"Invasión"

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Vivimos en paz por más de 20 años, en un pueblo pequeño y tranquilo. El aire fresco, limpio, el olor a tierra y, muchas veces, a lluvia, reinaba en nuestra amada Xijiang. Vivíamos en paz junto a Madre y Lian, hasta que la plaga llegó a nuestro hogar. 

Habían dado aviso en las ciudades cercanas de Huangshan City y Jingdezhen, pero al parecer todo se había ido de las manos. Un tsunami de mosquitos había atravesado la frontera china en busca de más víctimas. Temían lo usual: dengue y zika. Pero era peor, mucho peor. Las investigaciones científicas no tardaron en aparecer, sembrando el pánico en la población.

"Varios experimentos hechos en la especie "Culicidae" han comprobado una evidente evolución en dichos insectos. Con ella, ha surgido una enfermedad. Los pacientes han presentado un grave estado febril (se sospecha, por posible infección causada por los parásitos) y erupciones cutáneas...".


Mi primer encuentro con una persona infectada fue en mi propia casa. Lian había despertado con una fiebre que llegaba a 39°. Un médico acudió a nuestro hogar y le recetó un medicamento, el cual resultó ser completamente ineficaz. Lian se sentía cada vez peor y Madre comenzaba a desesperarse. 

El hilo que unía la locura de la cordura se rompió cuando de la mano de Lian, aparecieron granos extraños, granos que tenían algo dentro. Era negro, se veía a través de la piel cómo se retorcía. Los gemidos pasaron a ser gritos desgarradores cuando de la mano, gusanos grisáceos cubiertos de sangre emergieron de la carne de Lian. Sus picos negros viscosos devoraban pequeños trozos de carne de la mano de mi hermana, agitando su cabeza de forma brusca, exasperada. El médico había intentado quitarlos, pero al tirar de ellos, Lian gritaba aún más fuerte. Aquellos parásitos estaban aferrados a sus tendones y se habían abierto paso a través de la carne y las venas de Lian, hasta salir a la superficie. Nueve agujeros, nueve gusanos que se alimentaban de mi hermana sin descansar.

Pasaron seis semanas y Lian dejó de ser humana. Su rostro, su cuerpo entero estaba lleno de agujeros, lleno de gusanos viscosos, inquietos, emergiendo de su carne, buscando más de Lian para devorar. Pero ya no había más. Lian había desaparecido, y junto a ella, aquellos parásitos. Su entierro fue privado, solo Madre, un sacerdote y yo vimos descender el ataúd. No podía dejar de pensar en que dentro de ese cajón, oscuro y seco, los gusanos seguirían moviéndose hasta que se pudrieran. Ellos no dejaron más que angustia y una habitación vacía. Al menos, el tormento para Lian había terminado. Ella estaría descansando en paz en algún lugar mejor, y nosotros seguiríamos con nuestras vidas.


Volví a los cultivos de arroz, metiendo mis manos en el agua y recolectando las plantas con sumo cuidado. Mi mente disfrutaba divagar en tiempos así, soleados, agotadores. Pensaba en Madre, en Lian, en mi futuro, en aquél puente viejo que siempre me había gustado. Pensé en los gusanos, la imagen era borrosa, pero los distinguía en la pantalla de mi mente. Decidí no pensar más, era malo. Me hacía mal. Seguí recolectando las plantas, saqué una, dos, la tercera costó sacarla, requirió de mucha fuerza pero terminó cediendo. La planta salió del agua disparada como una bala de cañón y yo caí sentado bruscamente. Maldije un poco, ya me había pasado. No importaba, me puse de pie y a la hora de tomar la planta que había caído en el camino, me detuve en seco. Mis ojos comenzaron a ver borroso, mis piernas flaquearon, mis oídos solo percibían estática. En mi mano había algo negro moviéndose, algo que emergía de la carne y despedazaba la piel. Un hilo de sangre corrió y una gota se mezcló con el agua. Comenzó a moverse, y como si de una señal se tratara, otros ocho puntos negros aparecieron por debajo de mi piel para unirse a el primero. Eran ellos.



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Cuentos - by Vanina SoriaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora