Capítulo 10 - Aslan

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Cuando Lucy abrió los ojos mucho rato después, la recibió un agradable calorcillo que parecía flotar en el ambiente, como si formara parte de él. Aquella sensación no dejaba de ser curiosa, pues si recordaba bien, lo último que había visto era una celda de piedra

Se incorporó con cierta dificultad, pero su cuerpo ya no estaba dolorido, sino que lo sentía sorprendentemente lleno de energía. De pronto cayó en la cuenta que lo que tocaba con las manos no era frío. Descubrió, estupefacta, que estaba sobre hierba, una hierba verde intensa en la que aparecían flores de forma esporádica. Miró alrededor, maravillada, pues no solo el suelo: también los árboles estaban verdes a su alrededor, y de sus ramas pendían frutos. No obstante, más allá del círculo, A unos diez metros, el invierno seguía siendo totalmente inquebrantable. Era como un sector de milagrosa primavera a donde el frío no podía llegar.

Lucy sintió entonces un viento cálido llegar de espaldas y removerle la cabellera rubia. Era una suave brisa que parecía tener vida propia, pues la acariciaba como una mano etérea. Fascinada, se dió la vuelta, y en el fondo sospechaba lo que iba a encontrar allí.

Tendido sobre la hierba, meciendo su sedosa cola con una calma embriagadora, un enorme león dorado posaba sus ojos oscuros y vivaces en ella. El viento desconocido que había zarandeado a Lucy no era otro que su propio aliento, tan acogedor como una brisa veraniega cerca del mar

—Lucy, querida... —susurró la gutural voz del Gran León.

—Aslan... —musitó ella con una gran sonrisa, andando hasta él y abrazándole con confianza—. Temí no encontrarte nunca.

—Y al final te has acercado demasiado al peligro. Por poco mueres de inanición —le recordó este, protector.

—Lo sé, pero era la única manera de conseguir ayuda.

Una calma extraña la inundaba cada vez que estaba cerca de Aslan y lograba olvidar poco a poco las cosas malas que le habían sucedido inmediatamente antes. Más aquella vez le fue totalmente imposible pasar por alto la guerra  que sucedía varios kilómetros al sur de donde se encontraba.

—Yo quería ir a luchar junto a Edmund, pero no me dejó. Me sobreprotege demasiado y me dijo que me quedara en Cair Paravel, donde supuestamente estaría más segura. Yo luche en la primera batalla cuando llegamos a Narnia —se explicó, molesta.

—Pequeña, todos tus hermanos hubieran hecho lo mismo —aseguró el león—. Te quieren demasiado como para ponerte en peligro.

—Pero yo soy fuerte —aseguró Lucy, arrugando las cejas. ¿Tampoco Aslan la tomaba en serio?

—Lo sé, querida, lo sé. Pero tu fuerza, al igual que la de tu hermana Susan, en el fondo es diferente a la de vuestros hermanos —explicó, lleno de infinita paciencia—. Las Hijas de Eva tenéis los hombros y el corazón más fuertes que nadie, pues debéis soportar las consecuencias de lo que hacen vuestros hermanos y los hombres a los que amáis. Y eso es una pesada carga, pequeña.

Lucy pensó por un momento en las palabras del león, pero no lograba encontrarles un sentido estricto. Supuso que era una de sus muchas afirmaciones enigmáticas, que uno solo puede comprender cuando llega a sentir en su propia carne lo que exponen.

—Pero ahora no sé dónde estoy, Aslan, y temo por mis hermanos. Las criaturas que me secuestraron dijeron que querían algo de Edmund, y quieren utilizarme para llegar a él. No quiero que le pase nada por mi culpa...

El silencio se apoderó del pequeño claro, y la Joven reina vio como el pesar se iba apoderando poco a poco de los ojos dorados del gran León. Aslan sabía algo, y no quería decírselo.

—Por favor, necesito saber lo que está ocurriendo. Yo... Soñé contigo, Aslan. Y con mis hermanos. Morían en la guerra... —aseguró por lo bajo—. Y tú llorabas...

—Los sueños son solo sueños, Lucy —le recordó Aslan sabiamente.

—La última vez que soñé contigo estando en Narnia apareciste —protestó ella, recordando que había visto el león antes de iniciar un paseo en solitario por un bosque en plena noche.

Aslan calló, y ella lo interpretó como una mala señal. No era habitual que el león se quedará sin palabras. Sin embargo, más que un silencio conveniente, parecía algo triste y decaído, y a Lucy le pareció que su pelaje ya no era tan resplandeciente como antes.

—Mucho me temo que no podré estar aquí por mucho tiempo, pequeña —confesó Aslan, visiblemente apenado—. Algo va a cambiar en Narnia y me mantendrá alejado de esta hermosa tierra por bastante tiempo. Habrás crecido para cuando nos reencontremos.

—Pero, Aslan... ¿Otra vez vas a dejarnos? —musitó Lucy, desecha.

—No tengo otra opción, querida. Ahora depende de vosotros —concedió el león—. Recuerda, tú y tus hermanos sois los reyes de Narnia, nada ni nadie puede cambiar eso.

La muchacha abrió la boca para decir algo, llena de confusione y nuevas inquietudes, pero el la interrumpió con delicadeza

—Lo que deba pasar pasará, Lucy —explicó Aslan—. No temas, querida: tarde o temprano las cosas serán como siempre deberían haber sido. Ante todo... recuerda quién es Edmund y... prométeme que serás fuerte, mucho más fuerte que nunca.

Y, en un fugaz  parpadeo, Lucy se vio hablando sola en medio de un claro en pleno invierno. La hierba y las flores habían desaparecido, y de nuevo soplaba un viento helado que le zarandeaba la melena rubia. Se quedó allí por un momento, pensando en las últimas palabras del león.

¿Qué mal te está acechando, Edmund?

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⏰ Última actualización: Nov 15, 2022 ⏰

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