Capítulo 20.

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El príncipe Oberón II echaba un vistazo de último minuto a la organización del festival. Yendo de un lado para el otro, dando órdenes y ayudando en lo que podía, garantizó un buen trabajo en el lugar. Agitados en aquella pequeña plaza, las hadas volaban llevando canastas de frutas, barriles con vino y flores para decorar. Y a un extremo de la plaza estaba una tarima donde ensayaban músicos locales.

Durante un momento de descanso, Oberón se acercó a una enorme mesa que exhibía una extensa variedad de comidas y postres. Estuvo tentado a tomar un pastel que se veía apetitoso, pero la anciana Erma, la encargada de la comida, no le quitaba la vista de encima mientras revolvía un caldero con dulce de lechosa. «Mejor no. Esa señora da mucho miedo», pensó.

El festival de equinoccio de primavera no era una de las cosas que le agradaban al joven príncipe. En momentos así, quisiera hacer lo mismo que estaba haciendo su hermana. Vio como retrocedía lentamente hasta escabullirse y abandonar por completo sus deberes. «De seguro se va a un lugar mucho más divertido». Echó la mirada hacia otro lado y vio a su padre, el rey Oberón, refunfuñando mientras se acercaba.

—No me digas. Asunto: Iris —especuló el joven.

—Esta es la cuarta vez en el día que abandona los preparativos del festival. Basta decir “Equinoccio de primavera” para que desaparezca. Tu madre también la está buscando como loca.

El príncipe se echó a reír.

—Ya tiene veinte años y aún se comporta como una niña.

—Y ya se las verá conmigo cuando la vea.

—¡Un carruaje se aproxima! —alguien gritó en ese momento.

El suelo vibró por los pesados pasos de los caballos y todos en el lugar miraron hacia los pilares de la entrada. El estandarte de la familia Rymer era exhibido por dos abanderados y en la armadura de diez guardias. Un sirviente abrió la puerta y la primera en bajar fue Brisa. Oberón esperó ver el descenso del emperador, pero en su lugar salieron otros individuos. Algo extrañado, caminó hacia ellos para recibirlos. Por otro lado, su hijo aprovechó la distracción para tomar aquel pastel de la mesa.

—La familia Rymer nunca se pierde una celebración, ¿no es así? —dijo el rey de las hadas mientras abría los brazos para recibir a Brisa. Ella lo abrazó y luego besó su mano en señal de respeto—. Bienvenida a Fairytree, joven princesa. ¿Dónde está tu padre?

—Mi padre manda sus más sinceras disculpas. Esta vez no nos acompañará debido a asuntos del reino. —Señaló a sus amigos—. Está vez solo estamos mis amigos y yo. Esperamos poder divertirnos en el festival y tener algo de su hospitalidad.

—Por supuesto. ¿Cómo rehusarme?—aceptó este—. Bienvenidos a Fairytree, chicos.

—Muchas gracias. —Hicieron una reverencia.

—Se ven que son jóvenes de bien. ¡Oberón! —llamó a su hijo. Este se acercó tras estirarse la ropa.

—Buenas tardes, princesa Brisa. Y buenas tardes también para ustedes. Nos honra tenerlos aquí —dijo, en respuesta a la reverencia de los demás.

—Él los acompañará al castillo y les asignará una criada para que los atienda. Tomen un baño, usen ropa cómoda y vuelvan cuando gusten.

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Iris despertó por fin de su profundo sueño sobre aquel montón de paja que utilizó como cama dentro de un pequeño pesebre junto a la plaza. Miró a un lado y abrazó a la cabra bebé que dormía con ella, dejando que el sonido de las chicharras la llevarán por un camino lleno de recuerdos de su infancia.

Al poco tiempo, escuchó la apertura melódica del festival. «¡Por los dioses!, ya comenzó». Se levantó de un salto y, como un rayo, voló hacia el castillo. Intentó entrar desapercibida, pero su hermano apareció de la nada y la tomó del brazo, llevándola en dirección contraria a su habitación.

—¿Para dónde me llevas, hermano? —pidió saber. No hubo respuesta—. No pensarás llevarme con papá, ¿verdad, hermanito bonito?

—No, Iris. —La llevó con Mirra, su criada, quien venía de haber preparado el baño para ella—. Ya es tarde. Recuerda que es nuestra obligación hacer la apertura del festival. Además, tenemos de invitados a la princesa imperial de Mercatrya y unos amigos suyos.

—¿Esa niña? —Resopló—. Me cae súper mal. Se cree la gran cosa.

—Sabes que siempre ha sido así. —Comenzó a quitarle unos hebras de paja que tenía enredadas en el cabello—. Yo ya no le prestó atención. Deberías hacer lo mismo —le sugirió antes de marcharse.

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Trompetas, gaitas y tambores sonaron. El rey y la reina, junto a sus hijos, avanzaron a caballo delante de un desfile. Los cuatro iban vestidos con sus mejores galas; vestidos de rasos y atavíos, adornados con campanillas y borlas de colores. Detrás venía un pelotón de caballeros a la orden del rey. Pasó después un estandarte rojo y otro grupo de caballeros, luego un estandarte verde y más tarde uno blanco. Y cerrando el desfile, avanzaron un grupo de hadas danzando y bailando. Daliana y los demás estaban maravillados con tal espectacular desfile, pues un acto así no era popular en Mercatrya durante los festivales.

Una vez finalizado el desfile, Daliana, Brisa y Arturo fueron a la plaza mientras que Darren fue a pagarle su ronda de cerveza a Gina. Al llegar, todo la atención fue para los tres jóvenes. «Son forasteros» «¿Ya viste ese cabello rojo? Es hermoso» «La niña de cabello amarillo también es hermosa» «¿Él es un dragón? Nunca antes había visto uno», comentaban los lugareños. Tanta admiración les hizo sentir incómodos.

Conscientes del efecto que producían en el lugar, los tres comenzaron a andar por la plaza. El lugar estaba repleto de puestos de comida, vendedores ambulantes y juegos. Esferas de luz y antorchas iluminaban toda la zona. Una canción muy movida se escuchaba de fondo y el trío logró divertirse durante el inicio de la noche con unas competencias de decoración, cabalgatas y un concurso de la hada más bella.

La noche se hacía cada vez más profunda, pero para las hadas solo era el comienzo. Después de aquel concurso de belleza, el baile folklórico inició. En la tarima, un grupo musical se sentó y afinaron sus instrumentos. Al poco tiempo inició una apertura melódica hecha por un violín y una flauta. Todos se sintieron atraídos por la mágica música. Dándose las manos, pero vueltas de espalda, las hadas formaron varios círculos mientras cantaban y bailaban al son de un solo del violín. La canción era tan movida que Daliana quiso bailar también, así convidó a sus amigos.

—No podemos —advirtió Brisa—. Participar en los bailes de las hadas es un gran peligro. Una leyenda dice que, si un ser de una raza diferente comienza a bailar con ellas, lo hará desenfrenadamente y las cabrillas y locuras de la danza puede llegar a causarle la muerte.

—Ay, es solo una leyenda. No creo que sea verdad. —Miró a Arturo—. Ven, bailemos —le pidió emocionada.

—No.

—Anda, vamos. —Él volvió a negarse—. ¿Qué tienes? ¿Te da miedo?

—Un poco.

Continuaba tratando de convencer a Arturo cuando un joven hada, como de su edad, se aproximó.

—¿Le gustaría bailar conmigo? —dijo este, ofreciéndole la mano.

—¡Claro!

Ambos se integraron al círculo.

Mas tarde, Oberón, el joven príncipe, colocó un plato con frutas rebanadas frente a Brisa y Arturo. Los dos agradecieron.

—Disculpen por no ser su anfitrión. En estos eventos tendría que tener la ayuda de mi hermana, pero como ven, ella no está. Así que tengo que encargarme solo de que todo marche bien.

—No te preocupes —respondió Brisa. Echó algo de caramelo sobre algunas manzanas—. Nos hemos divertido mucho está noche.

—¿Y dónde está la otra niña que los acompaña? —Tomó asiento.

—¿Daliana? Ah, está por allá bailando. Lleva como tres horas sin parar. Además, Arturo está súper celoso.

—¡Por supuesto que no! —objetó él.

—Claro que sí. —Se centró de nuevo en Oberón—. Se puso como un tomate luego de que ese chico se llevará a Daliana. Además, no le quita la vista de encima.

—Brisa, ya cállate.

—Es la verdad. Se nota a leguas que Daliana te gusta.

Enseguida Arturo se ruborizó. Oberón se echó a reír.

—Bueno, mi joven amigo, si la quieres, demuéstralo. —Se levantó—. Ven conmigo, solo un amigo de ella puede sacarla de allí. Y debe ser cuánto antes. Las otras razas no pueden participar en los bailes de las hadas.

—¿¡Ves, Arturo!? Se los dije.

Oberón volvió a reír. Con Arturo se dirigió donde Daliana. El chamaco la sujetó con una mano. Teniendo un pie firmemente fuera del círculo, tiró con fuerza hasta sacarla. Mañana en sudor, la desdichada volvió con ellos a la mesa. Se sentó y comió unas fresas como si nada.

—¿Estás bien, Daliana? ¿No te sientes cansada? —preguntó Arturo.

—¿Cansada de dónde? Si baile solo un par de minutos. —Volvió la vista hacia el círculo. Vio como se seguían saltando alegremente—. ¡Este festival es fascinante!

—No fueron dos minutos, Daliana Victoria, estuviste allí por tres horas… Tres —recalcó Brisa.

Dalia la miró con duda. Apenas y estaba algo agitada.

—Estoy bien —alegó.

A los demás no les quedó de otra que reír por lo ilusa que podría llegar a ser. Pero así es ella, es su esencia. A veces podía llegar a ser un caso sin remedio.

—¡Hermano! —exclamó Iris al aproximarse—. ¿Qué estás haciendo aquí? Debemos partir.

—¿Partir para dónde?

—Al… —Iris hizo una pausa e inclinó la cabeza, algo confundida, al ver que los tres chicos que acompañaban a su hermano no eran hadas—. Hermano, hay un dragón sentado junto a ti —le susurró.

—Te dije que teníamos invitados, hermana. Ya conoces a Brisa Rymer, la princesa imperial de Mercatrya. Y ellos son… —Los otros dos se presentaron cordialmente. Arturo de Eitrað y Daliana Ytriagon—. Y ella es Iris Crystal, mi hermana gemela.

La piel de iris, al igual que la de su hermano, era blanca y adornados con lunares. El cabello de ambos era rizado y negro, pero Oberón prefería llevarlo hasta las orejas, a diferencia de iris, quien lo tenía bastante voluminoso y lo llevaba hasta los hombros. Pero lo que sí compartían en especial era el diseño y color de sus alas, que parecían haber Sido tocadas por el fuego.

Acababan de presentarse cuando el sonido de una flauta pitó seis veces; cinco putazos cortos seguidos por uno prolongado  en el lugar, los bailarines pararon y los vendedores salieron de sus puestos. Después de aletear sus alas, volaron en dirección hacia el bosque junto a la plaza.

—¿Qué significa eso? —cuestionó Arturo un tanto asustado por el comportamiento extraño.

—Van a ver el nacimiento de las Ondinas —le respondió Iris.

—Deberían venir con nosotros —sugirió Oberón.

Tras meditarlo, los tres aceptaron. Iris desplegó sus alas y se llevó a Arturo volando. Oberón roció a Brisa y Daliana con un polvo mágico. Ambas comenzaron a flotar y fueron llevadas de la mano.

Volaron por encima de una hermosa gruta iluminada por antorchas hasta llegar a la oquedad de una roca caliza por dónde mandaba una cuenta de agua que reflejaba un tenue brillo azul. Las hadas se reunieron en torno a ella. Extendieron sus brazos al frente en completo silencio. Cerrando los ojos, formaron una concentración de energía que comenzó a transmitirse a la fuente. Fue entonces cuando sucedió la magia. Del agua surgieron diversos capullos de flores de loto.

—¿Esas son las Ondinas? —cuestionó Daliana.

—No. Ellas están dentro del capullo —le respondió Oberón.

—Las Ondinas solo nacen durante un equinoccio de primavera sin luna como esta —aportó Iris—. Un capullo de flor de loto se forma gracias a la concentración de Taren. Al abrirse, nacen las pequeñas.

—¿Y qué son las Ondinas exactamente? —pidió esclarecer Arturo.

—Hadas del río —respondió Iris esta vez—. A diferencia de ustedes, nosotras nacemos de las fuerzas elementales de la naturaleza. Habemos hadas de la tierra, del viento, del fuego como yo y más. Estas son del agua.

—¡Miren! —avisó Brisa.

Todos observaron con ojos ansiosos. En el centro de la iluminada fuente, los capullos comenzaron a abrirse. Allí, en el interior, había lo que parecía ser una cabeza. Daliana, Brisa y Arturo estaban en completo silencio mientras esperaban el nacimiento. Estaban agachados frente a la fuente, sonriendo por la emoción, con todas las hadas del mismo modo a su alrededor.

El silencio fue interrumpido cuando los capullos se abrieron por completo y las Ondinas salieron riendo directamente a sumergirse en el agua. El corazón de los tres brincó de alegría. Seguido de muchos aplausos, la banda comenzó a tocar y el rey Oberón pidió a todos que procedieran con sus bendiciones.

Agachada aún en la orilla, una Ondina se acercó a Daliana. Era una bebé bella y delicada. Está nació con el cuerpo azulado, los dedos de las manos conectados ligeramente entre sí por una membrana, las orejas puntiagudas y una larga cabellera verde. Ella le sonrió y la bebé le devolvió la sonrisa. Movió las aguas, provocando que salpicara un poco sobre Daliana. Eso parecía divertirle.

—¡Oye!, me estás mojando. No seas mala —exclamó entre risas.

—La verdad es que no es consiente de lo que hace —Iris se agachó a su lado—. Quieres que le otorgues una cualidad.

—¿Una cualidad?

—Sí. Todos, inclusive tus amigos lo están haciendo. —Acarició a la Ondina—. Las cualidades son algo muy valiosas para estás pequeñas, y ella te ha elegido para que le otorgues una.

La verdad es que Daliana no quería hacerlo, ya que tenía que usar magia, y Morrigan se lo había prohibido. Estudió a su alrededor, viendo como las pequeñas se reunían algunas hadas, y se sintió mal por la que tenía en frente, quien la miraba ansiosa. El suspiro que salió de su boca habló por sí solo; eso generó una buena reacción en Iris.

Daliana colocó su mano sobre la cabeza de la bebé.

—Pequeña Ondina, yo, Daliana Ytriagon, te otorgó una persistencia excepcional en tu vida.

Apenas dictó aquellas palabras, el hechizo se materializó. Sus manos comenzaron a esparcir un colorido roció, parecido al polvo de hada, sobre la recién nacida, y ella no paraba de jugar con él. Al poco tiempo se dispersó también sobre la tierra, las plantas y los otros presentes  el contraste entre tonos azules, violetas y rojos. Creó un espectáculo visual impresionante. Era como tener una galaxia en la tierra; luces titilaban como estrellas en el firmamento. Daliana se sintió feliz al ver a todos apreciar encantados el espectáculo.

De pronto, sin aviso, la turmalina atada a su cuello explotó. Desde el otro extremo, Arturo y Brisa brincaron del susto cuando la de ellos también tuvo el mismo destino. Daliana buscó la mirada de ellos solo para encontrarse con una inquietada expresión; la sonrisa en sus rostros había desaparecido. Iris y Oberón los miraron sin entender por qué estaban tan inquietos y silenciosos.

De la nada, el silencio fue interrumpido cuando una carcajada se escuchó de lo alto. El corazón de Daliana latió con fuerza en su pecho. Poco a poco alzó la mirada. Flotando en el cielo estaba Aruru. Enseguida percibieron el peligro en el que estaban.

—¡Si que sabes cómo esconderte, mocosa! —gritó Aruru. Se quitó el parche y exhibió el ojo de vidrio que reemplazaba el que le había quitado el Tulpa—. Ahora te voy a hacer pagar por esto.

Ante la presencia de Aruru, Brisa y Arturo estaban paralizados, pero Daliana la encaraba con los ojos llenos de furia. Estimulada por ese sentimiento, su mano se movió por voluntad propia hacia ella.

—¡Daliana, no! —le gritó Arturo.

—Rey Oberón, evacue a todos de aquí. ¡Rápido! —le pidió Brisa.

—¿Por qué huiríamos de los dioses?

Poco a poco, una manada de lobos aparecieron y comenzaron a matar sin piedad a cada hada que se le cruzara.

—Por eso mismo —le respondió la niña.

Al poco rato, Gina llegó a escena.

—¡Chicos! —Reconocieron su voz.

—¡Gina, ayúdame! —gritó Daliana. Asía a un lobo por la cola. Este se revolvía y gruñía, pero ella no lo soltaba—. Si lo dejo ir, atacará a esos niños.

Gina observó a un grupo de niños arrinconados a un árbol. Vio que el lobo que sostenía Daliana forcejeaba para atacarlos. Rápidamente, sacó su arco y su flecha y señaló al lobo. Pero por otro lado, Brisa y Arturo se preparaban para atacar a otro. No supo a cual dispararle primero, pero de repente, otro lobo apareció de la nada. El nuevo lobo era Darren. Este se fue con el segundo lobo, y ambos animales pelearon. Al ver que Darren ya tenía todo bajo control, volvió la flecha hacia el primer lobo y disparó. La flecha venía atravesando el aire cargada de su magia, y con un sonido sutil, impactó en el corazón del animal.

Poco después, Daliana se lanzó a los brazos de su hermana. Estaba completamente sucia.

—Hermana, la diosa que mató a la abuela está aquí.

—Sí, ya lo sé, pero está vez no puedes enfrentarla. Está vez debes huir.

—¡Ey, chicos, tenemos que irnos de aquí, rápido! —les advirtió Iris al acercarse a ellos.

—¿Y ustedes? —le preguntó Daliana a su hermana.

—Darren y yo haremos tiempo. Tú y los chicos busquen un lugar seguro. Te prometo que volveremos.

—¡Awww!, que lindo. Los hermanos mayores se van a sacrificar por la hermana menor. —Aruru apareció ante ellos. Dominada por el deseo de deshacerse de Daliana, está vez no tenía pensado fallar—. Me encargaré de que los veas morir también.

Lista para enfrentarse a la diosa, Gina sacó otra flecha y la montó en el arco.

—Y yo voy a vengar la muerte de mi abuela, maldita diosa.

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En medio de la bruma, Iris permaneció estática desde la ventana de su habitación junto a Daliana y sus amigos. Veía la devastación de su hogar, rogando que todos hayan podido huir. Una nube de cenizas cubría todo el reino. Pudo sentir la angustia de su pueblo a través del denso viento, pero solo pudo transmitirles algunas palabras de aliento por mediación de este también.

En ese instante, Morrigan apareció en la habitación, apresurándose en colocar hechizos de protección en puertas y ventanas.

—Ya no queda tiempo. Deben irse —les dijo. Daliana se acercó a él. Intentó hablar, pero se detuvo al ver la herida que el dios tenía a un costado—. Desobedeciste.

—Fue solo un pequeño hechizo, algo diminuto.

—¿Y debo recordarte que es el poder de una diosa el que posees?

—Perdón —reconoció la niña.

—No hay tiempo para disculpas —sacó su guadaña e hizo un portal.

—Mis hermanos están allá afuera. No me iré sin ellos.

—¿Y qué hay de mi hermano y mi papá? —cuestionó Iris.

—Espero que hayan logrado huir también. Ahora deben irse. —Le dio la guadaña a Daliana—. Todos los dioses vienen hacia aquí.

—Vienen por mí, ¿no es así?

—Por todos nosotros. Vienen por ti y por todos los que te han ayudado; incluyendo a los dioses. Después de lo ocurrido en Helheim, mi padre te ve como una amenaza aún mayor y se ha puesto en marcha.

De pronto, un rayo atravesó una de las ventanas y lanzó a Morrigan hasta el otro lado de la habitación. Thor, el dios del trueno, apareció en la escena. En su esfuerzo para protegerlos, Morrigan usó su poder para enviar a los chicos a través del portal, cerrándose este después de atravesarlo.

—¡¡¡No!!! —gritó con desespero Daliana luego de ver cerrar el portal desde el otro lado—. Ábrete, ábrete… ábrete, por favor —no paraba de repetir.

Los intentos con la guadaña no tenían resultados. Después de ese momento de frustración, levantó la mirada y se dio cuenta de que estaban en una plaza diferente. Era de día ya y el lugar era demasiado extraño. Los cuatro miraron a su alrededor, intentando discernir alguna cosa que les resultará familiar. Sobre una calle negra transitaban muchos carruajes pero sin ningún caballo que los tirara. Había un montón de gente en la plaza vestidos con atuendos extraños. Ninguno poseía orejas puntiagudas como para ser un elfo, escamas como para ser un dragón, alas como para ser un hada. Ninguno era tan pequeño como para ser un enano, o tan grande como para ser un gigante.

¿Qué era ese lugar? ¿Y a qué raza pertenecían esos seres?

Evangelio CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora