la gran Marlene McKinnon

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—Sirius.

—Llegaste aquí y no quería interrumpir.

—No. Lo siento. No lo ví...

Cuando los ojos grises se encontraron con los de Remus, captó la imagen de Sirius en ese momento. El maquillaje era más sencillo que el que usaba en sus giras, pero había un delineador negro en la línea de agua de su ojo, un poco ahumado, que le daba un aspecto aún más misterioso en combinación con el tono de sus ojos. Su boca era de un tono rosado natural.

Llevaba un chaleco de raso azul oscuro que hacía juego con sus pantalones acampanados, que abrazaban su cuerpo hasta la parte donde le quedaba ancho por debajo de la rodilla. Entre el chaleco y la cinturilla de los pantalones se veía una pequeña línea de piel. Casi como si se burlara de él por lo que había debajo. Manos llenas de anillos de plata jugaban con la cadena alrededor de su cuello, el mismo cuello que Remus había chupado el primer día que lo conoció. El cuello en el que Remus no podía dejar de pensar.

Volvió la mirada a sus ojos. Los rizos negros enmarcaban perfectamente su rostro casi como una pintura meticulosamente pensada. Todo en él parecía haber sido perfectamente diseñado por un ser superior. Dios, tal vez. Remus no sabía, lo único que sabía era que Sirius era demasiado perfecto.
Sirius era hermoso. Él era magnífico. No había nada en él que no fuera digno de ser exhibido en un museo. Y Remus no tuvo vergüenza en admitir que moriría queriendo besar esos labios otra vez.

—¿Remus?

Pareciendo volver a la realidad, Remus tragó saliva y tosió con fuerza. Tratando de no dejarse llevar otra vez por la belleza de Sirius esa noche.

—¿Necesitas algo? Puedo conseguirte lo que quieras.

—No. No necesito nada—. Sirius se levantó. —¿Tus padres están bien? Parecías preocupado.
Remus parpadeó confundido. Sirius continuó mirándolo, esperando. Parecía realmente querer saber acerca de sus padres. Como si le importara Remus y lo que sentía.

Así era como se sentian las mariposas en el estómago.

—Sí. Todo está bien —pronunció cuando parecía poder respirar de nuevo. —Mi madre tiene algunos problemas de salud, eso es todo.

—Oh , ¿necesitas algo? Tu puesto tiene seguro médico, ¿verdad?— Sirius preguntó rápidamente. —Porque puedo arreglar esto. Puedo llamar a Kingsley…

—No—. Remus lo detuvo cuando levantó su teléfono. —Quiero decir, sí. Tenemos seguro médico, todo está bien. Gracias.

Sirius dejó caer su teléfono celular en el sofá. —Bien entonces.— Lo miró de arriba abajo, rápido e intenso. —Luciendo como un profesor sexy. Me gusta.

Remus rió entre dientes, frotándose la nuca. —¿Te gustan los profesores ahora?

—No, no profesores—, dijo con una sonrisa. —Soy más del tipo de pasantes.

—¡NO PUEDO CREERLO!— Remus se volvió hacia la puerta del vestidor, que se abrió. Una mujer con cabello rubio y flequillo apareció caminando con una gran sonrisa en sus ojos. Tenía un maquillaje similar al de Sirius, pero junto con una sombra de ojos ahumada y destellos plateados. También llevó un conjunto de raso, pero rojo con botas altas a juego. —¡Gaga me acaba de seguir en Instagram!

—Lo lograste—, bromeó Sirius cuando la chica lo abrazó. Miró a Remus que estaba de pie sin saber a dónde ir. Probablemente debería ir a consultar con Alice si ella y Frank se habían besado o no. No podía mentir que no tenía curiosidad por saber cómo iba la telenovela de romence en la oficina de su amiga.

La mujer seguía con su atención puesta sobre Remus y lo estaba comenzando a poner nervioso. —Remus, ella es la gran, la única, Marlene McKinnon.
—Encantado de conocerla—, sonrió cortésmente. Todavía se sentía incómodo conociendo gente famosa desde que consiguió ese trabajo. Pasó de trabajar a tiempo parcial con Peter a estar en presencia de personas que podían comprar aviones si así lo deseaban.

rumour has it WOLFSTARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora