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    Leonardo

Sí, puede que sea el ser humano más ansioso del mundo. Dormí menos de dos horas y a las siete de la mañana ya estaba tomándome un café, acodado en la mesada de la cocina, mientras mamá aprontaba a Lucho para su primer día de clase. Lo vi inmerso en tanta tranquilidad que me dieron ganas de volver a tener ocho años, todo era mejor en ese entonces. 

     —¡Buen día! —gritó mi hermano, al tiempo que se prendía a mí como un abrojo.

     Atrás de él venía mamá, al parecer jugaban una carrera hasta la cocina.

     —Buen día, enano —respondí, despeinándole la melena pelirroja—. Buen día, ma.

     Mi madre es la persona más importante en mi vida. No existe mejor persona que ella. Y sí, soy un nene de mamá, pero con orgullo, eh. Por su pelo negro y lacio ni siquiera parece nuestra madre, y es que el color lo heredamos de papá. Bueno, el señor Ernesto, más propiamente dicho. No le digamos "papá", ¿sí?

     —Buen día —su voz sonó confundida—. ¿Qué hacés despierto tan temprano?

     Besó mi mejilla y sacó dos vasos del mueble aéreo que estaba detrás de mí. Abrió la heladera y sirvió yogur de vainilla en los vasos, qué asco. Me miró esperando una respuesta y desvié mis ojos hacia mi taza de café negro.

     —No pude dormir mucho.

     —Ja, hay que llamar a la prensa —se burló—. Inédito... ¡Leonardito se levantó de la cama antes del mediodía!

     Cierto, que yo me levante temprano es toda una novedad. Bueno, a nadie en su sano juicio le gusta madrugar.

     Cerró la heladera y me sonrió. Negué con la cabeza y golpeó mi hombro de broma. Le dio el yogur de vainilla —asqueroso— a mi hermano e hizo un movimiento con los ojos, indicándome que desayunara con ellos en el comedor. Es increíble la habilidad de las madres de darse a entender mediante simples miradas, aunque a veces dan un poco de miedo, eh. Más cuando metés la pata y te fulminan, te asesinan, te sacan las ganas de seguir hablando con solo mirarte a los ojos fijamente, como esperando que de sí salgan rayos láser. Y muy lejos no están, es como una habilidad que en un futuro seguro todas las mamás desarrollan. Es tremendo.

     Los seguí hasta la mesa, con mi taza en la mano, y me senté al lado de la Doña Miraditas. Luciano se sentó frente a nosotros.

     —¿Por qué no tomás yogur en vez de tomar café? —preguntó mi hermano—. Es re rico.

     Antes de responder, bebí un buen sorbo de mi taza.

     —Porque soy grande.

     Mamá me dio un codazo y largué una carcajada.

     ¿Qué pasa? Me encanta pelearlo, es un cascarrabias.

     —¿Eso qué tiene que ver? —dijo Enojón Junior, con el ceño fruncido mientras se limpiaba la comisura de los labios con la mano.

     —Que los grandes no toman yogur, nene —continué, haciendo énfasis en la última palabra.

     —¡Mentira, mentira! —levantó la voz—. Mamá sí... ¡y es grande!

     Miró a mamá y ella asintió, asegurando su argumento.

     —No le hagas caso a tu hermano, Lu.

     Lucho hizo un gesto de burla y no pude evitar reír. Aunque sea un enojón, un pesado y un berrinchudo, lo amo muchísimo.

     —¿No estás nervioso por empezar la escuela en un lugar nuevo? —solté luego de un rato de verlo tan en paz.

Pulseras AmarillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora