torturando a Ío.

La diosa dió una risa sarcástica, mirando a su esposo con irritación.

—No empieces, Zeus, que no acabamos. Tu lista de amantes es tan extensa cómo mis ganas de mandarte al Tártaro con mis propias manos.

El rey dios sonrió, divertido también.

—Yo también te quiero, Hera.

La reina diosa rodó los ojos, cruzándose de brazos.

—Zeus, no vine a hablar de tonterías. La situación de los humanos me está preocupando mucho, no puedo sentirme tranquilo con conjeturas nada más —habló más serio, soltando un suspiro—. Envía a Hermes a sacarle información a los reyes más importantes de los humanos, debemos descartar que no sea obra de ellos.

El dios hizo una mueca y se recargó hacia atrás en su trono, pensando en las palabras de Hera. Era cierto que los humanos habían dejado de adorarlos como antes o cometían más injurias contra ellos. Había algo en su comportamiento que lo provocaba, pero Zeus no quería empezar una guerra contra los hombres.

Si podían resolver aquello sin un enfrentamiento directo, sería lo ideal. Atenea lo había aconsejado al respecto. Debían actuar con cuidado y reflexión.

—Enviar a Hermes, ¿eh? —dijo Zeus, volviendo la mirada a Hera. Era muy bello, pero de carácter fuerte—. Tienes razón, lo haré. Yo tampoco puedo quedarme pensando y pensando en causas que no explican nada.

Hera sonrió, complacido. Dió media vuelta para retirarse de ahí, pero Zeus lo detuvo, bajándose de su trono y yendo hacia él.

—Espera, Hera.

Aegis (SEVENTEEN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora