You're on your own, kid

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EL PRIMER VERANO

Historia inspirada en 'You're on your own, kid'
Escrita por: Juan Arcones

Creo que Marcos fue mi primer amor de verano. A ver, el primero y el último. Recuerdo estar en la urbanización en la que veraneábamos mis padres y yo. Era uno de esos días supercalurosos de verano, en el que te sobraba toda la ropa y necesitabas estar continuamente en la piscina o bajo una sombra. Yo, pues pasaba las tardes con mis amigos: Guille, Laura y Sonia. ¿Y qué hacíamos? Nada. ¡NADA! ¿Por qué a la gente le gusta hacer cosas con lo bien que se se está sin hacer nada?

Pero esa tarde fue diferente. Uno de los niños pequeños de la urbanización se acercó peligrosamente al bordillo de la piscina y pasó lo que tenía que pasar. Sí, habéis adivinado. Se cayó dentro. Claro, el niño tenía solo cinco años y no sabía nadar. Pablo, el socorrista, estaba en el baño (o ligando con alguna, seguramente). Así que nada más ver que se caía, corrí hacia él. ¡Como si yo fuera un héroe o algo así! Pero, desde el otro lado, otro chico se me adelantó, llegó mucho antes que yo y se lanzó de cabeza al agua.

Ese chico era Marcos. Marcos Brunas. Después de salvar al niño, se armó un revuelo de la leche. Empezaron a aparecer padres de debajo de los árboles (¿dónde habían estado hasta ese momento?) y corrieron a hacer un corrillo alrededor del niño, que respiraba tranquilamente. Bueno, quizá no tranquilamente, porque estaba rodeado de adultos mucho más nerviosos que él, por lo que, lógicamente, se puso a llorar como si no hubiera un mañana.

Pero nadie parecía fijarse en el chico responsable del rescate. Nadie salvo yo. El agua le resbalaba por su piel de color café y por su media melena que le tapaba parte de la frente y le llegaba hasta los hombros. Su bañador rojo, más corto que el mío, dejaba entrever un poco de vello, justo bajo el ombligo, que ya era más de lo que yo tenía. Era alto y desgarbado, como si hubiera crecido a destiempo. Se echó el pelo hacia atrás, dejando al descubierto una nariz aguileña y unos ojos verdes profundos que se giraron hacia mí, dedicándome una sonrisa, saludándome con un movimiento de la cabeza. ¿Quién era ese chico? ¿Era nuevo en la urbanización? ¿Y por qué era incapaz de dejar de mirarle?

Esa fue la primera vez que vi a Marcos. Y sí, me obsesioné con él desde ese momento. A ver, tenía doce... no, trece años. Y nunca me había sentido atraído así por un chico. Bueno, por nadie, diciendo la verdad.

A raíz de ese día, empezamos a verle más por la urbanización, y se unía a nuestro grupo de vez en cuando. Era mayor. Tenía 15. Bueno, igual que Laura, la otra mayor del grupo. Y claro, estaban casi siempre juntos. Y yo, pues rabiaba por dentro, porque lo único que quería era que me mirara, que me hiciera caso. Así que me pasaba los días pensando planes superguays para proponer, o hacía el gilipollas con Guille para captar su atención, para que me prestara un poco de su mirada, de su interés.

Porque qué os voy a decir, pero no hay nada más guay que alguien que te gusta te preste atención, porque te da un poco de él. Es decir, de todas las cosas que hay alrededor, de todos los estímulos a los que puede hacer caso, de repente, sus ojos se detienen y te miran a ti, te hacen caso a ti. Y es como si te regalara unos segundos de su tiempo, y todos sabemos que el tiempo es lo más caro que existe.

Recuerdo un día en la playa de Liencres, una de esas playas salvajes que dan al mar Cantábrico (y que me dan auténtico terror por las historias que me contaban mis madres sobre bañistas ahogados), donde pasamos el día. Nos había llevado los padres de Guille y, mientras ellos se iban con sus amigos, nosotros nos quedamos allí solos, jugando a juegos de cartas, comiendo todas las mierdas posibles, y viendo quién era el primer valiente en bañarse. Obviamente, lo habéis adivinado. Fue Marcos.

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