Capítulo 3. Mi pecado

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El camino avanza sin ningún contratiempo por el contrario parece más amplio que al principio. En la nieve se notan marcas hundidas de pisadas de caballos y de ruedas. Salta a la vista que es un sitio muy concurrido. El paisaje no ha cambiado nada, por todos lados es lo mismo. Arboles secos, nieve, ramas tiradas, nieve, cielo gris y más nieve, parece que la vida se ha ido completamente. Incluso no se alcanza a notar animales por ninguna parte. Eso es aún más extraño. Quizá sea por lo transitado; sin embargo, no deja de ser particularmente único ese hecho. De donde vengo la situación es mala, pero nunca a este extremo.

Mi acompañante está desmayado por el dolor después de haber perdido su extremidad. Ni siquiera sintió cuando arranque otro trozo de tela de su capa para atárselo en la muñeca amputada buscando detener la hemorragia. Tiré el regalito como pude por la reja, me parecía nauseabundo conservarlo cuando ya no hay nada que hacer. Por mi parte yo no he dicho ni una sola palabra. Estiro mis pies desde mi rincón de la jaula, al lado opuesto del otro preso, y abrazo mis rodillas con ambos brazos atados. Por breves instantes miro a la sombra, pero él no lo percibe. Al contrario, mira fijo al frente y no despega la vista del camino. Voltea por momentos cuando alguno de sus amigos le hace un ligero comentario aunque en seguida regresa a su postura original. Pareciera que les da ordenes sin tener que abrir la boca.

El viento revolotea una vez más azotándose contra los arboles y ayudando a caer a la nieve acumulada en sus ramas. Pierdo los ánimos de hasta seguir luchando. De cualquier forma sería en balde, atado, enjaulado y con Luck como nuevo dueño de mi arco será una misión suicida querer huir. Supongo que este es el final de mi vida. Recargo el peso de mi pie derecho en el talón para levantarlo. A los pocos segundos dejo caer la punta haciendo un ligero ruido en el piso de madera. Continuo con el movimiento consecutivamente hasta que me da el ritmo que estoy buscando. Estoy por perder la vida que más da como llego a ese punto. Cierro mis ojos intentando olvidar mi situación actual.

- El tiempo se ha detenido – empiezo a cantar. – Ante mis alas que se han de congelar – respiro profundo. – El cielo es mi testigo que con amor he vivido.

Los recuerdos llegan a mi mente como copos en la nieve, tan hermosamente fríos, crueles, frágiles y pero con un sublime deleite. No sé si hice bien en vivir así, aislado de cualquier persona, sin ilusiones, pero fue la vida que recibí. Culpar a alguien o a mis circunstancias presentes o pasadas ya no es algo que tenga importancia.

- Mi corazón congelado sigue siendo mío – no paro de llevar la canción por donde mi corazón me dicta. – Puede estar herido, roto como un cristal, pero siempre será mío – los caballos se detienen de súbito lo que me hace caer de lado. "ahora tampoco puedo cantar" me digo a mis adentros.

- ¿Quién diablos eres? – escucho una voz masculina mientras una mano sujetaba mi capa.

- ¿Qué carajos? – respondo instintivamente lleno de coraje.

- ¡Responde!

- ¡Ya te lo dije! Me llama Ava, ¿qué más quieres saber? – estoy cansado de su trato. Ya no me importa, si me va a matar que lo haga de una vez y acabamos con esto.

- Eso ya lo sé – sus ojos se tornan más firmes. Tienen un hermoso color esmeralda, al menos eso porque su mirada es aterradora. – Me refiero... ¡Ah! – grita frustrado. - ¡Descúbrete la cara! – ordena como de costumbre.

- ¡Ni en mis más horrendas pesadillas! – contesto sin temor. Abre la boca queriendo gesticular alguna palabra, pero no le permito hablar. – Y ya sé que no toleras la desobediencia, me lo has dicho hasta el cansancio. Como todas las veces anteriores vas a tener que aguantar mi rebeldía – respiro para calmar mi cólera. – Así que hazle como quieras, pero mi capa se queda justo donde está.

Noche de InviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora