Cuatro

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- Ya no has pasado por la ventana, has crecido, creo que ya no podré asustarte nunca más, ¿cómo están mis hijos? – dijo ella con tranquilidad, como el agua en un vaso, libre, sin ondas ni cambios, tragué mi saliva, era más espesa, todo mi alrededor era borroso, era estúpido e irreal.

Entonces pude ver todo tan claro como el día, las personas a mi alrededor, tenían rasgos muy particulares: algunas pálidas, otras muy rojas, otras con marcas en sus brazos y podría seguir enlistando esa espiral de características nauseabundas que abundaban a mi alrededor. Es obvio que no le respondí, también pienso que ella no esperaba una respuesta, así que simplemente dijo “ya es tarde, nos esperan” y empezó a caminar en dirección a la salida de la universidad, junto a ella el resto la seguía en una lenta estampida de seres humanos que probablemente habían terminado sus días en nuestra Tierra. Dios me cuide de esos recuerdos tan obsenos; giré en un intento de volver por donde llegué, mi lógica estaba rota y por alguna razón eso era lo que mi cerebro gritaba; con mucho esfuerzo me moví de ahí solo para estrellarme contra uno de esos cuerpos.

Era muy frío al tacto y su ropa estaba mojada, sin levantar la mirada me disculpé, yo pensé que nada me podía asombrar más en ese momento, pero otra vez el destino me comprobó lo contrario, un suave “hola” se dirigió a mi con una voz bastante conocida, mi cuerpo tembló otra vez después de escuchar “tanto tiempo sin verte, ¿qué haces aquí?”. Entonces, levanté mi cabeza y lo vi también, su piel era más blanca de lo que recordaba, vestía una playera gris y pantalones de mezclilla negros, pulseras de piel, como siempre, pero no llevaba zapatos puestos.

Entonces mi memoria llamó algunos recuerdos nuestros, corriendo para tomar el autobús, riéndonos mientras comíamos un helado en la plaza que estaba cercana a la escuela donde nos conocimos, lo recordé todo en segundos. Era mi mejor amigo, el más cariñoso y el más tierno de todos, ¿qué le había pasado? Él hacía un esfuerzo por sonreír pero su cara mostraba dolor, entonces vi los golpes en su rostro y comencé llorar, esto era más de lo que podría soportar, era demasiado que procesar; volví a sentirme como una niña otra vez, alguien indefenso y sin forma alguna de entender lo que sucedía.

- Ya no podremos comer helado juntos, perdón por eso – puso su mano en mi cabeza como en esos tiempos, le gustaba burlarme por mi estatura – dile a mi mamá que la amo y que no fue culpa suya.

Esas últimas palabras terminaron por doblar mis rodillas y caí al piso, donde mi vista también estaba enterrada, solo pude ver sus pies moverse en la misma dirección de los demás, mientras al fondo se oían murmullos dispersos que decía frases sin sentido para mí: “ya es hora”, “nos esperan”, era difícil de diferenciar entre tantas voces. Volví a ver el cielo nublado, las nubes se movían y dejaban pasar la luz del sol, entonces me dí cuenta que ya no había ruido, otra vez estaba sola en aquel edificio enorme.

Animabus Purgatorii Donde viven las historias. Descúbrelo ahora