Parte 15

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Stiles supo al instante que algo iba muy mal cuando la puerta se abrió tan fácilmente, pero ingresó de todos modos, volviendo a cerrarla.

—¿Estás en casa, Derek? —preguntó no tan alto, apenas pudiendo ver las escaleras, ya que estaba muy oscuro— ¿Señor Hale? —buscó a ciegas el interruptor de la luz pero, aunque lo encontró al primer intento, esta no se encendió— ¿Señora Hale? —insistió.

Muy a lo lejos oyó como su padre pedía que lo liberara, al mismo tiempo que oía el motor del auto que usaba Erica, pero a pesar de que debía velar por la seguridad de su hermana, estaba más interesado en saber qué ocurría en esa casa.

Cuando entró a la cocina se encontró con algo más preocupante, porque gracias a la luz de la luna llena que ingresaba por la ventana, logró ver una silla tirada en el suelo y el papel tapiz estaba viejo, humedecido y rasgado.

Su corazón comenzó a acelerarse mientras sus sospechas aumentaban, por lo que corrió escaleras arriba y se encontró con un pasillo largo parecido al de su casa, con la diferencia de que habían unas ocho cabezas de ciervos, gacelas y alces en las paredes. Supuso que su padre era taxidermista.

Lentamente dio unos pasos hacia la primera puerta, abrió con facilidad y el rechinido de las bisagras retumbó por toda la casa, pero entró y entendió que esa debía ser la habitación de Derek, puesto que, pese a no ver del todo bien, lucía como la suya o como la de cualquier joven como él.

Lo extraño fue que no había ningún olor, ni bueno, ni malo, era el simple olor de una casa completamente vacía, donde no habitaban en años. No obstante, se tapó la boca con sorpresa cuando vio la cama de Derek hecha pedazos; la cabecera de madera estaba partida y las sábanas y el colchón rasgados, aunque sin manchas de sangre.

La gota que colmó el vaso fue cuando una gélida brisa rozó su nuca, y al darse la vuelta reparó en que estaba abierta, con la cortina entrando y saliendo al compás del viento.

—Esa cosa se llevó a Derek —concluyó mientras agarraba un bate de metal que estaba tirado en el suelo antes de escuchar un fuerte rugido del exterior, el mismo que escuchó del ermitaño, por lo que se dirigió hacia el pantano a pasos decididos para salvar la vida de su amigo y chico que, sin dudas, le gustaba.

...

—¡Muy gracioso, Stiles! ¡Ya puedes salir! —canturreó Erica, entrando a la habitación de su hermano, cuando escuchó un sonido bestial que provenía en dirección al pantano—. ¿Dónde diablos se habrán metido? —se espetó a sí misma, ignorando lo que oyó, porque seguro era alguna broma.

Era muy tarde para que su familia estuviera afuera, por lo que presumía que fueron por alguien que pudiera arreglar la luz que se había cortado en toda la residencia, incluso en el vecino, sin embargo, no solían dejar la casa sola, y menos la noche del dichoso eclipse.

—Ok, esto ya no es divertido —comentó en susurro, rodeándose con sus propios brazos porque estaba haciendo mucho frío. Caminó por el largo pasillo con cuidado de no tropezar, bajó las escaleras lo más silenciosa posible hasta que llegó a la cocina—. Oh, Batman. Juro que te mataré si intentas asustarme.

Pasados unos minutos de espera, Erica decidió que era hora de encender unas velas hasta que sus padres volvieran o Stiles determinara que debía salir de su escondite. De modo que, fue a rebuscarse en los cajones de la isla de la cocina. Cuando, de repente, entre el tintineo de cubiertos de metal, pudo diferenciar el crujir de la vieja madera del suelo, proveniente a espaldas suya.

En el acto se quedó helada porque pudo discernir que no se trataba ni de su hermano menor, ni de sus padres, porque un horrible hedor inundó toda la cocina, el mismo que el viento traía de vez en cuando del pantano, lo que debía tratarse de algún animal que llegó de allí.

Para no asustarlo y que las cosas se pusieran peligrosas, la chica inhaló y exhaló cautelosamente, virando la cabeza con parsimonia.

—¡Oh, por Dios! —tapó su boca de sopetón cuando logró ver de soslayo que se trataba de un animal grande y peludo, posiblemente un oso.

Respiró apresurada y con lágrimas brotando de sus ojos, volviendo a mirar, pero ahora con más atención antes de percatarse de que no era un oso, sino algo que jamás había visto.

Una enorme bestia peluda de pelaje negro había entrado a su casa, estaba en dos patas en la puerta de la cocina, sus fauces eran caninas y sus colmillos muy largos. De sus patas sobresalían unas garras que podría desgarrar cualquier cosa, al igual que sus patas delanteras, o quizás eran sus manos.

Gritó con fuerza antes de salir corriendo el dirección a la puerta que daba con el garaje, al tiempo que, tras ella, el animal soltaba un feroz gruñido que fácilmente la aturdió.

Huyó a toda prisa, derribando todo a su paso para que la bestia tropezara, no obstante, no hacía falta mirar hacía atrás para saber que no era ningún obstáculo para eso; esa cosa atravesaba todo sin ningún problema.

Por suerte consiguió presionar el interruptor para abrir la puerta corrediza, lo que le indicó que la luz no se habia ido del todo, sino que fue causado, y apenas tuvo espacio, salió a trompicones, escuchando golpes que venían del cobertizo.

—¡Hija, ábreme! —era la voz de su padre.

Con manos temblorosas y girando la cabeza varias veces hacia donde el animal procuraba salir, sacó la pala que atrapaba a su padre, se metió a toda velocidad y volvió a trancar por dentro.

—¡Papá! —la chica se lanzó en los brazos de su padre, que se tambaleó por el impacto pero logró estabilizar.

—¿Qué está pasando, Erica? —farfulló extrañado.

—Una especie de... —tragó saliva presurosamente— de lobo. Como un perro gigante.

El mayor ni siquiera tuvo tiempo de asimilar la información porque un fuerte golpe azotó la puerta, provocando otro grito de su hija, alejándose.

Varios golpes hicieron que la lámpara del techo se valanceara con brusquedad, oyendo luego que la cosa saltó al techo.

Erica se aferró a su padre y éste la envolvió en sus brazos, sabiendo que en cualquier momento la frágil estructura podría derrumbarse.

Parecía una eternidad escuchar los gruñidos y rugidos del animal mientras el cobertizo se sacudía sin parar, cuando de la nada se detuvo, quedando en un silencio sepulcral.

—¿Se fue? —inquirió bajito la chica después de unos instantes.

—Parece que sí —respondió el hombre tras otro par de segundos de escuchar con atención.

Aguardaron un momento que volvió a sentirse como una eternidad, porque casi podían oír los latidos de sus corazones, que fácilmente podrían ser los últimos si ese rabioso animal los atrapaba.

—Quédate ahí —le advirtió en un susurro, acercándose a la puerta a pasos lentos y silenciosos. Apoyó la oreja y trató de buscar algún sonido extraño.

Entonces, junto al lado de su rostro la puerta se hizo astillas y un enorme brazo peludo apareció por allí. El antiguo sheriff se esquivó a tiempo y se alejó, pero la puerta se sacudió aún más, a punto de hacerse pedazos a causa de los zarpazos que el monstruo hacía.

—¡Déjanos en paz! —exclamó Erica, y decidida agarró una llave francesa antes de golpearlo con todas sus fuerzas.

Uno solo bastó para que la bestia chillara de dolor y sacara el brazo, escuchándose a continuación como huía hacia el pantano.

Cerca del pantano | Sterek Short |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora