La lluvia sigue resonando en las hojas de los árboles. Estoy subido en una de sus ramas, el suelo es demasiado húmedo como para poder dormir. Entre abro los ojos y decido hacer caso omiso del diluvio que me rodea, no es la primera vez que duermo en plena tormenta.
Al poco tiempo de haber quedado dormido, escucho varias pisadas no muy lejos de donde me encuentro. Debe ser algún animal buscando comida, pero estoy tan cansado que sigo durmiendo. En instantes el sueño me hace desvariar, siento unos brazos fuertes tomándome del cuello y las piernas. Es alguien cálido que mi cabeza por instinto busca el calor de su pecho. Me relajo en mi propio deseo de tener a alguien así junto a mí.
El roce de mi cuello con una piel me hace reaccionar. Una tela suave, lisa y cálida me envuelve, mi capa jamás había tenido esta textura. Me estiro un poco, demasiado suave para ser el tronco de un árbol, ¿me caí sin darme cuenta? Abro los ojos, está él durmiendo tranquilamente. El príncipe me tiene envuelto entre sus brazos. La cercanía me hace darme cuenta de las largas pestañas, del tono de su piel bronceada aunque no entiendo por qué si es que viven sumidos en la nieve. Su cabello es un poco ondulado y sus labios ligeramente pronunciados lo suficiente para decir bésame. Mi dedo se levanta, quiero contornear su rostro, pero al estar cerca desisto.
- Puedes tocar todo lo que quieras – dice el muerto viviente. Me sobresalto por su voz. – Sólo a ti te dejo dormir conmigo y tocarme todo lo que gustes – el pecho me retumba por sus palabras, pero recuerdo el día anterior.
- ¿A cuántas les has dicho lo mismo? – Sé bien que sólo es una táctica, no soy a la única persona que se lo ha dicho.
- A ninguna, sólo a ti.
- Claro – respondo irónico.
- ¿No me crees?
- No y menos después de lo que vi ayer – digo contundente.
- ¿Celosa?
- Jamás – quito su brazo que tiene recargado sobre mi cintura. – Sólo digo que no creo en tus palabras porque de seguro se las has dicho a varias como Lidia.
Intento levantarme pero me doy cuenta que debajo de las cobijas no tengo nada puesto.
-¿Pasa algo? – sonríe pícaro de la situación.
- ¿Dónde está mi ropa? – bufo molesto.
- No sé – sonríe más ampliamente. No aparto mi mirada asesina de él. – Está bien, estás molesta – suspira. – La mucama te quitó la ropa y te envolvió en las sábanas.
- ¿Lidia?
- No, Esther. A esa chica no la volverás a ver jamás.
- Genial, nueva amante en turno – entorno los ojos y quedo pasmado ante una idea que no había considerado.
- No vi nada, por si te lo preguntabas – hace una pausa. – Y tu nueva asistente no es mi tipo.
- Que alegría escucharlo.
Se sienta en la cama, se talla el rostro un momento y enseguida me muestra su esplendorosa figura. No es que no lo haya visto desnudo, ayer lo hice. Hoy, se ve un hombre distinto a lo que recuerdo. Tiene espalda ancha, no exagerada, pero si lo suficientemente protuberante. Sus muslos forman un par de colinas y se ven hechas de rocas. Sus glúteos, ladeo mi cara ante la situación.
- Puedes ver todo lo que quieras, es tuyo después de todo – me guiña el ojo derecho antes de dirigirse al cuarto de baño. – Me bañaré primero sino te importa – se gira hacia a mí. – A menos que quieras que nos bañemos juntos.
- ¿Me crees demente?
- ¿Por qué crees que lo pregunto? – Le arrojo una almohada a la cara. La sujeta en el aire y ríe por mi reacción.
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Noche de Invierno
Novela Juvenil¿Qué harías si te perdieras en el bosque más siniestro del mundo? Ava se aventura a cazar durante una noche y no hace caso de las advertencias que le hacen de no ir. El clima cambia de un momento a otro y justo cuando va cazar a su única presa, se l...