Capítulo 2.

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-Bueno, hemos llegado a Mercatrya. -Miró Frey, el padre de los elfos a Freyja, su hermana gemela al aparecer en un sendero de baldosas de terrazo poco transitada de la ciudad.



Freyja frunció el ceño al ver la anticuada ropa que llevaba encima.



-¡Estoy hecha un desastre, Frey! ¿Por qué debemos vestir así?



-Para evitar ser reconocidos -dijo este-. Por eso.



Los dioses portaban un atuendo muy arrugado y rasgado en algunos lugares. El cabello de ambos, que era tan marrón como el chocolate, lo tenían completamente enredado y sucio. Mas todo eso era necesario si pretendían atender sus asuntos lo más pronto posible. Juntos salieron del sendero y caminaron unas cuantas cuadras hasta que comenzaron a mezclarse con el flujo de peatones.



-Dime una cosa, Frey, ¿ya acabaste con el trabajo que te encomendó padre? -preguntó la diosa.



-¿Qué crees que he estado haciendo estos días? Además, se suponía que este trabajo era de los dos, no solo mío.



Entonces miró a Freyja y vio que fingía no haber escuchado nada. Esta también desvió la mirada mientras silbaba una corta melodía. Un tanto enojado, el hombre se volvió y caminó nuevamente entre la gente antes de que su hermana pudiera notarlo. No se volvió siquiera a ver si ella lo seguía.



Poco después se detuvo en frente de un pequeño local de comida.



-¡Espera... Hermano! -dijo Freyja al alcanzarlo, tratando de controlar su jadeante respiración. Entonces lo miró y notó que no apartaba la mirada del frente.



Ante los ojos marrones del dios se abrió la figura de una excéntrica niña de pelo rojo y piel clara que caminaba sujeta de la mano de una anciana. Al verla, de una manera tan inesperada, el dios quedó completamente pasmado.



-¿A qué esperamos? -dijo Freyja al verlo tan quieto-. Vamos.



-Detente un momento -murmuró él. Se quedó observando como la niña, de la mano con su abuela, se dirigía a la academia con un paso relajado. Por otro lado, la joven diosa quedó extrañada al ver a su hermano comportarse de esa manera. Pero... ¿Por qué? Hace apenas un segundo estaba tan apresurado y de repente se detiene a observar a una niña.



Al retornar a Glaðsheimr, los demás dioses estaban reunidos en el gran salón del Valhalla. Estaba próximo a dar inicio una asamblea.



Loki, el dios de las mentiras, entró refunfuñando a la sala.



-Espero que esta convocatoria sea breve, tengo asuntos más importantes que atender -replicó mientras tomaba asiento en la mesa.



-¿Tu boca solo sabe pronunciar mentiras, hermano Loki? -intervino Wannadi, la personificación del sol, al sentarse a su lado-. Dormir en el jardín no es más importante que una asamblea convocada por nuestro padre.



-Y tú, Wannadi, actúas como un completo chismoso -expresó Loki su molestia ante los indiscretos actos de su hermano.



-Solo soy un testigo ocular.



-Ese es el equivalente de chismoso.



-No me digas. Ahora eres...



-¡Basta ya, los dos! -Rea, la soberana que obra con gran honradez, tuvo que detener la discusión de sus hermanos-. Este no es lugar para discutir entre ustedes. Si quieren hacerlo, tendrán que esperar a que esta reunión termine.



Ambos se callaron inmediatamente. Ya no podían responder o replicar; las órdenes de una diosa de alto rango eran respetadas por los de menor rango.

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