Capitulo 4 - Corazon de hermano.

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Cinco días, cinco largos días habían transcurrido desde la desaparición de Lucy, tiempo en que Cair Paravel y toda Narnia estuvieron bajo una permanente vigilancia.

Cuando Peter y Susan, alertados por la tan precipitada huida de Edmund llegaron al castillo seguidos de toda la guardia que los había acompañado en su supuesta negociación con los enanos y se hubieron enterado por boca de su hermano de lo sucedido, el sumo Monarca no había dudado ni un solo instante en enviar a los más veloces soldados en su busca. Sin embargo, y a pesar de que los mismos reyes formaron parte del grupo que bajo la feroz tormenta recorrieron buscando sin descanso por los alrededores de Cair Paravel hasta el amanecer, no pudieron encontrar nada, ni rastro de Lucy ni de sus secuestradores, parecía como si la misma tierra se los hubiese tragado.

Edmund, Susan y Peter no abandonaron ni por un solo momento la sala de operaciones durante aquellos cinco e interminables días, más para comer y dormir, a pesar de que ninguno de ellos se sentía capaz de hacerlo.

Una silenciosa inquietud y el presentimiento de que pronto las cosas iban a cambiar se había apoderado de los corazones de cada uno de los Narnianos.

Quien peor lo llevaba era Edmund, pues pesadillas que traían consigo recuerdos de un pasado que deseaba haber podido olvidar lo atormentaban cada noche, regresando a él con más intensidad e insistencia que años atrás.

En sus sueños se veía a sí mismo siendo de nuevo un niño, encadenado y encerrado en la celda de las mazmorras de aquel inmenso castillo hecho del más puro hielo, sin tener nada más que la compañía de su peor pesadilla, sin poder escuchar nada más que su dulce y maliciosa voz asegurándole, mientras susurraba en su oído, que a su lado lograría hacer realidad sus más oscuros deseos, prometiéndole que si permanecía con ella sería superior a todos aquellos que algún día se atrevieron a despreciarlo... Sintiendo en su rostro el tacto frío de sus manos suaves mientras su mirada permanece fija en aquellos ojos translúcidos que parecen ser capaces de congelarle hasta el alma.

El ánimo de todos en el reino estaba por los suelos, ya fuese donde fuera que el pelinegro mirase recibía la imagen de criaturas discutiendo o peleándose, queriendo descargar toda la rabia y frustración con el primero que se pusiera por delante, y lo peor de todo era que ni el Sumo Monarca parecía poder hacer nada para calmar los ánimos de sus súbditos, dado que en mismo durante aquellos últimos días también parecía alterarse ante las cosas más insignificantes.
Sin embargo, todo empeoró cuando recibieron la noticia de que los movimientos por parte de los rebeldes se habían detenido, y aquello les hizo tener la certeza de que, definitivamente, algo tramaban.

Edmund estaba casi seguro de saber quienes estaban detrás de la desaparición de Lucy, y aunque deseaba con todas sus fuerzas decírselo a sus hermanos, algo en lo profundo de él le obligaba a mantener silencio.

Era la tarde del quinto día desde la desaparición de la reina Valiente, y los reyes de antaño junto a todo el consejo se encontraban en la sala de operaciones, reunidos entorno a una larga mesa, discutiendo acaloradamente nuevos métodos para encontrar a Lucy y averiguar de una vez por todas lo que se traían entre manos los antiguos seguidores de la Bruja Blanca.

Edmund intentaba prestar la mayor atención a lo que su hermano decía en aquel momento, pero su mente no podía dejar de pensar en donde estaría su hermana, si estaría bien, si estaría pasando frío, hambre, miedo... La sangre le ardía ante la idea de que pudieran estar lastimándola de alguna manera y no poder estar allí para protegerla.

El contacto cálido de una mano en su hombro lo sacó de sus pensamientos. Levantó la vista encontrándose con las miradas interrogantes de sus hermanos quienes al parecer le habían estado hablando sin que él les hubiese estado prestando atención.

Oro y Plata,Fuego y Hielo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora