Capítulo 3 - "¿Puedes ayudarme a...?"

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IV

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IV

Tal y como le había prometido la reina, Aiden llamó a la puerta de su celda a la primera luz del día. Había tenido toda la noche para tomar una decisión y había llegado la hora de comunicársela al capitán de la guardia de la reina.

— Adelante — habló Roxana con fuerza para que Aiden pudiera escucharla a través de la puerta metálica que los separaba.

El guardia abrió la puerta lentamente, cauteloso, y dio un paso dentro de su celda.

— ¿Y bien? ¿Ya ha tomado una decisión?

Sin duda, si Roxana aceptaba la misión, correría demasiados riesgos innecesarios; habían demasiadas cosas que podían salir mal y nadie en su sano juicio siquiera consideraría la oferta de la reina.

Puede que si estuviera loca después de todo.

— Acepto el trato de tu reina — contestó la asesina, levantándose del suelo.

El guardia suspiró.

— Muy bien. Avisaré a el resto de los guardias para que preparen los caballos, mientras tanto, prepárese para partir. Saldremos de inmediato.

Aiden salió por la puerta antes de que Roxana pudiera responder, dejándola sola de nuevo.

La asesina no tenía nada que preparar, no tenía ninguna de sus cosas en la prisión. Bueno, a menos que eso contara el libro destrozado de su celda, la muda de ropa polvorienta que tenía puesta o la daga que había conseguido colar en Délmor cuando había llegado a la prisión. Lo dudaba, así que se limitó a esperar a que el guardia regresara.

Unos minutos después, Aiden entró a su celda de nuevo, esta vez sujetando una pequeña mochila de viaje.

— Los caballos ya están listos. ¿Está preparada para partir? — preguntó el guardia mientras se colgaba una de las asas de la mochila al hombro y avanzaba hacia ella.

— Si a preparada te refieres a qué si estoy lista para morir en la misión, supongo que no. Pero sí, ya podemos irnos.

Aiden sonrió, divertido por su comentario, y se acercó a la asesina. Le cogió las muñecas y las alzó a la altura de su torso para soltarle los grilletes que le había puesto el día anterior, pero esta vez no se los cambió de sitio, liberó su cuerpo de ellos por completo.

— Gracias — dijo Roxana, devolviéndole la sonrisa.

Aiden pareció darse cuenta de su error y dejó de sonreír, apartándose de ella con un movimiento brusco.

— No me las des. Órdenes de la reina — habló Aiden rápidamente, serio.

La sonrisa de Roxana se esfumó por completo por su última frase. Por supuesto que la reina había ordenado que le quitasen los grilletes, si los llevaba puestos, no podría matar a los herederos de las cortes en su nombre.

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