El ruido de las cadenas chocantes en el largo y sucio pasillo ensordecía a los pobres hombres de blanco. Las luces instaladas a un lado, pegadas a las paredes grisáceas cegaban a los que mantenían la cabeza gacha, pensando que se acercaba un fin seguro, evidente. Algunos se miraban con incertidumbre, habían caminado demasiado como para ir directamente a una cámara de gas. No sabían cuánto, pero sus pies aullaban de dolor. El más viejo de aquellos pobres hombres de blanco estaba al final de la fila, siendo arrastrado por los demás quienes tenían más resistencia. El guía parecía estar acostumbrado a la caminata, seguramente había llevado a muchas más personas adonde sea que iban. Aquellos pobres hombres de blanco se acercaban a una gran puerta del mismo color de sus esmoquin, planchados, arreglados hasta el más mínimo detalle. El guía hizo una seña, levantando su mano hacia los hombres y estos se detuvieron. El viejo alzó la mirada por primera vez en todo el paseo. El guía, quien llevaba un esmoquin guantes negros, abrió las puertas de par en par, y entonces los rostros de los pobres hombres de blanco se iluminaron. Candelabros, pilares que sostenían el segundo piso, protegiendo a las personas con barandales dorados. El piso de mármol recién trapeado, brillante, como el oro de las copas en la gran mesa que recibía a los gloriosos hombres de blanco.
De fondo, Waltz of the Flowers sonaba en el tocadiscos.
Ellos, luego de haber inspeccionado cada rincón del salón con sus ojos lagrimeantes, miraron al guía con cierta incredulidad. Él, por su parte, les dedicó una gentil sonrisa, como presentando su regalo de cumpleaños. Los gloriosos hombres se abalanzaron sobre los platillos que allí los esperaban posando sobre largas bandejas de plata. Pollo asado, ensaladas, sushi, helado, vino, pan, era un festín. Del silencio nació la conversación, y de la conversación la risa. La comida unía a los hombres, los hacía felices. El viejo se había sentado para no ser irrespetuoso, pero guardaba algunas sospechas. Un señor los había llevado, a través de un túnel, hasta un salón que parecía de la realeza. ¡Y encadenados! No era para menos. Era cierto, quería poder probar algo de esa deliciosa comida, pero algo le decía que no. Que mantuviese las manos quietas y los dientes apretados. Los demás hombres continuaban riendo y charlando animadamente entre sí, hasta que uno de ellos dejó caer su cabeza en el plato con puré de papas. Todos miraron a su compañero de caminatas, pero nadie se acercó a ayudarle. El puré de papas comenzó a teñirse de rojo y un fino hilo espeso se deslizó hasta desembocar en el mantel de seda. El primer hombre no reaccionaba.
Todos se alejaron de un brinco, todos menos el viejo, quien miraba atónito las caras de los hombres. A uno de ellos, empezó a sangrarle la nariz, y este se cubrió con una servilleta rápidamente. A otro, los ojos se le dieron vuelta y su respiración se agitó. Se llevó las manos a la garganta y apretó, se desgarró la piel con las uñas, se abalanzó hacia el jarrón con agua que estaba en la mesa y bebió, bebió hasta terminar y siguió con el vino, hasta el fondo. Y como había bajado por su estómago, los líquidos salieron en forma de vómito, espuma y sangre. Peleó por su vida hasta el último segundo, en el que se desvaneció por completo sobre el perfecto y reluciente mármol.
Waltz of the Flowers seguía sonando.
El pánico abrazó a los miserables hombres de blanco y rojo, quienes se voltearon rápidamente hacia el guía. Ya no estaba, en algún momento de la mortal velada se había ido y los había dejado solos.
Sangre, sangre por todos lados. Sus cuerpos se retorcían en el piso, se oyeron crujidos de huesos. Un hombre se había dislocado una vértebra en medio del ataque al caer sobre el jarrón metálico de agua. Su cara se sumergió en la espuma y vómito del primer miserable hombre de blanco y rojo, ahogándose en su propia sangre y los fluidos de su ya muerto compañero.
Waltz of the Flowers estaba llegando a su clímax.
Dos de los cuatro hombres que quedaban de pie corrieron a las puertas blancas, golpeando con fuerza, forzando la cerradura con uno de los cuchillos. No se pensó, pero se intentó romper el picaporte con el cráneo de uno de ellos. Se había desvanecido repentinamente y él comenzó a bailar, al igual que los demás. Moviendo sus extremidades, su pecho con exageración hacia el techo lleno de candelabros costosos. La sangre formó una rosa entre sus dientes. Se la habría ofrecido a alguna damisela, pensaron, pero... ¡Era verdad! Solo era sangre.
Seis hombres estaban bailando alegremente con rosas en sus bocas. La escena era grotescamente gloriosa, sublime, digna de admiración. Arte, no más que eso. El vals, el mejor vals que habían presenciado. Pero había algo... Uno de ellos no había probado la comida. No hizo falta hacer nada, el viejo, en su desesperación al ver al guía aparecer con un antifaz dorado y extravagante sujetando un arma calibre, tomó un cuchillo de la mesa y se cortó la garganta de punta a punta. Confeti cayendo sobre los bailarines, confeti rojo. Qué exquisitez.
Walts of the Flowers había terminado.
Los hombres de negro se levantaron de sus asientos dorados, bajaron los binoculares galileanos y con suma satisfacción aplaudieron al organizador del evento. Nuevamente los había impresionado. El baile, las rosas, el confeti, las risas, se había lucido. Era mejor que la vez anterior, sin duda alguna.
—Los esperaré el próximo mes con ansias, caballeros. Muchas gracias por asistir. Y por favor, no falten. Planeo hacer sonar Emperor Waltz, organizaré el baile más grande que hayan visto. —El hombre les estrechó la mano—. Por favor, no falten. —Sonrió.
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Cuentos - by Vanina Soria
Random1. "Invasión" Un pequeño pueblo en China sufre la invasión de una nueva y grotesca plaga, la cual hace que diminutas criaturas crezcan dentro de ellos. - Dibujo by Vanina Soria -