Parte 10

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—Fue perturbador, Papá —dijo Erica afligida, sentada y con los brazos cruzados en una esquina del garaje, donde ahora se trataba de una sala veterinaria perfectamente equipada, y en la mesa de operaciones yacía un pequeño conejo de color marrón claro que su madre examinaba—. Estaba inmóvil, mirándome con sus grandes ojos. Yo solo quería acariciarlo.

Su padre le pasó la mano por la espalda con suavidad.

—Cariño, ¿no sospechaste que pasaba algo malo cuando no huyó de ti?

—Creí que le agradaba —se encogió de hombros la muchacha, y rodó los ojos exasperada cuando su hermano entró a la sala por la puerta contigua a la cocina, en compañía de su perro. Estaba sucio y despeinado, como si se hubiera revolcado en el pantano.

—¿Qué pasa? —quiso saber Stiles, disimulando su impresión después de haber vuelto del pantano, de casi haberse ahogado en las aguas turbias y de besar a Derek.

—¡Fue su espantoso perro! —exclamó Erica, apuntando al animal—. Estoy segura de que él lo hizo.

El chico frunció el ceño muy molesto pero sin entender y dijo:

—¡Deja a Salvaje en paz! ¡Él no molesta a nadie!

—No estamos seguros de eso, Stiles —repuso su papá de inmediato, tratando de no sonar tan cruel.

—¿De qué estás hablando? —recién allí fue donde reparó de que no era otro paciente lo que su madre examinaba.

—Ven a ver esto, hijo.

Stiles se acercó a la mesa y corroboró que el conejo estaba sin vida, y pedazos de piel se desprendían de él.

—¡Qué horror!

—Fue atacado por un depredador —informó la mujer—. Igual que otra media docena de animales de ahí afuera.

—Tu lindo perrito está matando como si fuera su pasatiempo favorito —refunfuñó la rubia.

Stiles se mostró ofendido y molesto ante las acusaciones.

—Por favor, mamá. Salvaje no hizo eso. Solo tienes que mirarlo para saber que es inocente —le dirigió la mirada a su perro y éste movió la cola, jadeando con la lengua afuera.

—Son mordidas, Stiles —la mujer intentaba aguardar la paciencia.

—¿Y qué? —espetó—. Pudo ser cualquier cosa. Un lobo, por ejemplo —sugirió con movimientos histriónicos de mano.

Su mamá soltó un suspiró de cansancio.

—Stiles, no hay lobos en el pantano —comentó su padre.

—¿Cómo pueden estar tan seguros? —se inclinó ante su mascota y le acarició el lomo.

La mamá se encaminó hacia unas cajas y se rebuscó en ellas, sacando a continuación una soga que ya tenía un nudo listo para el cuello del perro.

—El pantano es un sitio peligroso y agreste. Si este perro sobrevivió allí en todo este tiempo, pudo haberse vuelto agresivo —cuidadosamente le rodeó el cuello con la soga, para después revisarle los dientes mientras el animal se dejaba hacer con gusto.

—Además estuvo afuera toda la noche —agregó su padre.

—Las mordidas deben ser grandes, ¿cierto? —inquirió otra vez Stiles— Demasiado para ser de Salvaje.

—No, Stiles. No lo son. Estamos seguros de que fue Salvaje —afirmó el padre.

—No fue él —gruñó el chico—. Puede que algo extraño esté ocurriendo allí afuera. Pero estoy seguro de que no tiene nada que ver con mi perro.

—Podemos conseguirte otro —sugirió su madre.

—¡No! —exclamó Stiles abrazando al animal, que chilló como si pudiese entender que trataban de separarlo de su nuevo dueño— Tranquilo, amigo. Nadie te hará daño. Me aseguraré de que sepan la verdad —susurró lo último y salió del garaje a toda velocidad.

Erica se quedó incrédula cuando Stiles se fue.

—Que chico tan dramático. Tal vez ya se contagió de esa fiebre del pantano que tanto decía —musitó risueña, y sendos padres suspiraron molestos.

Cerca del pantano | Sterek Short |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora