Leonardo
Yo creo que ya me incorporé bastante bien en mi clase, no es como que hable con todos, eso sí me da pánico, pero me siento cómodo, es un buen grupo.
La tarde está re linda, ya tuvimos las interminables horas de Dibujo y ahora estamos en Música. El profe nos sacó al patio y repartió instrumentos para todos, Carlos y yo teníamos nuestras guitarras, porque ese plan de juntarnos antes de clase para tocar se repitió.
Lo que también tenía Carlos es la cara toda rota, le quedaban moretones alrededor del ojo, bah, por todos lados habían rastros de la pelea con Mauro, pero bueno, no le quiero dar más protagonismo a ese rubio insoportable... Aunque sí les cuento que hoy no ha dicho ni una palabra, está rarísimo. O sea, sí, le hace un favor al mundo, pero es preocupante che...
El timbre sonó y eso indicaba recreo de diez minutos, al fin. Carlos y yo nos quedamos sentados en el pasto, los demás sí empezaron a huir.
—Bueno tocate algo, Leíto —propuso Carlos mientras dejaba su guitarra en el piso.
Dos cosas: me apodó Leíto, un tierno. Pero está esperando que toque, pánico.
Perdón, es que todavía me da un poco de vergüenza che, él toca muy bien cualquier instrumento. Estos últimos días estuvo subiendo historias a Instagram con el padre, el viejo con una guitarra eléctrica y él con una batería. Son unos capos, de verdad. Y esa casa debe ser un paraíso, bah, para los vecinos no tanto.
—No sé qué tocar igual —le respondí medio en joda, medio en serio.
—Carlos —se escuchó detrás de mí esa odiosa, repelente, horrible, espantosa, repugnante voz.
Me iba a dar vuelta pero enseguida el rubio se me atravesó adelante, quedando frente a mi compañero.
—¿Qué querés vos? Rajá de acá, careta.
—¿O qué? —amenazó el pelo de pollito—, ¿ahora sí me vas a pegar?
—Te voy a cagar a trompadas.
Carlos seguía sentado en el pasto, apoyado en sus brazos. No parecía tenerle miedo... y eso que casi le desfigura la cara.
—Dale, a ver.
—No, Mauro, no —intervino Ramiro.
¿Ramiro? No había advertido su presencia, pero apareció detrás de mí y agarró a su amigo-mono-salvaje de la remera para que no se lance encima de Carlos.
—Pero mirá lo que dice, loco.
—Mauro, ya hablamos —Ramiro se mantenía serio.
—¿Qué pasa, darling?, ¿crisis de pareja? —se burló Carlos.
Pensé que el rubio le iba a volar los dientes, pero Ramiro lo sostenía tan fuerte que lo detuvo.
—Mirá, si te callás un poco y me dejás hablar te agradezco.
—Si dijeras algo coherente por lo menos.
Bueh, razón no le falta, pero con esa actitud solo va a conseguir que le rompa más la cara.
—Perdón por... bueno, por la pelea.
—A mí no me tenés que pedir perdón, payaso.
—No, ya sé, estuve mal con los dos.
Mauro se da vuelta y ahora me mira a mí desde arriba.
—Perdón por lo que te dije, Leonardo.
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Pulseras Amarillas
RomanceEn la serenidad de Piriápolis y sus vívidos atardeceres que desembocan en la rambla, nace un romance entre un futuro músico y el hijo de un empresario bastante conservador. Una historia llena de amor, secretos y valentía, que brinda por esa rebeldía...