Capítulo cuatro: Intentos desesperados

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El aroma a café invadiendo el espacio alertó sus fosas nasales. Parpadeó dándose cuenta que era la mañana siguiente. Se sentó en la orilla de la cama fijando su atención en la punta de sus dedos sobre la tela de algodón de los calcetines blancos.

Se puso de pie y se estiró hacia atrás.

Caminó hacia el resplandeciente y espacioso baño donde la luz parecía estar demasiado en contra de sus ojos ambarinos que todavía no se ambientaban al cambio.

Miró su cabello desordenado en el espejo y su semblante adormilado. Se lavó la boca antes de tomar una ducha caliente. Después de abrir la empañada puerta de cristal, cogió la toalla y comenzó a secarse el cabello.

Un albornoz blanco le bastaba por el momento ya que precisaba desayunar. Se puso las pantuflas y salió de su habitación sin siquiera pulsar el mando que elevaría el protector del ventanal con vista hacia la ciudad.

Se hallaba en el lujoso departamento de soltero de su tío, en Londres. Y, se suponía que por la tarde irían a un lugar llamado Castle Combe en las afueras de la ciudad.

Caminó por el pasillo cubierto por la mullida alfombra grisácea hasta atravesar el salón de estar donde predominaba el blanco, el azul real en los juegos de sofá, el negro en las estanterías —y demás muebles—, y el plateado en los marcos de los cuadros y en los adornos metálicos que sobresalían de las paredes. Todo parecía muy futurista y a la vez, acogedor. Las luces niqueladas que colgaban del techo le parecían innecesarias, puesto que su tío estaba parado frente al ventanal donde el brillo cegador del astro que se situaba en el azul del cielo se colaba quemándole las retinas.

—¿Por qué hay tanta luz? —gruñó.

—Son apenas las ocho de la mañana, pero no te parecería tanta si no tuvieses resaca —le recriminó Akir. Usaba un pijama de seda de color negro, que constaba en pantalón y camisa manga larga sumando las pantuflas del mismo tono—. Anoche no pude alcanzarte y tampoco quise molestarte cuando por fin llegué —dijo girándose—. El valet tardó en decirme que te habías traído el Rolls-Royce.

—Ah, eso —murmuró Kid avanzando hasta la cocina. Se situó detrás de la barra de desayuno y miró que el molinillo de café estaba cumpliendo su función—. Olvidé decirte que pidieras taxi.

—Idiota —se quejó Akir poniendo los ojos en blanco. Se aproximó a la cocina a buscar dos tazas con sus respectivas porcelanas y dos cucharas—. He estado pensando en lo de anoche.

—No quiero hablar de...

—Pero yo si —le interrumpió volteando—. La verdad es que lo siento, hijo. No quise forzarte a nada. Solo... Me preocupas.

—Lo sé —dijo después de suspirar. Se sentó en un taburete de piel gris junto a la isla de la cocina—. Pero no quiero que hablemos de ello.

—Como lo desees —concedió antes de comenzar a servir el café

—Vale.

Akir tenía muchas dudas sobre lo que a continuación le plantearía a su sobrino, pero contempló la posibilidad de que si algo surgía llegado el momento, siempre tendría la opción de no proseguir con sus intenciones. Rogaba porque éste mostrase cambios significativos que le indicaran que ya no era necesario intervenir. De verdad quería que él retomara su vida

—Por otro lado, me gustaría que me acompañes a un viaje de negocios.

Kid hizo un gesto de intriga.

—¿Adónde?

Akir se sentó en tanto empujaba con cuidado la porcelana hacia Kid.

—Texas, Estados Unidos.

NOTITAS PARA KID ━━ [En curso]《52》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora